Capítulo 40

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Phillip: 

Me subí al avión empapado en lágrimas. Amber estuvo apoyándome lo más que pudo todo el camino, pero la sensación de vacío no se me quitaba. Después de esperar semanas, por fin tenía la libertad de demostrar mi sentir por él. Podía hacerle notar que me tenía vuelto loco, que estaba perdido en él sin sentirme el amante y sin que él se llenara de culpa. 

Pero me precisaban en casa, necesito ver que mi madre se encuentre bien y acompañarla en esta estancia tan compleja. Estar junto a mi padre, hacer que no se olvidara de su vida por cuidar de mamá y ayudar a mi hermano para que estuviera tranquilo. Fueron esos pensamientos los que me tuvieron olvidándome del dolor de la separación con Missa, más sabiendo que era estos momentos en los que más requería de mí. 

Por la chucha, ¡había terminado con su novia por mí! Y era obvio que sentiría mal y solo. Yo quería ser quien lo ayudase, su hombro para llorar, apoyarlo como el amigo que seguía siendo y recordarle que esperaría que pasase su duelo, que cuando él estuviera listo podríamos hablar de nosotros. Pero ahora no me quedaba más que darle ese aliento desde mi país, a kilómetros de distancia, confiando en que mis palabras serían suficientes para hacerlo sentir mejor. 

Al llegar a Chile, no pude evitar darme cuenta lo mucho que lo extrañaba. Inclusive aunque fuese Santiago a donde llegaba primeramente, nos quedaba otro vuelo hasta mi casa en Antofagasta y ya sentía que estaba lejos de quien comenzaba a considerar... mi hogar. 

Ay por favor, Felipe, contrólate. 

Lo primero que hice estando ya en Antofagasta, fue ir a ver a mi madre al hospital. Poco me importó lo cansado que pudiese estar, debía ir a verla. Amber se fue a su propia casa para estar con su familia, pero me avisó que pronto también iría a verla. Le di un gran abrazo, agradeciendo lo buena amiga que era. Ella era más de lo que yo merecía. 

Estando en el hospital, me encontré con mi padre, quién me saludó con mucho ánimo. 

— Hijo, que bueno que llegaste, tu madre está durmiendo ahora —me dijo al preguntar por mamá—. Vamos a comer algo, seguro vienes muerto. 

Efectivamente, el almuerzo se sintió renovador. Conversamos sobre el accidente que mamá había tenido; resulta que un maldito conchesumadre había virado en una zona que no debía, yendo en dirección contraria y había chocado a varios autos, incluida mi madre. Por suerte lo habían detenido, aunque no teníamos muchas esperanzas de que le hicieran mucho. 

— ¿Y? —preguntó cuando había terminado de hablar de aquello—. ¡Cómo estuvo México? ¿Cómo está Missael? 

Mis padres lo conocían, hablaba tantísimo con él y habíamos grabado tantas cosas juntos que era inevitable que supiesen de él. De pronto, comenzó a ser a menudo que me preguntasen como estaba. Quien pensaría que quizá, si todo salía bien, él sería mi pololo. ¿Cómo se tomarían la noticia? Su hijo era homosexual (¿Era definitivamente homosexual?), y estaba en una relación con un hombre que conoció por internet, que vivía a kilómetros de distancia. Nada de eso me daba buena espina. 

— Está bien... —respondí tranquilamente—, igual que siempre. 

— Debería venir a Chile alguna vez, estoy seguro que lo pasaría super bien. Tu madre estaría encantada de hacerle platos de acá —me reí al imaginar a Missa comiendo empanadas de pino o porotos. Quizá le gustarían los terremotos porque son bien dulces—. Vamos a verla, ¿te parece? 

Asentí. 

Pasamos el resto del día acompañando a mamá, a quien le quedaban varios días hospitalizada para monitorear sus heridas. Había tenido una hemorragia interna que era algo peligrosa pero que, mientras estuviese cicatrizando, no tendría porqué ser un peligro. Cuando llegó la hora de irnos, mi padre me fue a dejar al departamento antes de irse él mismo a casa por sugerencia mía y de mamá. Ya iríamos a verla mañana, ahora había que dejarla descansar a ella y nosotros mismos recobrar energías. 

Cuando estuve en mi hogar, lo primero que hice fue lanzarme a la cama que tanto tiempo había extrañado. Mi celular comenzó a sonar en aquel momento. 

— ¿Aló? —respondí sin detenerme a mirar de quien se trataba. 

— ¿Phillip? —su voz hizo que me levantase en cosa de milisegundos. Los nervios me llenaron cada célula y la emoción de volver a oírlo me hizo sentir patético. Ay su voz, como la añoraba, sonaba tan lejano tenerlo a través del celular—. ¿Cómo estuvo el vuelo? ¿Cómo está tu mamá? 

— ¡Missa! —la emoción se me salía por los poros—. Que lindo oír tu voz —aquello me salió sin poder controlarlo. Mis mejillas se calentaron al notar que lo había dicho y todo fue peor cuando no recibí respuesta alguna de su parte—... ay, emm... ¡BIEN, BIEN! El vuelo estuvo bien y mi mamá está mejorando, gracias por preguntar. 

— Imbécil —dijo riendo. Su risa era adorable, pero no ayudó en lo absoluto a sentirme menos patético—. Que chido que tu madre esté mejor, mándale mis cariños. 

— Lo haré —respondí cubriéndome la cara por la vergüenza—, de hecho, mi papá quiere que vengas a Chile. Te ha dejado invitado a comer porotos. 

— ¿Porotos? —su duda era genuina— ¡Ah, si los conozco! —se rio aun más— Por supuesto que estaría encantado de ir... 

— Tendrías que quedarte en mi casa —como siempre, no tenía filtro y todo comenzaba a salir de mi boca sin control—, y aquí no hay más camas. 

No escuché su respuesta por unos segundos que se hicieron eternos, quizá estaba siendo demasiado intenso, demasiado atrevido. Quizá me estaba tomando muy enserio la idea de que ahora lo tenía solo para mi cuando, en realidad, seguíamos siendo los mismos amigos que siempre. Unos amigos que habían cruzado unas cuantas líneas, pero amigos al fin y al cabo. ¿Amigos con derecho? Quizá. 

— Tu pateas dormido —dijo riendo. Al escuchar su gran carcajada, me sentí desinflado. Se estaba escondiendo detrás del humor para ocultar su vergüenza a lo que yo le estaba proponiendo—. Pero bueno, un día iré. 

El silencio volvió a inundar todo, no era incómodo, era triste. Habíamos estado tantos días juntos y ahora, volver a retomar la rutina de tenernos así de lejos era muy jodido. Tenía ganas de decirle lo mucho que lo extrañaba, que me encantaría tenerlo conmigo ahora, que deseaba besarlo con todas mis fuerzas y hacerle quien sabe que cosas más. 

— Será difícil no tenerte aquí y tener la excusa de llevarte a comer para no cocinar —dijo entonces. Sonreí al instante—. Lo será aún más estando completamente solo. 

Aquello me estrujó el corazón. No podía entender lo difícil que sería para él estar sin Mafer en estos momentos. Habían pasado años de su vida juntos y ahora, debía afrontar la soledad aún cuando le había prometido que estaría con él para ayudarlo. Y entonces, la temible idea comenzó a aparecer en mi cabeza como una fuga de agua que goteaba. 

¿Qué pasaría si ahora, que ya no estaba junto a él, comenzaba a replantearse la idea de volver con Mafer? 

No era una idea disparatada, después de todo, había sido muy rápido. Y él seguía sin estar seguro de sus sentimientos hacía mí. Solo sabía que sentía algo y eso podía esfumarse al tenerme lejos, al final, había sido yo quien abrió esa caja de pandora para que se volviera factible que yo le gustase, después de declararle mi amor. Si no fuera por eso, estaba muy seguro que Missa seguiría con Mafer sin ningún problema, quizá llevando su relación al siguiente nivel. 

Fue ahí que la hormiguita del miedo y la inseguridad comenzó a picarme la nuca sin parar. 



Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora