Capítulo 14

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Phillip:

A pesar de que me había inventado un poco que me estaba resfriando, ahora en realidad si me sentía afiebrado y con la garganta extraña. Efectivamente el aire del avión, que estaba asquerosamente fuerte me había hecho mal. Siempre me enfermaba por culpa de los cambios de temperatura.

En un principio el calor de mi cara era debido a las cosas que hacía Missa. Se me acercaba y ponía sus labios sobre mi frente, eso me hacía sentir como el corazón se me aceleraba. Cada célula de mi cuerpo reaccionaba a sus acciones, me sentía nervioso y encantado. Una sensación inigualable. Me sentía un adolescente enamorado.

Pero al menos ahora sí tenía una excusa válida para ponerme colorado. Efectivamente me sentía afiebrado y cansado. El termómetro lo validaba todo. 

Me bañé e inmediatamente caí rendido en la cama, durmiéndome al instante. Estaba alimentado, limpio y en una cama recién hecha. ¿Qué más se le podía pedir a la vida? Al rato me desperté por el movimiento de la cama, alguien se había sentado a los pies de esta.

— Felipe, despierta —la voz de Amber sonaba entusiasmada. Me quité la flojera que tenía en el cuerpo y me acomodé lo mejor que pude en la cama—. ¿En serio te resfriaste?

— Sí, la cagá de aire acondicionado del avión me hizo mal... —dije resignado—, yo lo estaba usando de excusa porque me estaba poniendo rojo to' el rato.

Ella se carcajeo en respuesta, yo también. Era una situación tragicómica. — Te traje unas pastillas —me dejó las cajas sobre el velador junto con un vaso de agua—. Creo que dejé a Missael un poco celoso, porque él quería traerte los remedios.

Carcajee en respuesta. Eso era imposible. Missa no se pondría celoso, menos por traerme unos medicamentos.

— ¡Te lo digo en serio Felipe! —me dio un golpecito en el hombro. Ella seguía sonriendo de igual forma—. Vendrá en unos minutos a traerte comida rica de enfermo.

Se puso de pie, traía una enorme sonrisa en su cara. Yo sabía que me había puesto rojo al instante en que en mi rostro se podría freír un maldito huevo. Al menos la fiebre hacía que pasara más piola, pero en definitiva no ayudaba nada.

— Te ves lindo sonrojado —dijo ya con la mano en el pomo de la puerta para irse—. A Missa le gustará verte así.

Y diciendo eso, se fue. Yo me hundí en la cama muy nervioso. Me acordaba que había estado pensando en cómo sería enfermarme y que Missa me cuidara, pero no esperaba que se hiciera real. No esperaba resfriarme estando aquí; quería recorrer México, grabar mucho y pasarla bien, no quedarme acostado como un patético aprovechándome de la amabilidad de mi anfitrión.

— Toc toc —escuché la voz de aquel que no me podía sacar de la cabeza. Amber había dejado la puerta entreabierta y él había podido pasar. Traía una bandeja en sus manos. Mi amiga no había mentido, sí me estaba trayendo comida—. ¿Cómo estás Pili?

Dejó la bandeja a los pies de la cama y se acercó a mí con un termómetro. Yo mismo me lo puse bajo el brazo al tiempo que él volvía a acercar sus labios a mi frente. Los nervios volvieron de forma instantánea al ver su cercanía. ¡Que obvio era y él tan ciego! 

Igual lo agradecía.

— Tienes al temperatura super alta we —me miró preocupado. Yo no podía dejar de gritar para mis adentros; "¡Es culpa tuya weón! Deja de acercarte así"

— Pregunta... —dije en un leve murmullo. Él levantó las cejas esperando lo que le diría— ¿Por qué acercas tu cara a mi frente? —pregunté extrañado, lo llevaba haciendo todo el día y me ponía de los nervios.

— Oh perdón —se carcajeo incómodo—. Mi mamá hace eso para tomarnos la temperatura, no quería molestarte, la neta.

Moví la mano restándole importancia. A pesar de que me ponía super nervioso que se acercara a mí, no me molestaba en lo absoluto. Si fuera por mí, que acercara sus labios a mi rostro siempre y en donde quisiera.

"¡No pienses esas cosas, Phillip, por favor!" me recordó una voz en mi cerebro.  

Entonces sonrió y me ayudó a sentarme en la cama, incluso me acomodó la almohada (tan lindo) y me puso la bandeja con sopa sobre las piernas.

— ¡El chef Missancio ha preparado para ti la especialidad de la casa! —puso el acento italiano mientras hacía el gestito de la mano. Se sentó a los pies de la cama— Sopita de pollo y verduras para mi pobre Philliberto enfermo —además, dejó un vaso junto a la cama— y, una rica y fresca limonada para la garganta.

— Si pudiera levantarme ahora te agarraría a besos —le dije. Él ya sabía lo muy de piel que era yo, y lo mucho que me gustaba abrazarlo y no soltarlo, solo que aquello era mucho más real de lo que él pensaría. Quizá era demasiado pegote, pero era el único momento en que podía hacerlo—. Gracias weón.

— No te pongas cursi wey. Te dije que iba a cuidarte mientras estuvieras aquí.

— En serio, gracias —le sonreí cansado. Me sentía realmente mal, comenzaba a sentir el cuerpo cortado y la garganta me molestaba muchísimo, carraspeaba y tosía como loco—. Me vas a buscar al aeropuerto, recibes a Amber y a mí en tu casa, me traes comida porque de idiota me resfrié. Gracias Missa. Lo aprecio demasiado, no sé cómo pagártelo.

Necesitaba hacerle entender que valoraba demasiado su amistad, porque así era. No importaba los sentimientos que tuviera por él más allá de lo que se siente por un amigo, lo valoraba por ser como era. Preocupado, atento, amable y dulce. Y eran esas mismas cualidades las que habían hecho que me gustara de la forma en la que lo hace, eso y que lo admiraba en demasía por su trabajo, su creatividad y su humor.

El muy maldito era perfecto.

— No te me pongas Joto Phillip —se rio. Sabía que no era bueno con las palabras, se encubría detrás de humor. Aquella risa me pareció adorable—. Lo hago porque quiero que estés cómodo, no tienes que pagarme nada —se movió el pelo y se rascó la nuca, pero no dejaba de sonreír— Ya, come o se te va a enfriar.

— ¿No me darás tú la comida? —sonreí de lado, moviéndome el cabello como lo había hecho él. Carcajeé al ver su expresión. Me gustaba molestarlo. Era un hobbie weón.

— No chigues, pendejo —lo vi ponerse un poco rojo. Estaba seguro de que se vería malditamente hermoso con la cara toda roja y nervioso. ¡¿Por qué me pongo a pensar estas cosas?! Para Phillip por dios. Me regañaba a mí mismo al imaginar esas cosas—. Ven, abre la boca.

Como estaba tan concentrado en retarme por lo que pensaba, no noté cuando se sentó junto a mis piernas y tomó una cucharada de sopa acercándola a mi boca. De la pura impresión, la abrí sin decir nada. Estaba tan en shock que siquiera sabía si me estaba poniendo rojo, pero si podía sentir el calor recorrerme el cuerpo.

— Mira, la fiebre te está poniendo las mejillas rojas —se puso de pie rápidamente, parecía nervioso, arrastraba las palabras. Se rascó la nuca—, iré a traerte un paño frío, ya vuelvo.

Y salió sin decir más de la habitación. ¿Qué había sido eso?

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora