4 (4ª Temporada)

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- Lino...

El calor dentro de aquella tienda del campamento del desierto no dejaba de ir en aumento.

- ¿Sí?
- Hazme el favor y dame algo de espacio. Me das calor.
- ¿Me lo tomo como un cumplido, o-
- ¡Que te quites, coño, que hace calor!

Interrumpió María, empujando el torso de Lino para apartarlo de su lado.

- Como sea. Según el mapa, estamos cerca de la salida de este desierto.

Comentó el pelirrojo, viendo el mapa en su dispositivo. No tenía mucho más que hacer, y el calir hacía imposible el poder dormir.

- Menos mal.

Suspiró María, moviendo su cabeza a un cojín más "fresquito".

- Este calor me está matando.
- Pero si tú ya estás muerta, ¿qué dices?

Rodando los ojos por aquel comentario, la de ojos violáceos le lanzó, al de ojos olivino, un cojín que había en la tienda.

- Duerme y calla.

Le mandó, pero, Lino, no le hizo ni puñetero caso, como siempre.

- Es que, con este calor es difícil dormir, Mari Meri.
- ¡Ey! Sólo Alba me puede llamar así, ¿entendido?

Lino rió. Le encantaba enfadar a María. Parecía un chihuahua montándole un pollo a un perro quince veces más grande.

- Ahora, levántate. Hay que seguir andando, a ver si salimos de este desierto.

Rodando los ojos, el pelirrojo se levantó del suelo, estirando su espalda.

- Aguafiestas.

Protestó con aire divertido, viendo a la pelinegra levantarse de la "cama", para luego, murmurar somnolienta, "Espero que no nos haya entrado una cobra o un escorpión".

- Vale, todo limpio.

Suspiró, aliviada, la de ojos violáceos, al no encontrar ningún tipo de ser peligroso en aquella tienda de campaña.

- En fin, ¿cuánto nos queda para salir de aquí, Lino?

Cuestionó, girándose a ver al pelirrojo. Éste miró en su dispositivo.

- ... Menos de cinco horas.
- ¡Bien!

Exclamó María, eufórica.

- Tampoco ha sido tan malo, estar en el desierto. No sé por qué te quejas tanto.

Se burló el pelirrojo, y María rodó sus ojos, en respuesta.

- Estoy hasta las narices de este lugar caluroso. Se me derrite el cerebro.
- Ah, ¿que no estaba derretido, antes?

María lo habría agarrado del cuello y lo habría zarandeado con todas sus fuerzas, pero recordó dos cosas: la primera, que Lino estaba vivo, y, la segunda, que era un masoca de mucho cuidado. Es por eso que, con cierta pesadez, salió de la tienda de campaña, miró a su dispositivo, donde una lucecita roja marcaba el destino de los dos. Todavía no había "amanecido", pero, por el momento, avanzarían mientras no hiciera un calor extremo.
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○~Sobrenatural~○Donde viven las historias. Descúbrelo ahora