CAPÍTULO 101: Ni la muerte podrá separarnos

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Empezaron a empacar unas cuantas mudas de ropa de cada uno en una maleta, junto con los elementos esenciales de aseo.

Jimmy se quedó viendo a Salomé dando vueltas por la habitación para reunir todo, y la recorría con su mirada escrutadora.

Una tira del vestido rojo que ella llevaba puesto resbaló por su hombro y ella se la acomodó enseguida, pero la mente de Jimmy ya había fantaseado.

—¿Podemos adelantar la luna de miel? —le preguntó mirándola con codicia, y en cuanto ella posó su mirada en él, se sintió desnuda de pies a cabeza.

—Amor... —Dejó lo que estaba haciendo y su corazón comenzó a latir desenfrenado, mientras sus ojos veían a ese hombre que la volvía loca, con esos ojos miel que la devoraban—. Si quieres...

Eso fue suficiente para que Jimmy se acercara a ella, y Salomé retrocedió chocando contra la cómoda cuando el aliento de su hombre le calentó la frente.

Las manos de Jimmy encontraron su cintura y sus labios atraparon los suyos antes de que pudiera decir algo más.

Estaba caliente y deseoso de ella, pero no era el único; Salomé también lo deseaba locamente, y quería detener el tiempo para que pudieran entregarse sin temor a perder el vuelo.

—Te deseo mujer...

Los dedos de Jimmy se colaron entre sus piernas y la acariciaron antes de romperle las bragas de un tirón.

Los dedos de Jimmy se colaron entre sus piernas y la acariciaron antes de romperle las bragas de un tirón

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Salomé estaba mojada y lista para él. Anhelaba desprender ese botón del vaquero que le impedía tocar su erección, pero cuando sus manos se acercaron allí, las de Jimmy se adelantaron y se deshizo él mismo de la botonadura de su propio pantalón, dejándolo caer y liberando su miembro del bóxer que lo apretaba.

Sin más, la levantó y la dejó caer enseguida sobre su erección, penetrándola de un empellón.

—¡Ah! —gimió Salomé cuando se sintió invadida por esa dureza que llegó hasta el fondo de su infierno...

Jimmy comenzó a embestirla, y la hacía gemir descontroladamente cada vez que la levantaba de los glúteos y la dejaba caer contra su pelvis. Su pene casi salía por completo de ella y la llenaba una y otra vez, mirándola a los ojos para ofrecerle sus gestos lujuriosos de macho dominante.

—Mm... —gimió largo—. No sabes cuánto extrañé esto, Jimmy.

La voz de Salomé se entrecortaba por la velocidad de las acometidas que Jimmy le daba, y él arrugó la frente sintiendo que el orgasmo se aproximaba.

—Ah —gruñó y se mordió el labio inferior sin dejar de mirarla—. Eres exquisita.

Salomé cerró los ojos cuando los espasmos de su orgasmo comenzaron a hacerse más intensos y se dejó llevar por ellos, pero cuando llegó a la cima lo miró y le regaló el gemido más delicioso que pudo ofrecerle.

Selenelion (Sol y Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora