Capítulo 30

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Missa:

Aquella fue una orden. No había lugar para dudas, no había lugar para que él se negara. Aunque en realidad, dudaba que se negara.

Era bastante engreído de mi parte pensar de esa forma.

— No... no puedes pedirme algo así —se tapó la cara muy avergonzado, alejándose de mi lo suficiente para echar de menos su calor— Olvida que me gustas, olvida que lo dije alguna vez... haz que esto sea más fácil —me rogó, poniendo esos ojos de perrito irresistibles. Me acerqué despacito, podía sentir su respiración acelerada. Me rehuía con la mirada. Tenía muchas ganas de agarrarlo por la cara y colapsarle un beso para que se callara y olvidara todas las tonterías que estaba diciendo—. Continua tu vida sin mí... ya veré como olvidarte. Sigamos siendo amigos... todo será más sencillo.

— Felipe —le interrumpí en su monologo. Me miró por fin, un poco asustado por haber usado su nombre, esperando lo que fuera a decirle. Yo no dudé por ningún momento, había olvidado por completo que estábamos en un lugar con más personas. Personas muy importantes en nuestras vidas—. Bésame, por favor.

Se mordió el labio en respuesta. Aguantó la respiración, inflando el pecho, reteniendo muchísimo aire. Apretaba los puños y hacía que sus nudillos se pusieran blancos. Volvió a quitarme su mirada por un segundo, como procesando mi pedido (o mi súplica, mejor dicho) y entonces, actuó.

Sin mover ninguna otra parte del cuerpo que no sea la cabeza, acortó los centímetros que nos separaban y juntó nuestros labios en un suave roce. Logrando que todo lo que nos rodeaba fuera olvidado por unos momentos. Lo único en lo que mi mente estaba concentrada era en el tacto tan maravilloso de sus labios, y lo fantástico que este me hacía sentir. Los fuegos artificiales se encendieron en mi estómago. Fue solo un toque, muy delicado y cálido, siquiera pude alcanzar a saborear la menta que le había dejado su pasta dental cuando se alejó de mí. No era suficiente, necesitaba más que eso, quería que hiciera más esta vez.

— Otra vez... —fue un murmullo. Una súplica. Estaba muy dispuesto a que profundizara ese beso de la forma más maravillosa que pudiera, quería que me aclarara qué era lo que me hacía sentir. Que me diera respuestas. Necesitaba salir de esa habitación sabiendo qué era lo que él provocaba en mí— Por favor, Phillip.

— Esto es una tortura, Missa —respondió, soltando todo el aire que se había guardado para darme aquel delicioso roce. Sonreí en respuesta, como un idiota. Me había gustado demasiado oír aquello. Él no se estaba quejando, más bien parecía disfrutar la tortura que yo le estaba haciendo sentir. Se rascaba la nuca muy nervioso, tenía la cara ardiendo y de un tono rojo que se veía malditamente hermoso en su rostro. Ay dios, ¿qué cosas estoy pensando? No me hace nada bien esto—. N-No voy a poder detenerme.

— No lo hagas —no sabía de donde estaba sacando aquel valor, pero era suficiente para trasmitírselo y que él actuase por mí. Quizá aquello sí era cobarde. Nada de eso importaba si lograba que volviera a besarme. Cerré los ojos dispuesto a lo que él quisiera hacer conmigo—. Hazme entender qué es lo que siento por ti.

Pareció que aquella sola frase había logrado convencerlo, porque oí como comenzaba a moverse y volver a acercarse a mí. Sus manos tomaron mis mejillas. Temblaba. Dirigió una de ellas hasta mi nuca, oí como murmuraba un par de improperios antes de que su nariz tocara la mía. No podía ver su rostro, pero me lo imaginaba; igual de rojo que el mío, el cual sentía arder como los mil demonios. No me moví, quería que él pudiese rozar sus labios con los míos cuando estuviera listo para hacerlo.

Por fin, unió sus labios a los míos y, aunque el terror comenzó a invadirme, ladee la cabeza para que supiera que estaba bien y que quería más que un simple toque de labios. Quería más. Necesitaba más. Era lento. Daba pequeños besos que me estaban volviendo loco. Tenía muchas ganas de volver de esto algo más intenso, pero no me lo permití, no quería arruinar lo bello que estaba resultando todo. Puse mis manos sobre sus brazos. La sensación de estar por explotar de emoción me estaba matando por dentro.

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora