Capítulo 23. amores de mierda y algo más que se llama amor.

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No somos el yo también que sale de bocas mentirosas para confirmar un te amo verdadero, ni somos las heridas generadas por palabras filosas que dolieron antes de nuestra llegada, no somos el odio acumulado, los dolores pasados ni las oportunidades perdidas, no somos fríos, sin sentimientos, no somos esas voces disfrazadas de amor que solo se dicen palabras bonitas para llevar a la cama un cuerpo cálido que luego se vuelve frío ante un corazón guardado en aquella heladera escondida en la soledad, no somos el silencio callado cuando algo nos molesta, no somos el miedo a decir lo que sentimos por el hecho de creer que podemos fallar, no somos la insuficiencia ni la locura de animarse a hacer lo que queremos sin el temor al qué dirán.

No somos los que nos miramos al espejo sin reconocer aquel reflejo que refleja en soledad, no somos esos días de mierda donde el reloj de arena nunca avanza, no somos esa gente llena de mentira que disimula con palabras fingidas la bondad, allá afuera se dicen te quiero clavándose la mirada como si fuera real pero, no sienten nada, solo generan más temores y miedos, más inseguridad, hoy cualquiera dice te amo y somos pocos los que sabemos amar, no somos aquello que nos hicieron, esos amores de mierda que nunca supieron amar.

Caminaba hacia la primera locación marcada del mapa mientras la ciudad se incendiaba de calor, uno tan abrasante que no me dejaba ni siquiera pensar, incluso costaba respirar, era algo bastante raro, pero había veces que sucedía que la cúpula que rodeaba las enormes murallas absorbía el calor de fuera y hacía que el clima generado adentro comience a fallar, el cielo artificial estaba nublado pero adentro era un infierno, tanto era el calor que me sentía sofocada, miré el mapa y seguí recto hacia el lugar en donde estaba la primera marca, en ella había una vieja y deteriorada bicicleta "no me jodas" fue lo primero que se me vino a la cabeza cuando de repente un señor viejo comenzó a acercarse a mí.

—Usted señorita ¿cómo se llama?— Aquel señor no sé por qué me generaba desconfianza.

—Anacleta, ¿quién es usted? —Anacleta, qué demonios se me pasó por la cabeza.

—Lo siento mucho señorita, estaba esperando otra joven, con similitud a usted, me habían pedido que la lleve hacia un lado —quizá lo haya mandado Tag, debía de confirmarlo.

—¿Quién es el que te ha mandado a buscar a esa niña?— obviamente no diría mi nombre.

—Lo siento no puedo decir su nombre, el señorito solo me dijo que una niña con pelo rojizo y ojos color miel llamada Miah vendría aquí y que la esperara. —El viejo se quedó pensativo unos segundos. —Tag, responde al nombre de Tag con la joven.

—Perdóneme, es que Tag no me había dicho nada de un chofer así que desconfié de usted, yo soy la señorita Miah Meraki. —el idiota me había dicho como que era yo la que debía llegar, no que alguien me llevaría.

—No se preocupe, fue un cambio de último momento, yo la llevaré hasta el lugar.

El señor me abrió la puerta trasera y para luego subirse y comenzar a conducir, recorrimos el camino completamente en silencio mientras miraba aquel raro mapa, que tenía lugares dibujados por donde pasaba con el auto, aunque realmente dibujaba del asco se notaba el esfuerzo por hacerse entender había sido muy marcado, eso era algo tierno de su parte, me daba mucha más curiosidad el saber quién era y el por qué no podía recordar nada de él.

Mientras intentaba recordar sobre mi pasado me daba cuenta que realmente parecía que habían borrado por completo mi pasado, no podía recordar nada de cuando era más pequeña, absolutamente nada, era como si mi vida hubiera empezado a los ocho años, de antes de eso no quedaba ningún recuerdo, ni siquiera un rastro. Mientras intentaba aclarar mis recuerdos, veía el mapa y el lugar por donde estábamos y me daba cuenta que ya estábamos cerca de la puerta que sería la segunda parada, en donde Tag me había pedido que muestre lo que estaba en aquel sobre así que me puse a buscarlo dentro del bolso en donde había traído unos snacks y bebida por si el viaje se me hacía largo, al llegar a destino el señor abrió la puerta del carro y me saludo con una sonrisa para luego marcharse. Me dirigí hacia aquellos enormes portones de acero donde esperaban varios Zeros, me dirigí a uno de ellos para entregarles aquella carta que había dejado Tag.

La verdad detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora