Y ahí estaba él, alimentando a la fiera indomable que estaba a punto de vomitar sobre la mesa, pero se resistía, y ya se había tragado seis cucharadas de ahuyama conteniendo las náuseas, mientras él jugaba con la cuchara en el aire como si fuera un avioncito.
—Una más por tu tía —le decía viendo como ella lo fulminaba con la mirada—. Entonces por las gemelas diabólicas de tus amigas. —La vio poner los ojos en blanco, enfadada—. Bueno, hazlo por mí.
Volvió a mirarlo profundizando en sus iris caramelo, hipnotizándolo con esa mirada que no sabía descifrar aún, si era porque estaba de acuerdo o porque creía que él era muy iluso para haber dicho eso.
—Lo haré por ti —contestó recibiendo la cucharada que él le ofrecía, dejándolo pasmado—, porque eres como lo que me estoy comiendo, insípido y repugnante.
Su sonrisa se esfumó y apretó la mandíbula, sintiendo el fuego arder en su cara, viendo las muecas de asco que ella hacía hasta que no pudo resistirlo más y se rindió.
—¡Basta! —voceó levantándose de golpe de la mesa—. No quiero comer más esto y no vas a obligarme.
—No creo que hayas quedado llena todavía, pero bueno, si quieres irte a la cama con el estómago medio vacío es tu problema.
Estaba molesto porque se había ilusionado cuando ella dijo que lo haría por él. ¿Por qué era tan iluso?
—No te preocupes por mí, espocito, preocúpate por comerte tu plato de comida o es que tampoco te gusta -la vio hacer una mueca burlesca para luego mirarlo con odio por última vez e irse corriendo hacia las escaleras.
Miró nuevamente su plato y las náuseas aparecieron recordando que había tenido que comerse una enorme cucharada de eso, sin hacer caras frente a Salomé, porque lo cierto era que a él tampoco le gustaba la ahuyama; la odiaba incluso más que la propia pulga rabiosa y solo le había pedido a Anita que la preparara para hacerle pasar un mal rato a ella; aunque él también tuvo que sacrificarse, ella no lo sabía y eso bastaba.
Subió a su cuarto y se encerró en él acostándose en la cama después de haberse cepillado los dientes. Se había dado una ducha tan pronto llegó a la casa, luego de haber escuchado que en el cuarto del lado, Salomé corría la cómoda y la acomodaba contra la puerta sacándole varias sonrisas mientras se daba un baño relajante y ahora se reía acordándose de eso.
Recibió una llamada de su mejor amigo, Paul, que le dijo que se encontraba en la puerta y que por favor le abriera, ya que el timbre y la chapa habían desaparecido, así que se levantó nuevamente y corrió a abrirle la puerta invitándolo al cuarto para tener una charla con él y contarle todo lo que había pasado los últimos días que no habían podido verse.
Se acomodaron los dos en su cama, sentados uno al lado del otro, y Jimmy juntó las manos sobre las piernas entrelazando los dedos, pensando cómo iba a contarle a su mejor amigo lo que había ocurrido en el parqueadero; no quería darle detalles, pero necesitaba que lo supiera en un par de palabras.
—Hicimos el amor —le confesó al fin sin poder esconder la vergüenza en su mirada.
—Hiciste el amor... A ver hermano, ¿desde cuándo llamas al sexo "hacer el amor"? —Paul no podía creer lo que escuchaba de Jimmy...
Él estaba hablando sobre "hacer el amor", una frase de la que siempre se había burlado de él cuando también le contaba sus aventuras con sus novias.
Jimmy siempre había sido un hombre de aventuras y nunca había definido el sexo de esa manera, por lo que Paul lo dedujo enseguida: lo había perdido.
—Lo digo porque no se sintió como tener sexo... —se lo confirmó, él estaba enamorado... no había ninguna duda para Paul de que había llegado la primera mujer que había sido capaz de calar en el corazón y la mente de su hermano.
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Selenelion (Sol y Luna)
RomanceJimmy es un hombre capaz de domar a cualquier mujer, excepto una... Una que por circunstancias de la vida termina siendo su esposa doce horas después de haberla conocido. Esa misma noche se dio cuenta de que, en lugar de mujer, parece un gorila salv...