S2: Unión

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Era el momento justo para mandarlo a volar y cantarle la tabla, pero de mi boca no salió ni una sola palabra, menos cuando se estaba quitando la ropa de una manera muy lenta y provocativa y sin apartar su mirada de la mía.

Cuando se deshizo de su camisa, mis ojos barrieron por completo su ancho y musculoso pecho. Su abdomen marcado y duro me hizo tragar saliva varias veces. Su piel es tan blanca y se aprecia muy tersa. Eh, Ave María, que hombre para estar tan bueno.

En lugar de molestarme y sentir vergüenza, todo mi ser se calentó. Me sentía a fuego y no ayudaba para nada que estuviera desnudándose tan abiertamente frente a mí, con una mirada hambrienta y llena de contradicciones.

«¿Por qué carajo no le estoy arreando la madre?».

Lejos de sentirme furiosa, tenía la viva curiosidad de verlo entero y poder recorrer su bonita piel blanca con mis manos. ¿Será que su piel es igual de fría a sus manos o se sentirá tan caliente como la mía?

Lo vi bajarse los pantalones y olvidé que debía reclamarle por quitarme la ropa y hacerme todas esas cosas tan ricas mientras dormía. Ya no sabía cómo respirar ante lo que veía. Por más que me hiciera ideas de la desnudez de un hombre, jamás imaginé que al tener uno así frente a mis ojos, sería tan diferente y provocara tanto en mí.

«¿Cómo es posible que hasta ahora note lo sexi y atractivo que es?».

«Estoy encendida, eso no quiere decir que lo sea», me mentí a mí misma, mordiendo mis labios sin dejar de recorrerlo de pies a cabeza.

—Terca, testaruda y orgullosa —soltó una risita que erizó cada vello de mi cuerpo—. ¿Por qué te niegas a mí? —desnudo, subió sobre mí y su fría piel hizo contacto con la mía, haciéndome estremecer por el choque de nuestras temperaturas corporales—. Me necesitas como yo a ti.

—N-no es cierto...

Toda palabra de reclamo e insulto se ahogó en su boca. Sus labios contra los míos se sintieron fríos, pero a la vez tan cálidos y suaves. No podía creer que estuviera besándome de esta manera tan arrebatadora y apasionada.

Mi mente se fue en blanco ante el roce de sus labios, solo podía sentirlo a él, su cuerpo desnudo presionando el mío y su respiración agitada. Su beso estaba siendo el mejor y, aunque una parte de mí me recordaba que debía odiarlo, lo cierto era que no podía dejar de besarlo. No quería apartarme de su boca ni de su cuerpo, pese a que su tacto es frío,  ante el roce de nuestras pieles, el calor parecía que nos consumía.

Sus labios descendieron por mi barbilla en dirección a mi cuello y mi cuerpo vibró ante sus suaves besos por mi piel. Disfrutaba a plenitud de sus caricias, eran como fuego recorriéndome muy lentamente.

Gemí cuando su lengua hizo contacto en esa zona donde suele clavar sus colmillos y me vi deseando sentirlos una vez más. No podía controlar mis emociones, me estaban rebasando por completo.

—¿Esta es una manera de aceptarme? —susurró contra mi piel.

—Solo soy tu fuente de alimentación...

—Por supuesto, pero también eres mi destino. Sin ti mi vida no tendría sentido y moriría como lo hacen las rosas —acarició mi desnudez con sus frías manos—. Con la única diferencia de que sería muy doloroso.

—¿Por qué?

—Estar lejos de tu pareja o ser rechazado, es morir de manera lenta y agonizante hasta que no quede nada de ti.

La idea de verlo muerto causó un malestar en el centro de mi pecho, que rápidamente fue sustituida por un embriangante beso. Sus labios se movían con más lentitud y suavidad sobre los míos, mientras sus manos abarcaban lo que más podían de mi desnudez.

Su deseo punzaba entre mis muslos, pero él no se veía desesperado, más bien estaba tomándose el tiempo de conocer cada rincón de mi cuerpo con sus manos y sus labios. Sus caricias me tenían alucinando, temblando y gimiendo sin control alguno. Mi piel ardía tanto que resultaba doloroso.

Mis manos se movieron por sí solas por su cuerpo, palpando cada forma suya y haciéndolo tensar. Su piel es muy suave y fría.

Su mirada conectó con la mía por un instante y mi corazón se saltó un latido. Sus ojos negros son como dos faroles que embrujan.

«¿Por qué me hace sentir todas estas cosas tan raras y maravillosas?».

Silenció mis pensamientos con un beso más y sentí el roce de su hombría por mi intimidad, haciéndome estremecer y soltar un par de gemidos en su boca.

Sabía que si no lo detenía no habría marcha atrás, más no quería parar de sentir todo lo que estaba despertando en mí. Deseaba en lo más profundo de mí sentirlo a plenitud, que me llenara de sí y su rico olor se impregnara en todo mi ser.

Un tipo de calambre se centró entre mis piernas cuando se adentró en mí con suavidad y lentitud. Enterré las uñas en su espalda y él se sumergió más en mí, quedándose completamente quieto y temblando al igual que yo.

—¿Te hice daño? —su voz sonaba tan diferente y sensual.

Mi vista se nubló debido a las lágrimas y negué con la cabeza.

—No... solo es que duele un poquito. No te muevas mucho, ¿sí?

Dejó un beso en mis ojos antes de atacar mi boca con ternura. Él está siendo tan delicado y cuidadoso, como si temiera hacerme algún tipo de daño.

A medida que me besaba, podía percibir como nuestras pieles, estando en contacto, palpitaban en sincronía. Su beso logró mermar el dolor y, aunque se sentía muy incómodo, las cosquillas en mi interior eran muy intensas, lo que me llevó a mover la cadera con lentitud, dándole luz verde para continuar.

Sus movimientos al principio eran lentos, torpes y poco profundos, pero conforme la humedad y la pasión crecían, empezó a ir más rápido, haciéndome gemir de placer y gozo. El dolor fue sustituido por una sensación maravillosa que me recorría todo el cuerpo y me hacía desearlo con mayor intensidad.

Sus besos eran lo mejor, no podía dejar de unir mi boca contra la suya mientras nos movíamos al unísono. Sus gemidos más los míos hacían eco en la habitación. El calor era tan grande, que no podía determinar con exactitud donde empezaba su cuerpo y donde terminaba el mío.

Deslicé mis uñas por su espalda y el vibró, aumentando el ritmo de sus embestidas. Llegaba a mi punto más sensible con precisión. Estaba siendo tan delicado como apasionado. Sus manos sostenían mis caderas, se hundían entre mis cabellos y se paseaban con amor en todas mis inseguridades. Lo que yo vi como defecto, él no hacía más que acariciar con ternura. Sentía que flotaba en las nubes.

—Eres mía, siempre serás mía —susurró, hundiendo el rostro en mi cuello.

—Ambrose —su nombre escapó de mis labios y su hombría creció en mis adentros, haciéndome estremecer.

—Al fin te aprendiste mi nombre, ¿eh? —acarició con su nariz mi cuello y lo estiré, dándole más acceso a el—. Te amo tanto, mi bella rosa.

Esas palabras tan poderosas más esa mordida que tanto deseaba, lograron hacerme explotar en cientos de pedacitos. De todas las veces que me ha mordido, esta ha sido la menos dolorosa y la más excitante. No podía de gemir y de temblar mientras sus colmillos se aferraban de mí y sus movimientos se hacían más profundos y rápidos hasta que se quedó quieto llenándome de sí.

Cerré los ojos, con el corazón latiendo muy deprisa y la respiración agitada. Podía sentir como Ambrose seguía bebiendo de mi sangre mientras yo experimentaba un intenso dolor en todo el cuerpo, el cual cesó un poco cuando sentí en mi paladar la dulzura y exquisitez de su sangre.

Todo a mi alrededor se oscureció en cuestión de segundos, ni siquiera tuve fuerzas para hablar.

Dulce Prohibido[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora