Capítulo 20

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Phillip:

Que frustrante era todo. Estaba cansado de esto que estaba sintiendo por Missa.

Mientras comenzaba a editar el video no podía dejar de mirarlo, de escuchar una y otra vez las cosas que decía, oír su risa, ver sus gestos y darme cuenta de que cada vez lo que siento por él crece más y más.

Pero entonces, cuando estaba subiendo a mi cuarto temporal, comencé a oír ruidos provenientes de su habitación. Oí la cama moverse y rechinar, suspiros, incluso algunos gemidos. Entré furioso al cuarto, me lancé a la cama y me cubrí la cabeza con la almohada. No quería oír eso, deseaba nunca haberlo escuchado.

— ¿Por qué tengo que oír eso? Ya sé que no tengo posibilidades contigo —hablé para mí muy frustrado y dolido. Comencé a llorar como un patético. Sentía el corazón roto—. Había sido un día tan perfecto... no tienes porqué recordarme que la amas.

Seguí llorando por largo rato, cubriéndome los oídos, escuchando solo mis jadeos y respiración entrecortada. Odiando a la vida, odiándome por sentir lo que sentía.

¿Por qué me había enamorado de mi mejor amigo? ¿Por qué había sido tan tonto?

Sabía que no tenía la más mínima de ganar, de que yo le gustase. No tenía nada de mi lado. Ni la distancia, ni mi género, siquiera tenía la vía libre para confesarle lo que siento. Porque de todas formas saldré perdiendo y nuestra amistad correrá peligro. No quería que algo así pasara, quería seguir siendo su amigo. No quería que se fuera de mi vida.

Cuando no oí nada más, bajé en busca de un té. Necesitaba beber algo, tratar de calmarme para que no se notara lo que ocurría y así poder conciliar el sueño. Aún quedaban varias semanas en casa de Missa y estaba dispuesto a irme de aquí con la amistad igual de intacta que siempre. Me preparé la bebida caliente y me quedé apoyado en el mesón de la cocina.

Las lágrimas seguían rodando por mis mejillas. Me sentía muy tonto. Muy patético.

Sentía frío. El clima era muy diferente al de Arica y eso hacía que cualquier temperatura un poco más baja me hiciera sentir congelado. Me sequé las lágrimas con las mangas de mi pijama como un niño.

Fue cuando apareció la persona menos indicada, a quién menos deseaba ver. Missa entraba a la cocina y se sorprendía de verme. Seguramente vino a beber agua después de TAN buena noche. Que rabia sentía por la cresta.

— ¿Pili? —nada de "Pili" ni weas, déjame lamentarme solo— ¿Qué haces? Es super tarde.

— Podría preguntar lo mismo —dije de forma fría.

— Vine por agua —había dado en el clavo. Que bien— Tengo leche por si quieres, eso ayuda a dormir —negué volviendo mi vista hacia la taza. No podía dejar de recordar lo ocurrido—. ¿Estás bien? Tienes los ojos rojos.

Nunca había sido de los que se dan rodeos al preguntar las cosas.

— Es la alergia —que excusa más tonta me había inventado. Pude ver en su rostro como no lo convencía en absoluto—. El pasto del cerro me hizo super mal, me pican los ojos.

Traté de convencerlo lo más que pude con eso. Soltó un suspiro, ni yo creería esa excusa, pero prefirió no seguir haciendo preguntas, solo fue y agarró un vaso para llenarlo de agua.

— Puedes contar conmigo por si esa "alergia" vuelve —susurró despacio, sin voltear a verme y bebiendo su agua—. Descansa Pili, buenas noches.

— Missa... —dije en un murmullo. Él esta vez me miró, y yo me acerqué. No se apartó de mí, pero parecía visiblemente nervioso. Suspiré desganado—. Gracias. Buenas noches también.

Quédate un momento más y ya | Mr. PhissaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora