Capítulo 62

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Phillip:

No era capaz de controlar las lágrimas que me caían por las mejillas después de haber oído lo que llevaba meses queriendo escuchar.

No era un me atraes.
No era un me gustas.

Él estaba enamorado de mí.

Sentí como mi cuerpo se relajaba y me dejaba caer en sus brazos. Ya estaba tranquilo, como si la hormiga de la inseguridad que tanto me picaba se hubiese desvanecido en cosa de segundos con solo sus palabras. Odiaba ser tan inseguro y ahora me sentía muy culpable por todo el lío armado.

— Phillip, ¿puedo confesarte algo más? —dijo muy cerca de mis labios y sin dejar de sonreír. Era tan bello. Asentí, tentado por sus facciones—. Estoy molesto.

Me alejé de él buscando verlo al completo. No parecía enojado. Sonreía con picardía y no dejó de sujetarme en ningún momento.

— ¿En serio?

— Sep —su tono de voz era juguetón e infantil—. Tienes que dejar de huir cada vez que piensas que no te quiero —acarició mi barbilla con cariño. Me sentí sonrojar, tenía mucha razón en estar molesto por eso—, y como queremos ser una pareja sana y adulta... —hizo una breve pausa mientras pasaba sus brazos por mi cintura y me acercaba más a él.

Juntó nuestros labios y comenzó a besarme apasionadamente. Me dejé ser por completo. Sus manos sabían dónde colocar las mías para dejarme inmovilizado.

¿Qué estaba haciendo?

Caminó conmigo hacia la cama donde me lanzó con mucha brusquedad. Lo miré boquiabierto mientras se quitaba la camiseta y desabrochaba el cinturón. Pude percibir como la sangre en mis venas fluía con más velocidad hacían todos lados y más en particular a la zona baja de mi abdomen. Trague en seco.

— Me dejaste marcas, Felipe —se quejó. Podía verlas. Como preciosos cardenales en su clavícula y cuello que demostraban lo que habíamos hecho. Él no dejaba de sonreír con lujuria—. Estoy muy molesto.

Fue a gatas acercándose hacia mí, recostándome cada vez más sobre la cama. Casi podía sentirme temblar por completo. Su actitud, porte, cuerpo y habla me estaban poniendo demasiado nervioso y no sabía porqué. No quitaba su sonrisa y su respiración comenzó a aumentar su frecuencia a medida que nuestros cuerpo más cerca estaban. 

Cuando su nariz tocó la mía, en menos de un par de segundos pudo darme vuelta para dejarme el estómago pegado contra el colchón. Sentía su calor cerca de mi espalda y su respiración en la nuca, lo que hizo que se me erizara el pelo en esa zona.

— Te dije que te haría pagar, ¿no? —esa voz ronca me hizo derretir. Sus manos agarraron las mías para no dejarme moverlas—. Es mi manera de quitarme el enojo, ¿estás bien con ello?

Se había preocupado por mí porque hui, estaba listo para ir a buscarme y aún así, había sido muy comprensivo conmigo sin reprocharme nada. Pero eso no quitaba que se sintiera enojado y, aunque nos habíamos arreglado, seguía teniendo presente el hecho de que se hubiera sentido mal con mi actuar.

Y aún así, en lugar de no hablarme o gritarme, decidía quitarse esa rabia jediéndome en la cama.

— Me parece lo justo, Missa —temblé mientras lo decía. Me estaba emocionando de sobre manera con su proposición y más con la forma en que su cuerpo reaccionaba. 

— ¿Qué pasa si te dejo algunas marcas también? —dijo con picardía mientras pasaba sus labios con cuidado por mi cuello. Suspiré complacido—. ¿Y si te hago rasguñarme la espalda desesperadamente? 

Mierda. Estaba siendo demasiado atrevido. 

Sus proposiciones más que asustarme lograban todo lo opuesto. Quería que lo hiciera, deseaba que todo saliera bien y lo pasáramos aún mejor. Sus dedos entraron por bajo mi polera acariciando mi piel con las yemas, provocándome escalofríos. Su cuerpo me impedía mover el mío a voluntad y mantenía mis brazos a los costados con sus rodillas. Mil pensamientos inundaron mi cabeza al verme vulnerable y a Missa tan decidido en llevar la situación. 

Un beso en mi nuca me hizo soltar gemidos indecentes, era demasiado sensible en aquella zona. 

A él se le estaba dando demasiado bien hacer esto. 

Cuando sentí menos peso sobre mí supe que se estaba moviendo y traté de levantarme, pero de un solo movimiento con la mano y algo de fuerza, volvió a dejarme contra la cama. 

— Missa... Deja... levantarme —tartamudee al ver como sus manos bajaban con lentitud mi pantalón. 

— Quietecito  —murmuró y casi pude notar como mis extremidades temblaban con tal de hacerle caso a su orden de quedarme estático tal y como él me había dejado. Aun así, volví a tratar de ponerme de pie para acariciarlo como quería, pero con aún más dureza que antes, me lanzó a la cama y dejó el rostro pegado a esta—. Haz lo que te ordeno. 

De un tirón quitó mis pantalones y los lanzó por la habitación sin importarle donde fueran a parar. Estiré los brazos para ayudarme a voltear, pero una de sus manos me dejó ambas muñecas juntas al tiempo que levantaba mi pelvis para acercarla a su cuerpo. 

— Ay... Missael... —gemí sin poder evitarlo—. Oye... lo siento, no volveré a huir, lo prometo. 

— Tarde Pili —se rio bajito mientras me subía la camiseta y dejaba al descubierto mi espalda—. Haré realidad todo eso que nuestros fans quieren que sea. 

No pude evitar reírme. Entonces, el ambiente cambió ligeramente. Ya no éramos los chiquillos haciendo algo prohibido en nuestros primeros besos, ni los jóvenes de las veces en que se nos subieron los calores y no nos dejaron pensar, siquiera los novatos nerviosos de esa primera vez. Ahora me sentía acompañado por un amigo, deseado por un amante y querido por un novio. Todo a la vez. Todo sin remordimiento ni pena, bañado en un aura de amor que ahora estaba explícito y en bandeja de oro. 

— Ven aquí —murmuró cerca de mi oído y con cuidado, pasó su brazo por mi vientre para levantarme y apoyarme contra su pecho. Tenía las piernas flectadas y las muñecas presas de su fuerza.

Como no éramos nada diferentes en tamaño, él apenas podía apoyar su barbilla en mi hombro, pero no le impidió quitarme la polera y llenarme de besos y mordidas el cuello y nuca. Sin evitarlo, moví mi cabeza a un lado para dejar que continuara. Estaba extasiado en sus besos y toques. Succionó y marcó como había querido y yo dejé que lo hiciera. No me molestaba para nada llevar las marcas de sus deseos sobre la piel. 

Me tenía en ropa interior, perdido en sus besos, jadeando por la actitud que había tomado y suplicando por más. 

— De- Déjame tocarte —pedí, pero no hubo respuesta hablada. Sino que, sin pudor, metió su mano bajo mi bóxer para tocarme—. Conchesu-... Ay, Missa... No... Ah... 

No podía callarme. Era incapaz de decir cosas coherentes al sentir lo bien que movía su mano sobre mi miembro y como su otra mano, que aún sostenía mis muñecas, me acercaba aún más a él para sentir como irradiaba calor. 

— No negaré que me gusta mucho escucharte así —dijo sin esconder la lujuria que salía de su voz—. A ver, Feli, suplícame. 




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Siento la demora. Han sido de las semanas más tristes de mi vida... pero no me olvido de ustedes, por supuesto. Aquí tienen su capítulo número 62, disfrútenlo. 

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora