CAPÍTULO 34: Desilusión

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La pulga rabiosa, es decir, Salomé, se alejó de la mansión tan rápido como pudo.

Su plan de salir a trotar se había convertido en uno de correr una maratón, huyendo de Jimmy que tal vez la mataría por lo que le hizo, pero cuando se encontró a más de cinco cuadras de la casa y miró hacia atrás, percatándose de que él no la seguía, se tranquilizó y descansó con las palmas sobre las rodillas, antes de seguir su camino, dando pasos lentos mientras recuperaba fuerzas, pero se arrepintió de inmediato cuando vio...

Un chico apuesto, de aspecto conocido, caminaba hacia ella con una sonrisa en el rostro, mientras ella, como si tuviera miopía, trataba de distinguirlo desde lejos, hasta que estuvo lo suficientemente cerca y pudo reconocerlo, pero ya no había tiempo para huir y si lo hacía, él pensaría que estaba loca, uniéndose al club de Jimmy para tal vez terminar internándola en un psiquiátrico como el niño bonito quería.

—Hola, bella —la saludó estampándole un beso en la mejilla, haciendo que tuviera que limpiarse el rostro de inmediato con asco, ya que la había llenado de sudor—. ¡Qué gusto!

Para ella, por el contrario, era todo un disgusto, por el hecho de que toda su vida había tratado de desaparecer de la vida de los hombres que se llevaba a la cama en una noche de fiesta; por lo tanto, solamente pudo esbozar una falsa sonrisa y pronunciar un saludo casi inaudible:

—Que hay —le dijo—, que hay de nuevo, ¿qué te trae por aquí?

—De hecho, yo vivo por aquí —afirmó el chico que parecía tener el síndrome de la sonrisa tonta—. Como nunca me preguntaste donde vivía.

Salomé volvió a sonreír sin gracia, desviando la mirada a un lado sin saber qué responder, hasta que vio a Jimmy salir de la mansión y dirigirse en el sentido contrario de donde ella se encontraba.

—¿Qué te parece si charlamos en el parque? —le propuso a su acompañante con la intención de que Jimmy la viera entretenida con otro.

—¡Claro! —El iluso se alegró pensando que ella tenía interés en él—. ¡Por supuesto, vamos!

Aquel hombre le ofreció su brazo desnudo para que ella se aferrara a él y lo dudó por un momento hasta que volvió a ver a Jimmy alejándose más adelante, con el paso sexi que lo caracterizaba.

No sabía hacia donde iba su esposo, pero algo le decía que volvería a la casa pronto y cruzaría por la misma ruta de vuelta, por lo que caminó con ese chico hacia el parque cercano a su casa y lo arrastró a unos cuantos metros de la acera, cerca de las bancas.

—Y, cuéntame, ¿a qué te dedicas? —inició su conversación con él, haciendo una pregunta típica para que aquel hombre no le viera nada especial; pero era inútil, ya que todos sus amantes se enamoraban de ella justo a la hora de realizar el acto de la copulación, porque sí... era una diosa en la cama...

Salomé tenía un talento especial bajo las sábanas o en cualquier otro sitio en el que se llevara a cabo el masaje de útero; sin embargo, ella no lo hacía con la intención de enamorarlos, sino, con el único propósito de darse placer a sí misma, algo que también era completamente diferente con Jimmy, porque a él si buscaba complacerlo totalmente y ella misma gozaba de producirle placer a ese hombre más que cualquier otra cosa.

—Ahora soy entrenador en un gimnasio, precisamente vengo de allá -respondió el guapo rubio, con orgullo—. Y a ti, ¿qué te trae por aquí?

—Vine a correr —respondió sin saber mentir, porque no supo qué más decir para que ese hombre no sospechara que ella vivía justo en la mansión de enfrente.

—¿Vives cerca? —cuestionó el güero, queriendo averiguar si podría verla más seguido.

—No, no, no —voceó Salomé negando con la cabeza y con cada parte de su cuerpo—, en realidad vivo muy lejos de aquí, pero hoy quise recorrer muchos kilómetros a pie.

Selenelion (Sol y Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora