Capítulo 30. Después de la tormenta, el rayo.

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12 de noviembre del 2143 a 10 de diciembre del 2144

Una vez, alguien me dijo que nacemos con grietas que, con el tiempo, van abriéndose cada vez más, como si fuera algo natural. Esta persona dijo que es similar a una pared a la que no se le da mantenimiento: las pequeñas aberturas comienzan a enraizar vegetación, y si no se cuida adecuadamente, puede crecer llena de espinas que lastiman tu interior. Así, se empieza a destrozarte desde adentro, dejando pasar la lluvia a lo más profundo de tu estructura. Aquella que creías firme, pero con la más pequeña tormenta, queda llena de goteras que luego se convierten en cataratas internas. Desde ese momento, siempre llueve adentro, ya que descuidaste tu propio mantenimiento para intentar reparar aquello que creías que te arreglaba, pero eran solo palabras. Lamentablemente, no se puede curar el interior de uno mismo con palabras, es como poner una curita en una herida interna, solo tapas la marca pero esta sigue allí, haciéndose cada vez más dolorosa. A veces, las personas intentamos solucionar las rupturas de otros sin poner atención a nuestras propias heridas. Somos pequeños vasos sellados herméticamente, que llenamos de agua y, sin aguantar la presión, terminamos estallando, partiéndonos en cientos de pedazos. Nos volvemos cortantes y podemos lastimar con nuestro filo.

Aún podía sentir a Elí dentro de mí, el tacto de sus manos sobre mi piel, su aroma, el choque de nuestras bocas. Sentía que estaba en un sueño de esos que se sienten reales, pero sabía que todo lo que había pasado anoche no era un sueño. Aun así, por algún motivo, no quería reconocerlo. Sentía que si lo hacía, aquello se volvería una debilidad, entregarme a él de esa manera, al placer de sus labios. Estaba segura de que cada acto de nuestra piel tendría una consecuencia. Si algún día, por culpa del destino, Elí decidiera alejarse de mí, todos y cada uno de los recuerdos y momentos que pasé junto a él se convertirían en una jaula cerebral de la que me sería completamente imposible escapar.

El bullicio de fuera se hacía más fuerte mientras intentaba abrir mis ojos. Hoy sería el día en que demostraría a Elí el amor que sentía por él con la acción que nadie había logrado. Escalaría el Beggui, aquel árbol que veíamos a lo lejos y parecía inalcanzable. Hoy se abrirían las puertas donde se mantenía guardado y las parejas de toda la ciudadela intentarían tallar su nombre en el lugar más alto del árbol. Pero solo podrían hacerlo una vez superada la meta que había logrado un enamorado, a la cual nunca nadie volvió a llegar.

Estaba segura de que me llevaría muchas horas lograr realizar aquella hazaña. Tampoco estaba segura de si podía hacerlo. Había practicado mucho subiendo murallas, pero esto sería completamente diferente porque lo haría para demostrarle a Elí lo que no podía hacer con palabras. Que realmente lo amaba, que por más que no pudiera decirlo con mi boca, se lo demostraría con acciones al igual que lo hizo Bernal de Revier. Subiría lo más alto posible. Debía superar aquella marca que había logrado dejar aquel enamorado joven.

Así que me dirigí hacia la cocina esperando encontrarme con Elí, quien se encontraba de espaldas mirando el movimiento de fuera por la ventana mientras en sus manos sostenía una taza de café. Me acerqué a él y dije por detrás.

—¿Lo haremos, verdad? —aún me encontraba con los ojos entrecerrados, molesta por la luz que ingresaba del ventanal.

—Claro, ya somos oficialmente una pareja —dijo sonriendo.

—Aunque con lo pequeño que eres tú, me tocará a mí subir a lo alto del beggui a clavar la cuchilla y tachar nuestros nombres. —comencé a hacer gestos de burla hacia él.

Él me tomó del brazo y me empujó suavemente contra la mesa del comedor.

—¿Qué haces, caraculo? Suelta —intenté resistirme, pero sabía que eso me sería imposible.

La verdad detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora