Capítulo 32. Háblame al espejo.

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A veces me pregunto qué pasaría si pudiéramos ver el interior de las personas al igual que podemos ver el exterior. Si en vez de juzgar por la apariencia física, pudiéramos percibir lo que cada uno lleva en su corazón y en su mente. Quizás esto nos permitiría ser más empáticos y entender mejor a los demás.

Es cierto que muchos de nosotros nos esforzamos por mostrar una imagen determinada de nosotros mismos, para encajar en ciertos estereotipos o cumplir con ciertas expectativas sociales. Pero ¿y si pudiéramos ser auténticos y mostrarnos tal y como somos? ¿Y si pudiéramos confiar en que las personas a nuestro alrededor nos aceptarán y nos querrán por lo que somos en realidad?

Claro que esto también significaría que no podríamos esconder nuestras inseguridades, nuestros miedos y nuestras debilidades. Tendríamos que enfrentar nuestros propios monstruos y permitir que los demás los vean. Pero quizás esto también nos permitiría sanar y crecer como seres humanos, al poder contar con el apoyo y la comprensión de aquellos que nos quieren y nos aceptan tal y como somos.

En última instancia, creo que la verdadera belleza y el verdadero valor residen en nuestro interior, en las cosas que no se ven a simple vista. Si pudiéramos mirar más allá de la apariencia física y conectarnos con la esencia de las personas, estoy segura de que el mundo sería un lugar más amable y compasivo.

Me encontraba sola en la cama, recostada, pensando en lo sucedido después de salir del hospital. Todo parecía estar perfectamente bien, pero sentía que algo no estaba bien. De repente, me encontré en guerra con mi cabeza. "Mierda", "mierda", "otra vez no", pensé. Sentía que esta vez sería realmente fuerte. Mis piernas comenzaban a temblar, las paredes parecían estar cerrándose y sentía que la habitación fría me estaba tragando. "Estaré bien, estaré bien, estaré bien. Esta mierda no me ganará", intentaba controlarme mientras mi respiración se acortaba. "Mierda, mierda, mierda", seguía repitiendo mientras mordía mis labios y la opresión en mi pecho se aceleraba, tomando el control sobre mí. "No quiero estar así, no quiero volver a esto otra vez. Debo ser fuerte", me decía a mí misma en voz baja. Di un fuerte grito silencioso sobre la almohada, sintiendo que estaba llegando y que no podía detenerlo. Era como un tren descarrilando que estaba a punto de arrasar todo lo que encontrara a su paso. Miré el reloj, marcaba las dos, la hora en que mis lágrimas comenzaron a brotar de la nada, la hora que daba inicio al pequeño desastre que tantas veces había sucedido. Esta era mi guerra invisible contra mí misma. Escuchaba esas voces que no se callaban y que retumbaban una y otra vez dentro de mi cabeza. "Vamos, niña, llora", "nadie lo merece más que tú". Me recosté contra la pared mientras temblaba, haciéndome una pequeña bola con mis brazos atrapando mis rodillas. El temblor se hizo más fuerte, así como la presión en mi pecho. Comencé a golpear mi cabeza contra la pared intentando calmarlas. "Cállense, por favor", "solo quiero dormir en paz". ¿Por qué tenían que volver cuando sentía que todo estaba bien? "Por Dios, tengo miedo", comencé a llorar desconsolada mientras, con el reflejo vidrioso de mis ojos, pude captar la visión de una pequeña cuchilla sobre el escritorio junto a la cama. La tomé y, antes de ponerla sobre mi piel, Elidha entró a la habitación y tomó la filosa punta con sus manos.

—Todo estará bien, estoy contigo, siempre lo estaré. —su mano empezó a sangrar.

—¿Qué haces? Suelta eso, te estás lastimando, déjalo ir. —Tomé su mano, pero no soltó la navaja, la sangre seguía cayendo sobre la alfombra. —Por favor, para. Te harás daño. —Tenía miedo de que se lastimara, no quería ver su sangre derramada, sus heridas. —Por favor, Eli, para.

—Lo entiendes. —Las lágrimas salieron de sus ojos—Me siento así cada vez que veo que te lastimas, con la misma impotencia de no poder hacer nada, con el miedo de que un día una de esas cortadas sea tan profunda que te arrebate de mi vida. —Al igual que la sangre en sus manos, sus lágrimas se hacían cada vez más fuertes. —Realmente no quiero que te vayas, no podría soportar perderte, jamás lo aceptaría. No puedo hacerlo sin ti. —La sinceridad en sus palabras y el dolor en su voz me destrozaban.

La verdad detras de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora