Capitulo 63

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La última semana había sido testigo de una serie de acontecimientos en el imperio. Evans, el príncipe heredero, se había dedicado incansablemente a brindar apoyo material y económico a las zonas afectadas por el ataque. Su presencia reconfortante y su actitud humilde ganaron el agradecimiento y la esperanza de las personas, quienes veían en él al futuro emperador.

Mientras Evans cumplía con su papel de príncipe, Elizabeth, la portadora de la Luz, había regresado después de medio siglo de ausencia. Al principio, algunos mostraban cierta reticencia hacia ella, preguntándose por qué había tardado tanto en revelarse como portadora cuando los dones generalmente se manifestaban a los 6 años. Sin embargo, Elizabeth respondía a las críticas con una triste sonrisa y pedía perdón a cada persona que la culpaba, generando comprensión y empatía.

A medida que el tiempo pasaba, la gente comenzaba a maravillarse con Elizabeth y eclipsaba el sacrificio de Kaizen en favor de su presencia. Las conversaciones oscilaban entre la tristeza y la esperanza, pero siempre había un atisbo de luz en el horizonte. Sin embargo, tras esa fachada, Elizabeth guardaba un oscuro secreto.

Mientras interactuaba con los ciudadanos, Evans mantenía diálogos llenos de esperanza y aliento. La gente lo veía como un líder que les devolvía la esperanza en medio de la tragedia.

Mientras tanto, en el templo, Elizabeth trataba a los heridos con dedicación y compasión. Sin embargo, cuando nadie la miraba, su sonrisa desaparecía y su rostro se volvía inexpresivo. Sus manos, que habían tocado las heridas de los afectados, eran lavadas con fuerza como si estuviera deshaciéndose de algo repugnante. Sus ojos, desprovistos de vida, enviaban escalofríos por la espalda.

Elizabeth se cuestionaba internamente la hipocresía y el egoísmo de las personas. Veía como algo lamentable que buscaran la felicidad en medio de tanta desesperanza. Mientras realizaba su labor, su monólogo interno reflejaba la oscuridad que albergaba detrás de su apariencia angelical.

Evans, en un diálogo con los ciudadanos, expresaba palabras de aliento y esperanza. Los elogiaba por su fortaleza y les prometía un futuro mejor. Sin embargo, en su interior, Elizabeth luchaba con sus pensamientos atormentados.

- ¿Cómo pueden ser tan ciegos?

Se preguntaba Elizabeth en su mente, mientras sus ojos perdían brillo.

-Ellos encuentran consuelo en su falsa esperanza. Su felicidad es efímera y vacía. No entienden la verdadera naturaleza de este mundo.

Elizabeth se encontraba sumergida en sus pensamientos oscuros mientras se lavaba las manos con fuerza, como si quisiera deshacerse de algo impuro. Sus expresiones feroces y sus ojos vacíos reflejaban su desprecio hacia todos aquellos que vivían con falsas esperanzas. Insultaba a la gente en voz baja, llamándolos tontos por creer en un futuro mejor y por aferrarse a una felicidad efímera.

En un momento de introspección, Elizabeth se detuvo frente a un espejo y se sorprendió al ver su propia expresión. Por un breve instante, su rostro mostró sorpresa, pero rápidamente volvió a su inexpresividad característica. Tocó su propio reflejo con desdén y pronunció un diálogo como si estuviera hablando con alguien más, mientras los recuerdos inundaban su mente.

- ¿Lo puedes ver ahora, Kaizen?

Murmuró Elizabeth, su voz cargada de amargura.

- Ellos no valen la pena. Su fe en una salvación ilusoria los ciega. ¿De qué sirve ayudarlos si solo persisten en su ignorancia?

En ese diálogo interno, un destello de tristeza atravesó sus ojos vacíos, mostrando un atisbo de dolor oculto. Pero la escena se vio interrumpida por un sacerdote del templo que tocó a su puerta, rompiendo el silencio tenso del lugar. Elizabeth, aunque momentáneamente distraída, se recuperó rápidamente y su rostro volvió a su inexpresividad habitual.

El Loco Tirano se Obsesiono ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora