S2: Intento

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—No soy suya. Las personas no somos objetos ni posesiones de nadie. Somos seres humanos, que no tienen que atravesar nada de esto, ni vivir bajo el yugo de un lunático enfermo como usted. ¿Qué le hace creer que soy suya? ¿En qué siglo vive? La esclavitud se acabó hace mucho, idiota. 

—Eres débil, pero para reñir, tu fuerza revive —se relamió los labios—. Tu sangre fluye muy fuerte y rápido dentro tuyo. ¿Estás enojada?

—Usted es un maldito desquiciado. Debería matarme de una vez por todas, porque primero muerta, antes de ser de un completo monstruo.

—Tus halagos me despiertan las ganas de morderte una vez más —sonrió ladeado—. Deberías comer más. Estás muy delgada. Necesitas un poco más de carne.

¿Este me está diciendo gorda de manera indirecta? ¿Quién se cree que es este imbécil?

—Come, porque necesitas estar fuerte para que pueda alimentarme de ti.

—Váyase a la mierda. No voy a permitir que vuelva a morderme una vez más.

Tiré el plato contra el suelo y, en el intento de levantarme de la cama, mis piernas perdieron su fuerza y me aseguró entre sus brazos y su firme pecho antes de caerme.

—No seas terca, humana. Así como todo animal, necesitas alimentarte para no morir.

—Animal su madre, pendejo de mierda.

—Eres interesante y muy distinta al otro humano.

—¿Cuál otro humano? Usted tiene a Wyatt secuestrado, ¿verdad? Dígame, ¿dónde está? ¿Dónde lo tiene?

—¿Conoces a ese bueno para nada? —su gesto se endureció—. ¿De dónde lo conoces?

—A usted que le importa de dónde lo conozca. Vine aquí en su búsqueda y, ahora sabiendo que corre peligro en sus manos, no me iré de aquí sin él —lo señalé, sin apartar mi mirada de la suya—. Por mi madre que de aquí me iré y usted se va a pudrir en el maldito infierno.

Sostuvo mi barbilla en una de sus manos y me acercó aun más a su cuerpo.

—Nos vamos a pudrir juntos —sus labios quedaron a centímetros de los míos y no me atreví a moverme—. Todo indica que no te ha quedado claro lo que te he dicho; eres mía y nunca te vas a alejar de mi lado, porque no lo voy a permitir.

—Claro que lo haré y vuelvo le digo; no soy suya y jamás lo seré.

Me soltó con brusquedad, haciéndome caer acostada en la cama. Sus ojos se tiñeron de rojo en una mínima fracción de segundo. Se veía muy enojado, más no me dejé amedrentar por él. No voy a ganar nada ni mucho menos voy a conseguir escapar si sigo lamentándome y demostrando el miedo que realmente me causa esos ojos tan aterradores.

Pensé que me mordería o me atacaría hasta matarme, pero se desvaneció frente a mis ojos en cuestión de un pestañeo. Mi corazón se encontraba muy agitado y mis manos temblaban sin parar, por lo que las puse contra mi pecho y respiré muy hondo, tratando de mermar ese miedo que todavía fluía en mis venas y me hizo tener un minuto de valor.

No sé qué criatura sea, pero estoy segura que debe tener alguna debilidad. Sea como sea, tengo que descubrir cuál es. No quiero morir en las manos de un demonio.

—Mi señora, ¿se encuentra bien? —Vanda hizo acto de presencia segundos después—. ¿Mi señor le hizo algún daño?

—Estoy bien.

—Necesita recuperar la sangre que perdió —me acostó y sentí en mi muñeca un leve pinchazo—. Descanse, mi señora.

El cansancio, el esfuerzo que hice al enfrentarlo y ese dolor intenso en mi cabeza más el mareo que me gobernó, me hizo caer en un profundo sueño.

Dulce Prohibido[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora