Capítulo 34. El dulce sabor del abandono.

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"Estar mal está bien", palabras tan fáciles de comprender, pero tan difíciles de entender. Pensamos que los malos momentos son un error, algo grave, por eso nos prohibimos tenerlos, terminando por convertirnos en nuestros propios enemigos, jugando con nuestra mente sin darnos un respiro, poniendo demasiada presión sobre nuestro cuerpo hasta hacerlo explotar. Pero realmente está bien estar mal, no todo es color de rosa. A veces, la vida se torna de un color gris oscuro también. Por eso, está bien caer si luego sabemos que nos vamos a levantar, incluso aunque necesitemos una mano en donde poder apoyar el peso de un mal día.

Ya que realmente, estar mal está bien, y quien te diga lo contrario es porque nunca estuvo tan mal como para desear que todo se acabe, incluso tu pequeña existencia. Esa en donde tu voz es acortada por el viento, se la lleva, dejándote mudo, creando un nudo que no baja de tu garganta y se apodera de tu habla haciéndola viajar lejos de tu cuerpo, al igual que tu alma. Convirtiendo cada beso en filo de pequeños cristales que se te encastran en la piel, quedándote tieso ante cualquier muestra de cariño, cualquier afecto hacia ti. Convirtiendo cada palabra en tu enemigo, porque cuando estás mal contigo mismo, mierda que es jodido estar bien con los demás. Porque realmente lo intentas, pero terminas comportándote como una mala persona, todo por disimular estar bien cuando realmente te hundes en la mierda y nada sale bien. Cuando solo queda llorar, recostarte y pensar en que todo se vuelve irrelevante, dejando entrar al miedo, ese de perderlo todo por malas actitudes y acciones generadas por malos momentos, una mala racha o un mal día.

Por eso, creo que estar mal está bien y que no es un problema estarlo. El problema son las personas que no llegan a comprender, y en vez de hacerlo, se disponen a atacar sin siquiera intentar entender, creyendo que saben cómo uno se siente, como si estuvieran dentro de su cabeza o supieran cuánta mierda tienen que soportar cuando se pierden dentro de la oscuridad de sus malos pensamientos. Así que, estén mal, no importa lo que les digan los demás, está bien sentirse así.

Me encontraba viajando con Eli y los abuelos hacia el cementerio. Hoy sería el cumpleaños número veintisiete de Darlo. El ambiente se mantenía callado y triste, como si nadie se animara o tuviera el ánimo de soltar alguna palabra. Se sentía el vacío que él había dejado en ellos. Por lo que Elidha me había comentado, él era quien le había inculcado el amor por la lectura, quien lo había arrastrado hacia ella, el que cambió su manera de pensar. Según Lucy, desde pequeño Darlo se mostraba como un chico introvertido, alguien muy inquieto y con capacidades distintas a las de los demás chicos. Alguien completamente diferente, como decía Petro. Siempre fue un chico distinto.

Toda esta situación me dejaba pensando sobre el dulce sabor del abandono que dejan las personas al marcharse. Donde un pequeño recuerdo de ellas puede llegar y golpearte de lleno en el corazón, de la peor manera. Haciendo que tu pequeña existencia se vuelva aún más chiquita. Lamentándote de las veces en que, por perder el tiempo en cosas que luego se vuelven innecesarias, dejas de prestar atención a aquellos avisos que te dan las personas. Aquel pedido de ayuda, aquel pedido de amor. Un oído que escuche, unos brazos que abracen, aquello que los saque de la soledad en la que se encuentran cuando se sienten completamente abandonados. Porque realmente, cuando te sientes de esa manera, no encuentras la forma de tener un subidón. Te terminas hundiendo aún más en la casi soledad que te deja sola con tus malos pensamientos. Crees que no es necesaria la ayuda o, donde la buscas, no hay respuesta. Y todo empeora. Te dejas estar, piensas en todo como un problema. Dejas de disfrutar la vida y mirar a tu alrededor. Te encierras en una jaula con tus pensamientos, esos que te consumen y no te dejan mirar más allá de tus complicaciones. Dejas pasar el tiempo sin darte cuenta de que este es un enorme reloj de arena tapado, del cual nunca sabes cuándo está a punto de acabar. Convirtiendo a la vida en arena movediza que, mientras más intentamos escapar de ella, más nos terminamos hundiendo. Pero nosotros nunca nos damos cuenta de las cosas que tenemos alrededor, solo vemos la parte buena, la sonrisa fingida, las risas, las mentiras dichas. Nos creemos todo porque nunca miramos más allá de los ojos de las personas, ahí en donde se puede ver el interior. Por eso, cuando una persona se abre a nosotros, lo terminamos viendo como un peso. No sabemos cómo reaccionar, no nos ponemos en su lugar. No sabemos hacerlo porque nosotros también tenemos problemas y, obvio, que somos prioridad. Pero, ¿qué tal si te dijera que hay veces en las que un pequeño fragmento de segundo puede salvar una vida? ¿Te tomarías ese tiempo o lo dejarías pasar mirando un viejo programa de televisión o perdiendo el tiempo en algo más?

—Darlo una vez me dijo: "¿sabes por qué me gusta dormir tanto?" y yo le respondí: "¿por qué se siente bien descansar?". Entonces él se sumió en sus pensamientos y cayó un silencio en la habitación. La expresión de Elí se volvió un poco melancólica mientras recordaba aquella conversación.

La verdad detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora