CAPÍTULO 38: Los astros perdieron su brillo

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La tarde de Jimmy fue una completa tortura; la suave llovizna se había convertido en una tormenta con rayos y centellas.

Se acostó en la cama con la idea de reflexionar en cómo sería su vida cuando el contrato matrimonial con Salomé estuviera disuelto, pero los truenos no le permitían dejar de pensar en cómo estaría ella en ese momento; la chica valiente que le tenía pavor a los truenos y relámpagos como si fuera una niña, pero pensó en que tal vez, muy pronto ella tendría a alguien más que la abrazara en la cama cuando hubiera tormentas, y ese alguien, además también podría tener el privilegio de gozar de sus caricias, de sus besos y simplemente de su cercanía.

Anocheció y Anita le llevó también la cena a la recámara, advirtiéndole que se enojaría mucho con él si no comía, ya que unas horas antes, había rechazado el almuerzo que ella le llevó también, porque se sentía tan vacío que, simplemente el hambre desapareció para darle lugar a la tristeza que no cabía en su pecho.

Cenó en compañía de su segunda madre que se sentó en la cama a mirarlo comer, no sin notar que el semblante de su rostro había cambiado notablemente desde la última vez y parecía que hubiera estado llorando por horas, pero aunque había derramado unas cuantas lágrimas, su orgullo varonil no le permitió desahogarse como debería y cada vez que una gota salada resbalaba por su rostro, la limpiaba y se enfocaba en la rabia que sentía, sin permitir que el dolor se llevara el protagonismo.

—Jimmy —rompió el silencio, la mujer que lo había criado en compañía de su madre—. Sé que te pasa algo —aseguró mientras que él continuaba con la mirada al frente, sin enfocar un objeto en particular—. Sabes que puedes contarme lo que sea.

—Lo sé —respondió encontrando su mirada maternal por un momento—, pero ahora no es el momento, no quiero hablar de eso.

Ana lo conocía a la perfección y sabía que no podía contradecirlo, por lo que decidió callar para darle el tiempo que necesitara para reponerse.

Se levantó y le besó la frente antes de quitarle el plato que sostenía vacío, como su alma... sin fuerzas en sus manos.

—Si me necesitas, ya sabes donde puedes encontrarme —le dijo regalándole una sonrisa de apoyo y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella, dejándolo solo con su dolor.

Se cepilló los dientes y se acostó a dormir, o por lo menos a intentar hacerlo, ya que la tormenta seguía golpeando el techo como si el cielo estuviera a punto de caer a pedazos, tal y como lo había hecho su corazón en la mañana.

Cómo era de esperarse, no pegó el ojo en toda la noche por estar pensando en ella y el deseo de ir a su habitación para al menos comprobar como estaba, no le permitió quedarse dormido ni siquiera unos minutos.

Supo que había amanecido, cuando el sol empezó a aparecer en el horizonte, colándose por su ventana; la mañana era muy fría debido a la tormenta que solo había cesado unos minutos atrás, y decidió que por ser domingo, iba a quedarse en la cama todo el día.

Se sentía agotado y además su estado de ánimo no podía estar peor, así que se levantó de la cama solamente para lavarse los dientes y luego meterse a la ducha, escribiéndole antes un mensaje de texto a Ana, pidiéndole que por favor le llevara el desayuno a la cama también.

Ana apareció solo un par de minutos después, con una bandeja en sus manos, que contenía pan recién salido del horno, queso y un poco de fruta junto con una taza de chocolate caliente.

El estómago de Jimmy rugió en cuanto vio el delicioso desayuno que su madre sustituta había preparado y lo primero que pasó por su mente, fue el recuerdo de cuando había escuchado ese mismo rugido, proveniente del estómago de su esposa.

Selenelion (Sol y Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora