Capítulo 57

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Missa:

No podía mentirme a mi mismo. Después de decir esas palabras me sentí tembloroso, como si hubiese dicho algo de lo que me arrepentiría en cosa de segundos. Y por un instante temí que así fuera, más cuando él se aseguró de mi decisión. 

— ¿En serio? ¿Quieres que yo sea el que... el que te de? —preguntó perplejo. Ni yo estaba muy seguro del porqué había decidido eso, pero sentía, por una parte, que se lo debía. Y la verdad, la otra, estaba ligeramente entusiasmado con la idea. Aunque claro, eso no quitaba en absoluto el miedo que traía encima. 

— Sí... y no me hagas repetirlo porque me arrepentiré —dije entre risas, para evitar la vergüenza y los nervios que me estaban subiendo por la columna—. Lo harás bien, ¿sí? Estará bien.

— O-okey... Sí, sí... lo haré. 

Le sonreí de vuelta. Antes de suspirar para relajarme y dejar que fuese él quien tomase el mando, dirigiera la situación y lo hiciera a su ritmo. Lo había estado haciendo muy bien al principio y me había puesto mucho. 

Cerré los ojos y de inmediato, sus manos pasaron por mi espalda para seguir besándome. Su lengua, acostumbrada a la mía, se movía perfectamente. Al tiempo que su boca se dirigía a mi cuello para continuar con un camino de besos, me fue recostando en la cama con sumo cuidado. Yo no podía aguantarme los suspiros. 

Su boca besaba y lamía mi hombro y cuello. Arrugué las sábanas cuando sentí que succionaba un poquito y luego mordía. Me mordí el labio para evitar que él notase lo mucho que eso me había gustado. ¿Dónde había aprendido a hacer eso, chingada madre? Me pregunté, tontamente. 

Sus besos siguieron bajando por mi cuerpo, pasando por mi pecho, entreteniéndose con mis pezones una vez más, haciendo que a cada lamida y succión, una electricidad me recorriera completo. Bajó más la boca por mi estómago y mi abdomen, hasta llegar al elástico de la ropa interior, que era la única tela que quedaba entre ambos. Pude ver sus manos algo temblorosas bajarme la ropa antes de dejarla a un lado y mirarme. 

Traté de sostenerle la mirada, pero no fui capaz cuando sus labios bajaron a mi zona íntima y la envolvieron. Un escalofrío hizo que mi piel se erizara completamente y me cubrí la boca intentando no gemir más fuerte de la cuenta. Sus manos se paseaban por mis muslos, tocaban por alrededor de mi miembro y se dirigían lentamente hasta mi zona perianal. 

Me cubrí la cara, muerto de vergüenza y muy caliente, al tiempo que seguía jadeando por los precisos movimientos de su boca, que, aunque no eran perfectos, se sentían de maravilla. Tenía todo el cuerpo transpirado y el ambiente se sentía encerrado, nuestro calor corporal había inundado cada resquicio de la habitación de hotel. 

Entonces sentí como se separaba de mí y, con curiosidad, me asomé para ver que hacía. Fue cuando lo vi hurgar en la bolsa que yo había traído. Me había dado mucha vergüenza comprar las cosas que compré, pero Japón, a pesar de ser un país tan mojigato, tenía muchas cosas para este tipo de situaciones. De ahí sacó un botecito con lubricante perfecto para la zona trasera, una caja con preservativos regulares, otra con algunos de sabores (de curioso los había llevado) y el envoltorio del chocolate del que me había antojado.  

— Que preparado, Missa —me dijo, tratando de aplacar la sonrisa que se le formaba al ver el embace del lubricante en base a aceite con relajante muscular y los condones sabor a frutos del bosque. Enrojecí, más cuando se puso a leer el modo de uso. 

— Debes ponértelo en los dedos... in... ingresar y cubrir toda la zona, luego esperar unos minutos para que el relajante haga efecto —aclaré, muy a mi pesar. Me había dedicado a leer bien las indicaciones. Quizá que tuviera efecto relajante me había dado la confianza de permitirle a Phillip entrar en mí. Ay dios mío, que joterías pienso. 

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora