Capítulo 8. Luciérnagas en el paraíso.

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01 de noviembre 2143 a 12 de diciembre del 2143

Las flores eran balanceadas suavemente por el viento en un movimiento unísono demostrando sus colores al sol quien era la luz de su crecimiento, unas aves revoloteaban a su alrededor, cantando y aleteando, manteniendo un vuelo firme, el aroma a jazmín y coco se apoderaba de mi olfato haciendo florecer dentro de mí un sentimiento de regocijo, no era un sueño, al girar la vista pude percibir una cabellera escarlata medio escondida debajo de las sábanas, podía escuchar su respiración un poco agitada pero era temprano aun, así que decidí dejarla dormir.

Me levanté y fui en dirección hacia la habitación del tío para Darlo, comencé a buscar entre sus cosas algo que me sea de ayuda para poder resolver o entender siquiera aquél acertijo que me había encargado resolver.

Comencé a buscar dentro de cajones, debajo de la cama, algún compartimiento o espacio oculto, no encontré absolutamente nada y me rendí, al girar la vista y ver el reloj me di cuenta que había pasado casi una hora en la búsqueda de algo, decidí ir hacia el cuarto para despertar a Miah y decirle que se cambie para desayunar.

Al entrar en la habitación no encontré a Miah por ningún lado, seguro se estará bañando abajo, decidí meterme a asear para así no llegar tarde a la escuela.

Una vez terminado el aseó me dirigí a la cocina para tomar el desayuno.

—Buenos días peque ¿cómo has dormido? —dijo el viejo entre risas.

—Realmente, súper bien—. Respondí, al girar vi a Miah súper avergonzada.

—¿Sucede algo Miah? —le pregunté en voz bajita.

—No, no es nada—. Miah escondía la vista.

—¿Ha sucedido algo? —pregunté en voz alta.

La abuela y el viejo comenzaron a reír.

—No, es solamente que tu abuelo escuchó unos ruidos anoche en tu habitación y decidió comprobar que era—. Dijo la abuela entre risas.

—Deberían de cerrar la puerta la próxima vez —el viejo no podía parar de molestarnos y reírse.

Mi cara se volvió un tomate, entendí el motivo de la vergüenza de Miah.

—Yo lo siento es que... —el viejo no me dejó terminar de hablar e interrumpió.

—Peque, no te preocupes por esas cosas, ya están en edad de pasar por eso—. Miah se encontraba cada vez más avergonzada ante las palabras del viejo.

—No se preocupen por eso y desayunen —la abuela sirvió el desayuno terminando con esa humillante platica.

Cuando terminamos de desayunar nos vestimos y decidimos ir hacia la escuela, nos subimos al coche intentando ignorar la charla que tuvimos en medio del desayuno, no podía mirar al viejo a los ojos, ni siquiera quería hablar para que no salga el tema, Miah se mantenía callada, estaba seguro que estaba pasando por lo mismo que yo.

Nos mantuvimos todo el viaje hacia la escuela callados, una vez allí solo saludamos al viejo y bajamos del auto deprisa y todavía avergonzados.

—Siento lo de esta mañana, como se comportaron los abuelos —dije a Miah con la mirada puesta en sus ojos.

—Creo que es bueno verlos divertirse, con todo lo que pasó es lindo verlos reír—. Ella se veía un poco menos avergonzada.

—Sí, creo lo mismo, últimamente hemos logrado lo que pensábamos hacer en el velorio del tío, intentar que estén contentos.

La verdad detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora