Capítulo 29

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Missa:

Cuando entré en mi cuarto, Mafer dormía profundamente en mi cama. Había sacado unos pijamas suyos que tenía entre mis cosas para cuando se quedaba a dormir y ahora estaba allí, como lo había estado siempre.

Tranquila, como si nada hubiese pasado y confiando en mí.

Y yo había roto todo eso al besar a Phillip.

La sensación de podredumbre no se me quitaba de la piel, al igual que la voz en mi cabeza gritando "infiel, infiel, infiel" a cada segundo que la miraba. Ella es una hermosa mujer. La mujer perfecta. Siempre ahí, apoyándome y luchando contra mis demonios, a mi lado, bancando cada cosa que pasara. Amándome incondicionalmente.

¿Cómo había pensado que podía querer a alguien de la manera que la quiero a ella? No, no la quiero. La amo. Es la mujer de mi vida, mi esposa. A quien quiero a mi lado.

Me puse el pijama, me lavé los dientes y me acosté a su lado.

— ¿Amor? —preguntó, con la voz adormilada y volteándose para verme. Sonrió— Que bueno que por fin llegas, me preocupaste.

— Buenas noches baby... —murmuré al tiempo que le daba un beso en la frente. Ella volvió a acomodarse, con la sonrisa aún más grande que antes. Yo también me recosté.

«Que maldito. ¿Qué haces dándole un beso a Felipe y luego venir a dormir con María? INFIEL» había reprochado, de una forma punzante y dolorosa, la voz de mi cabeza. No podía negar que tenía razón. ¿Qué chingados estaba haciendo? Me sentía en una de esas películas de romance cursis que ven las mujeres, atrapado en un triángulo amoroso.

— ¿Triángulo amoroso? Pero si yo no amo a Phillip...

Y entonces volví a aquel momento en que lo besaba, en el frío de la plaza, de la forma más brusca y dolorosa posible, angustiado por el solo pensamiento de haberlo perdido. Volví al momento en que la sensación de desesperación era tan grande que quedarme sin aliento no era motivo para detenerme de buscarlo.

Me tapé con las sábanas lo más que pude, tratando de esconderme del mundo, de todo lo que me agobiaba. La vergüenza y la culpa me impidieron dormir por demasiado tiempo. Traté de no moverme demasiado para no despertar a Mafer.

Cuando desperté a la mañana siguiente, estaba muy confundido; no me acordaba del momento en que me había dormido. Me dolía bastante la cabeza, el haber dormido tan poco me estaba afectando más de lo que creí. Me levanté, molesto por la gran cantidad de luz que entraba al cuarto y entré al baño para darme una buena ducha.

Al estar ahí, escondido del mundo, podía pararme a pensar de mejor manera en todo lo que estaba ocurriendo. No me podía explicar qué era lo que me sucedía con Phillip, qué era lo que realmente sentía por Mafer y qué haría de encontrar una respuesta a estas dudas.

El agua caliente se sentía bien, lograba relajarme antes de salir de aquel cuarto y enfrentarme a lo que sucedería de aquí en adelante. Pero ¿Qué haría? ¿Qué haría para aclarar los sentimientos que comenzaba a tener hacia Phillip?

Recordé el beso que le había robado mientras él dormía, como aquello me había hecho sentir y  como me había revuelto los sentimientos de una forma maravillosa. Quizá debía hacer algo así, quizá debía pedirle...

— Quiero pedirle que me bese.

Aquel pensamiento me hizo querer gritar. La mezcla de vergüenza, nerviosismo y entusiasmo fue una bomba. Me puse las manos sobre la boca. El corazón se me saldría del pecho en cualquier momento de lo muy acelerado que estaba. Un escalofrío me recorrió por la espalda. Pero, a pesar de todo eso, estaba muy decidido a cumplir con aquello, lograría aclarar mis sentimientos.

Salí de la ducha con todo el coraje en el cuerpo, me vestí, me perfumé y bajé las escaleras rápidamente. Y ahí estaba él, de pie en la cocina bebiendo un café tranquilamente. Al verme, se sorprendió, me sonrió e hizo que mi corazón se derritiera. Me acerqué hasta él despacio.

— Phillip... necesito...

Pero antes de que pudiese decir algo, una mano se posó sobre mi hombro y me hizo dar un brinco. Me voltee y ahí estaba mi novia, Mafer, muy sonriente.

— Por fin despiertas Missael, pensé que te habías resfriado —me abrazó con cariño. No quitaba la sonrisa de su cara—. Hoy iremos a comer afuera, hay un restaurant muy bueno al que Amber quiere ir y pensé que sería genial que fuéramos los cuatro... algo así como una cita doble.

Pude ver como se dirigía hacia Phillip y le guiñaba un ojo. Este, un poco confundido, le sonrió. ¿Cita doble? ¿Qué chingados?

— Eh... claro... —no pude decir nada más. Ella estaba muy feliz. Salió de la cocina anunciando que nos iríamos en unos minutos más. Me quedé de piedra, estático, parado en medio de la cocina, mirando hacia donde Mafer se había ido. Oía a Phillip sorber su café— ¿Cita doble? ¿Tú sabes algo de esto?

— Yo no he dicho nada —respondió rápidamente—, pero creo que es mejor así.

— ¿Qué carajo estás diciendo? —me di vuelta, muy molesto. ¿Acaso había olvidado todo lo que había sucedido el día anterior? Después de todo lo que me había hecho ahora se hacía el que nada le importaba—. No está mejor así.

— Lo está, Missa. Debes olvidarte de lo que dije y todo seguirá bien. Como siempre ha sido —me dio una palmada en el hombro, una sonrisa muy fingida y triste, y salió de la cocina con su café en la mano. Lo pude oír decirle unas cosas a Amber y como esta le tranquilizaba, para luego oír sus pasos subiendo por la escalera.

Este hombre estaba mal, jodidamente mal.

No podía ir un día por ahí confesando su amor hacia mí, escapándose de la casa como un mártir y al día siguiente obligarme a olvidar todo, decir que estaba mejor si teníamos una "cita doble" y que debería seguir como siempre. Porque ya NADA era como siempre.

Con la ira corriendo por mis venas, salí de la cocina a toda prisa para volver a encontrármelo y decirle un par de cosas para que dejase de andar diciendo mamadas.

— Missael, me maquillo y salimos —había dicho Mafer cuando me vio subir a toda madre.

— Claro.

Mis pasos fueron fuertes y marcados, subí hasta el cuarto de Phillip y entré sin importarme nada. Al fin y al cabo, era mi casa, podía hacer lo que se me diera la chingada gana. Este estaba mirando su celular y bebiendo su café como si nada, sentado a los pies de la cama.

— ¿Qué weá, weón? —lo oí quejarse, dejando el celular de lado y enfocándose en mí. Tenía el ceño fruncido.

— Nada de mierdas, Felipe, ¿Qué chingados te pasa? —dije poniéndome delante de él. Apreté los puños. Podía sentir mi adrenalina corriendo por mi cuerpo.

— No pasa nada, Missael —atacó él de igual forma, poniéndose de pie para quedar a mi altura y mirarme fijamente a los ojos. Estábamos malditamente cerca, demasiado—. Deja así las cosas. Olvídate de todo y ve a tener una linda cita con María Fernanda, tu novia.

— No puedes... no puedes decir algo así después de todo lo que pasamos —me acerqué incluso más. Tenía ganas de llorar del solo coraje de oírlo decir esa clase de cosas— Te dije, te expliqué que no sabía lo que me estaba pasando contigo. Tú me comprendiste ayer antes de irnos a dormir, todo estaba bien. ¡¿Qué chingados pasó?!

— ¡Abre los ojos, Missa! —gritó en respuesta. Su voz se cortó, también quería llorar— ¡Nada podría salir bien de esto! ¡De tú y yo jamás podrá salir algo bien más allá de ser amigos! —se abrazó a si mismo buscando consuelo. Quería abrazarlo yo. Quería ser sus manos—. Estamos mejor así, es mejor no sentir las cosas que yo estoy sintiendo. Es mejor que olvides esta confusión que sintientes para que seas más feliz.

Fue cuando me cayó el veinte de a que se refería.

Él estaba dudando, no de lo que siente por mí, sino de lo que podría ser más allá de nuestros sentimientos. Había estado dándole vueltas a las cosas que podrían pasar, haciendo que todo se volviera una catástrofe, volviéndose loco imaginando qué ocurriría de hacer de esto algo más.

Vi como temblaba, muerto de miedo. Estaba espantado de mi respuesta. Y la verdad, yo no sabía muy bien qué responder.

— Bésame. 

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora