18 (4ª Temporada)

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Eugenio nunca fue una persona cuerda. Desde que era muy joven ya mostraba signos de ser una criatura muy poco humana, psicológicamente hablando.
Creció en un entorno un tanto abusivo, pero nunca empatizó con ninguno de sus progenitores. Para él, el tratamiento del uno al otro, era absolutamente normal.
El problema era cuando, sobretodo su padre, se pasaba con el alcohol, y, si se cansaba de abusar de su esposa, el siguiente sacó de boxeo humano era el propio Eugenio.

Fue, en una de esas situaciones tan peligrosas, cuando despertó su poder: adquirir poderes sobrenaturales existented si se acercaba a alguien con esta rareza. Ni él mismo se acordaba de cuándo adquerir la habilidad crear nuevos mundos, lugares donde desechar a aquellos que no valían la pena, aquellos que no cumplían con los requisitos de "un humano perfecto", libre de sentimientos que lo ataban en la vida, o creencias absurdas que dieran sentido a su patética existencia... Bueno, el origen de este poder le era indiferente, pero debía admitir que era su poder favorito, ya que, desde muy pequeño, siempre estuvo disconforme con su mundo, su realidad.

Después de su padre, mandó a su madre a otro mundo, también. Ya, ninguno tendría que quejarse: el padre tenía un mundo para él solo, la madre tenía un mundo para ella sola, y, Eugenio, tenía libertad, al fin, libre de las figuras que se supone que tenían que haberle enseñado a ser un humano normal.

Su vida siempre fue así, si en la vida académica había alguien que le tocaba los cojones, Eugenio se encargaría de crear un mundo distinto para cada persona, porque, claro, si había algo de lo que se sentía medianamente orgulloso eso era de su creatividad. Recordaba con cierta satisfacción cuando mandó a un compañero de clase con talasofobia a un mundo donde todo era océano, salvo un islote lamentable. Juraba que los gritos de horror de aquel joven retumbaban de forma placentera en su pecho, haciéndole sentir orgulloso de su poder, de sí mismo.

"Este mundo está lleno de incompetentes."

Pensaba para sus adentros, a cualquier hora del día. Aquellas palabras siempre lograban hacerle sentir incluso mejor por haber desechado a unos cuantos individuos de su propio mundo.

Tiempo después, ya en la universidad, conoció al amor de su vida: una joven hermosa, radiante, alumna estudiante de psicología. No tenía ningún poder como él, pero le daba igual. A esas alturas, ya se había obsesionado con ella. La miraba entrar a su clase, la miraba irse de clase para ir al baño, e incluso la seguía desde la distancia en los recreos, cuando ella se iba con su grupo de amigos de la facultad.

"Náyade."

El nombre tan hermoso de esa mujer rondaba por su cabeza, sumergiéndolo más aún en su ya preexistente locura.
Ella ni siquiera sabía de su existencia, pero bueno, Eugenio mismo se encargaría de que ella se fijara en él.
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Por fin la tenía. Casi un año después de haber empezado a obsesionarse con ella, Eugenio había conseguido, no solo drogarla para dormirla, sino, también, había conseguido llevársela a su casa. Simplemente la ató a una silla, pues, seguramente, ella iba a estar a la defensiva al despertar. Y, no se equivocó. Cuando Náyade despertó, lo primero que hizo fue gritar de terror, al ver que estaba secuestrada en el sótano de una casa que, claramente, ella no conocía.

- Buenas, bella durmiente.

La saludó Eugenio, sonriendo de una forma espeluznante, deleitándose de cómo la piel de Náyade adquiría un tono más blanco al verle frente a ella.

○~Sobrenatural~○Donde viven las historias. Descúbrelo ahora