CAPÍTULO 61: Ven a mí

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Jimmy la cobijó sobre su pecho, pero fue él quien se sintió como un niño entre sus brazos; ella se aferró a él con tanto anhelo, como si su pecho y el latido de su corazón fueran su refugio...

No quería que el tiempo corriera teniendo ese pequeño cuerpo abrazado a él, rodeándolo con sus brazos y piernas, mientras apoyaba su oído sobre su corazón para escuchar los latidos que la arrullaban.

La lluvia caía sobre el tejado y Jimmy siempre había amado eso, pero en esa ocasión tenía un significado especial, porque estaba cobijando a la mujer que amaba... la que le tenía miedo a lo que él adoraba.

Nunca le había dicho que a él le encantaba escuchar la lluvia junto con los truenos, y cuando venía acompañada de relámpagos, era muchísimo mejor.

Quería hacer que ella dejara sus miedos, quería mostrarle lo hermosa que era esa actividad celestial, y que no tenía nada que temer mientras estuviera con él...

Le acariciaba la espalda y desenredaba el cabello con ternura, como si de una niña se tratara...

Él era más grande y fuerte, pero junto a ella se sentía frágil, liviano...

La magnitud de sus sentimientos lo aterró por un momento, cuando se imaginó solo en esa misma cama, sin ella... sin esa pequeña pulga que le daba sentido a todo.

Miró hacia atrás, buscando en el tiempo los momentos felices que había tenido sin ella y no los encontró...

No había nada de alegría antes de ella, y no se refería a algo familiar, sino al amor de alguien diferente. Alguien que lo hiciera suspirar y le sacara sonrisas por cualquier cosa; nunca hubo nadie...

Las aventuras que tuvo antes de ella habían sido solo eso, simples aventuras sin sentido, ni siquiera sabía si les podía llamar así, porque ahora hasta la palabra "aventura" sonaba maravillosa si a Salomé se refería.

No sabía qué estaba pasando entre ellos, era obvio que estaban enamorados, ya no había espacio para la duda en él, y los ojos de ella, cuando lo miraban, le decían que sentía lo mismo...

Sonrió al pensarlo, exhalando, y Salomé levantó la cabeza y lo miró:

—¿De qué te ríes?

—De ti —respondió y ella arrugó el entrecejo.

—¿Por qué de mí?

—Se te corrió el maquillaje, pareces un panda roquero —mintió, o bueno, más o menos, porque sí era cierto que Salomé tenía el maquillaje arruinado, pero solo hasta que ella levantó la cabeza, se percató de eso.

—No me importa —contestó volviendo a recostar la cara en su pecho, y ese gesto se lo confirmó...

Ella estaba tan enamorada como él, y volvió a reír tranquilo porque ya no sospecharía cuál era el motivo de su risa...

Su corazón latía tan fuerte como el suyo... sus ojos brillaban tanto como los suyos... sus dos almas estaban unificadas...

—No te rías de mi cara —le dijo casi en un susurro, el sueño la estaba consumiendo.

Él seguía con la sonrisa tatuada en el rostro.

A veces, cuando el cielo tronaba muy duro, Salomé se estremecía sobre su pecho y él la apretaba más fuerte...

No se sabía canciones de cuna, pero una se le vino a la mente... Una que le cantaba a su madre cuando estaba en sus últimos días en el hospital, e imaginó la sonrisa de ella... La recordó cuando le acariciaba el dorso de la mano con su pulgar mientras él interpretaba esa canción, y sintió que quería cantársela a ella:

Selenelion (Sol y Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora