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ITALIA, SEPTIEMBRE DEL 2023

Una semana allí, aquel fin de semana me decanté por ir a hacer algo de turismo. No había mucho que ver en el pueblo (a pesar de que es totalmente precioso) pero lo poco que había me apetecía verlo.

Había ido a trabajar por la mañana como era costumbre, comido ahí con Alejandro lo cual se hizo costumbre también y luego me fui a casa a descansar un rato. La siesta me había sentado bien, llevaba unos días duros mentalmente y eso me cansaba físicamente. Así que al despertarme de la siesta me vestí, cogí mi mochila y salí por la puerta de casa.

Busqué en internet qué poder ver para guiarme un poco y saber qué sitios son icónicos de ver. Empecé por las callejuelas antiguas, que eran bastante estrechas y me dediqué a ir haciendo fotos bonitas que me gustaron.

Luego me dediqué a pasear por la plaza más grande donde hice más fotos que me parecieron bonitas. Aún no había oscurecido estaba la vida en ese proceso de transición del horario de verano a empezar a oscurecer más pronto.

Todo era tan bonito, tan colorido. Ver como en algunas fotos se veían montañas y en otras la playa de refilón, reflejaba dos cosas preciosas.

Lo que más me impactó fue la iglesia, en concreto la Iglesia de Santa Antoquia. Entré a mirarla, era algo bonito de ver y a mí este tipo de cosas me gustaba. Siempre he dicho que el hacer turismo me fascinaba y no mentía, logré hacer alguna foto sin flash. Estaba segura que acabarían algunas en un recap de fotos variadas que verían tres personas contadas.

Luego me pasee por la playa, entre la Iglesia y las casas más antiguas. Era pequeña pero preciosa, desde ahí se veían montañas y atrás casitas de colores. De la mochila saqué una toalla algo más grande pero que era bastante fina y la coloqué bien en la arena. Con el tiempo que hacía apenas veías gente bañándose, era como si el pueblo se redujera un poquito.

Me había cogido una mochila un poco más grande que la pequeña que suelo llevar a todos los sitios. Me senté ahí habiéndome quitado los zapatos para no ensuciar la toalla.

Llevaba un vestido verde oscuro por encima de las rodillas de manga corta y una chaqueta porque ya empezaba a refrescar, los calcetines verde pastel que sobresalían por las Converse ya podían verse al habérmelas quitado.

Abrí Instagram después de días y me dediqué a subir en una misma publicación diez fotos de las que había hecho esa tarde. A parte de que hice alguna donde se viera el mar y el cielo que fue preciosa, por cierto.

En la descripción tampoco puse mucho, busqué la palabra turismo en el traductor y vi que se escribía igual así que con una bonita fuente de letras que encontré en Google fue lo que puse. Ni emojis ni nada, simple y sencillo.

Marqué el número de Julia para ver qué tal le iba todo, a pesar de que hablábamos a menudo por WhatsApp me apetecía hacer una llamada con ella. Me tumbé en la toalla, mirando al cielo, con las Converse al lado de la toalla, el libro junto a la mochila a mi lado.

―¡Alicia! ―Exclamaba Julia al otro lado de la línea, nunca me acostumbraré a su saludo.

―¿Cómo estás?

―Pues fenomenal, aunque se te echa de menos Alicia ―pude imaginarme que hacía un puchero.

―Oh vamos, seguro que estáis mejor sin mí ―me reí.

―No seas imbécil ―chillaba Rodrigo de fondo.

―Solo llevo... ¿una semana? ―Suspiré―. Es precioso este pueblo.

―Hemos buscado en Google fotos y la verdad que es de ensueño ―comentaba Julia―. ¿Has hablado ya con tu padre?

Que mi padre le haya pedido el divorcio a mi madre ya lo sabía, pero lo que no sabía era como sacarle el tema. No sabía si le dolía o cuan de afectado estaba.

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