S2: Sinvergüenza

494 103 11
                                    

No he podido sacarme de la cabeza todo lo que Wyatt me contó. Parece tan irreal, que si no lo estuviera viviendo, no creería ni una sola palabra de lo que dice. Ese cuento de los vampiros, de las almas gemelas, de la transformación e incluso de lo que está viviendo con Blake, su mujer, parece un invento sacado de la cabeza de un loco. Pero no, todo es real, así como su sufrimiento al tener a la mujer que ama lejos de sus brazos y sin saber cómo se encuentra.

Sus lágrimas llenas de impotencia lograron dar en el centro de mi pecho. Con los días no entendía por qué se aferraba tanto a este lugar, pero al conocer su historia, esa que el mundo desconoce, lo entendí todo.

El amor es capaz de transformarlo todo. En su mirada, lo único que hay, es un profundo amor por esa vampiresa de la que tanto habla. No ve el momento de estar con ella nuevamente, de tenerla entre sus brazos, de besar sus labios y unir sus vidas por lo que les resta de eternidad. De su boca puedo entender muchas cosas porque se entregó en cuerpo y alma a ella, más no comporto su mismo pensamiento. Él ama a esa mujer, vampiro o lo que sea, más yo jamás voy a enamorarme de ese demonio. Mi corazón ya tiene dueño y se lo llevó en el instante en que ese ser lo mató. No tengo más opción que vivir encadenada, esperando el momento en que se aburra de mí para que me permita ser libre.

Como cada día, me tomé una larga ducha, tratando de borrar de mi mente todo lo que estaba pasando y de relajar mi cuerpo con el agua tibia, pero mi cabeza no paraba de trabajar.

Estar en esta bañera tan grande y cómoda es el momento más maravilloso del día. El agua es deliciosa y puedo permanecer aquí metida por largos minutos, olvidándome de todo a mi alrededor, menos de ese demonio. No sé por qué no me lo puedo sacar de la cabeza, si lo aborrezco tanto.

—Deja de pensar en él, Mariana —me reprendí a mí misma, cerrando los ojos y hundiendo la cabeza en la bañera.

Incluso he intentado quitarme la vida ahogándome aquí, pero una parte de mí no me lo permite. Quiero vivir mucho más tiempo. Este encierro y ese loco no van a acabar conmigo tan fácilmente.

Sentí una punzada en mi vientre bajo que me hizo salir del agua y pude percatarme que caí en mis días debido a la sangre que brotó de mí. Haciendo las cuentas y basándome en el último día de mi menstruación, debe haber pasado más de un mes.

Al ser irregular, mi periodo se corre muchos más días de la última vez que me llega. Eso quiere decir que debo llevar un mes aquí encerrada. ¿Tan poco tiempo ha pasado? Yo sentí que pasó toda una eternidad.

¿Ahora que diablos me voy a poner? Vanda me trae ropa y se encarga de los implementos de aseo, pero jamás me ha traído una toalla higiénica.

Me levanté rápidamente de la bañera y le quité el tapón para que el agua se fuera. Abrí la regadera y me di un ligero baño, más que todo, para limpiar mi parte baja antes de salir de la ducha.

Envolví mi cuerpo en una toalla y salí, encontrándome con Vanda y una mirada muy distinta a la que usualmente me da.

—¿Se lastimó, mi señora? —se veía fatigada, como si le costara respirar y temblaba.

—No, no me he lastimado. ¿Te encuentras bien, Vanda?

—Sí, mi señora. Si no me necesita más, volveré más tarde.

—Vanda —se frenó en seco y giró su rostro tan solo un poco—. Necesito que me hagas un favor.

—En qué puedo ayudarle, mi señora.

—Es que... estoy en mis días y ya sabes, necesito una toalla higiénica. En mi bolso estoy segura que debía tener unas cuantas. ¿Serías tan amable de traerlo?

—Todas sus pertenencias fueron destruidas, pero permítame unos minutos y le traeré lo que me pide. Permiso —desapareció sin esperar nada más.

¿Cómo así que todas mis cosas fueron destruidas? ¿Estas personas qué se creen? ¿Por qué se toman esas atribuciones siquiera sin decirme nada? Mi teléfono, mi libreta, mi ropa, mi computador. Todo el  trabajo que he hecho por años se fue por un caño gracias a ellos.

Mi cuerpo se vio levantado y tirado en la cama de la nada, como si un fuerte viento me hubiera llevado por delante. Pero al ver a ese demonio tomar su forma entre esa neblina oscura, me quedé completamente quieta, sin perder de vista cada uno de sus rápidos movimientos.

Me sentí muy expuesta, más al estar desnuda debajo de su cuerpo. La toalla que cubría mi desnudez voló muy lejos de mí, e intenté cubrirme con mis manos, pero las suyas me lo impidieron.

—¿Q-qué hace? Suelteme.

Presionó mis manos contra la cama y acercó su rostro al mío, robando toda mi capacidad de hablar y acelerando los latidos de mi corazón a más no poder. Inspeccionó mi rostro con detenimiento, antes de acercar su nariz a mi cuello y causarme escalofríos debido a ese frío roce por mi piel.

Acarició con la punta de su nariz mi cuello, mi clavícula y el valle de mis senos hasta mi vientre. Su tibio aliento aumentó esas pulsaciones en todo mi ser. Sentía que mi corazón se iba a salir de mi pecho, más al ver que acercaba su rostro a mi parte más íntima y no podía mover mi cuerpo para evitarlo.

—Mi dulce humana está en celo, ¿eh?

—¿De qué mierda hablas, imbécil? Las personas no entran en celo, maldito demonio.

—Ah, ¿no? —hundió el rostro entre mis piernas y, por más que quería darle una patada en la cara, una ola de calor me atravesó en esa zona latente al percibir su cálido aliento—. Tu cuerpo me demuestra todo lo contrario, mi pequeña rosa.

Mi cara quería caerse de la vergüenza, pero la rabia me mantenía bien puesta en la tierra. En cuanto afloje su agarre, le daré una buena paliza por degenerado y sinvergüenza. ¿Cómo se atreve a hacerme esto? Más que humillada, me siento imponente al no poder moverme y defenderme de este tipo.

Dulce Prohibido[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora