CAPÍTULO 39: Quiero matar a alguien

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El deseo que creció en el pecho de Jimmy cuando la sintió tan cerca, fue más fuerte que él, y aunque procuró no mirarla cuando la tenía a su lado, no pudo evitar hacerlo antes de doblar la esquina.

Sabía que, probablemente, faltaba poco hasta que llegara el día en el que ya no la vería en los pasillos de la mansión, y el anhelo de mirarla le ganó a su voluntad cuando era hora de perderla de vista, y complació a sus ojos que se desviaron hacia ella en el último segundo...

Ella también lo había mirado y notó que, a pesar de que se veía hermosa, como siempre, el semblante de su rostro no tenía la misma alegría de siempre; por el contrario, se veía opaco y esa luminosidad que la rodeaba, característica en ella, simplemente ya no estaba... ¿O era producto de la decepción que sentía y por eso ya no la veía de la misma forma? No lo sabía, pero sin duda, algo había cambiado en ella...

Bajó con la intención de lavar los platos del desayuno, pero solo hasta que abandonó el último escalón de las escaleras, se percató de que no llevaba nada en las manos y se declaró completamente perdido por ella...

Arrugó la frente y volvió a subir las escaleras, esperando no encontrarla allí todavía, pero cuando no la vio, sintió que el pecho le dolía, porque en realidad, lo único que deseaba era verla y no solo eso...

La mansión era bastante grande, por lo que poseía varias escaleras que conectaban la planta baja de la superior, y seguramente Salomé había usado alguna de esas otras salidas para no ir por su mismo camino.

Entró de prisa a su cuarto para sacar los platos, y al salir, un brillo extraño en el suelo, justo en la puerta de Salomé, lo hizo detenerse.

No lo había notado antes y no pudo evitar la curiosidad, acercándose para verificar de qué se trataba, percatándose de que era un arete de oro, con la figura de un sol.

Lo recogió del suelo y lo contempló entre su palma; era diminuto, del tamaño de una lenteja, pero muy hermoso y con un brillo espectacular.

No supo qué hacer con él, así que simplemente lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón y siguió su camino a la planta baja.

Ana lo estaba esperando en la cocina, completamente arreglada; parecía que estaba a punto de salir a alguna parte, y no dudó en preguntárselo:

—¿A dónde vas tan linda?

—Tengo una cita con el especialista —respondió con una sonrisa.

—¿Quieres que te lleve?

—No es necesario.

—Déjame hacerlo, así podré distraerme.

—Está bien.

—Dame unos minutos mientras me cambio, ya vuelvo. —Corrió de nuevo a su habitación para vestirse con ropa casual y se acomodó el pelo en el espejo antes de volver a bajar—. Estoy listo, vámonos.

Ana se prendió de su brazo y salieron juntos al parqueadero para ir por su auto, antes de dirigirse a la clínica.

❤ღ❤

Salomé llegó al apartamento de las gemelas y golpeó insistente la puerta para que le abrieran.

No tuvo que esperar mucho tiempo hasta que Sayda apareció en el umbral con pijama y un cepillo de dientes en la boca.

—No me digan que acaban de levantarse... ¡flojas! —dijo entrando al apartamento sin esperar que la gemela le permitiera el paso.

—Buenos días, Salo —la saludó Sayda cerrando la puerta—, veo que estás de mal humor hoy.

Selenelion (Sol y Luna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora