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ESPAÑA, SEPTIEMBRE DEL 2024

Antes que nosotros pasaban las damas de honor con los padrinos, iban preciosas con ese tono de azul. Los amigos de nuestra adolescencia estaban presentes e incluso algunos de ellos eran quien nos abrían el paso (a excepción de Álex que no pudo asistir a la boda). Encabezaba la fila Julia y al otro extremo Rodrigo; detrás iba Sofía acompañada por Alejandro y por último Paula junto con Marcos.

Después de que cada uno estuviera colocado en su sitio, empezó a sonar la canción y diría que yo ya mezclaba el sudor de los nervios junto con las lágrimas que amenazaban con salir. La gente se levantó en cuanto las puertas se abrieron y me vieron agarrada del brazo de mi padre, Leo estaba al otro extremo del pasillo, mientras se limpiaba las lágrimas que le resbalaban por la mejilla. Con ese traje negro ajustado que le quedaba como un guante y la corbata azul pastel... Ahí plantado para casarnos.

Cuando llegué a su altura, sus ojos brillaban de las lágrimas que había soltado conforme había ido andando por el pasillo. Mi padre me dejó ahí dándome un beso en la mejilla y yéndose a sentar en su sitio, pero antes tuvo que decirle algo a Leo, estaba que me temblaba hasta el alma.

―Cuida mucho de mi hija ―le susurraba mi padre a Leo.

Este asintió con la cabeza con media sonrisa en su rostro.

La boda no era en una iglesia, era por lo civil así que el notario ahí frente a todos empezó a hablar en cuanto vio que todos volvían a sentarse atentos a lo que sucedía.

―Queridos amigos y familiares aquí presentes, nos hemos reunido hoy para unir a este hombre y a esta mujer en sagrado matrimonio ―decía pausadamente―. Leo, ¿recibe usted a esta mujer para ser su esposa, para vivir juntos en matrimonio, para amarla, honrarla, consolarla y cuidarla, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, durante el tiempo que duren sus vidas?

―Sí quiero ―contesta Leo mirándome a los ojos, los míos ya están llenos de lágrimas a la par que intento que no se me vaya el maquillaje.

―Alicia, ¿recibe usted a este hombre para ser su esposo, vivir juntos en matrimonio, para amarlo, honrarlo, consolarlo y cuidarlo, en salud y en enfermedad, guardándole fidelidad, durante el tiempo que duren sus vidas?

―Sí quiero ―dije apartando una lágrima.

―Repita después de mí ―le dice a Leo mientras tenemos las alianzas en frente.

―Yo Leo, te recibo a ti Alicia para ser mi esposa, para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe ―dijo colocándome el anillo.

―Repita después de mí ―me dijo esta vez a mí.

―Yo Alicia, te recibo a ti para ser mi esposo, para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe ―dije colocándole el anillo.

―En virtud de la autoridad que me conceden las leyes del Estado de la Florida, los declaro marido y mujer. Puede besar a la novia ―le sonríe a Leo.

Leo me acerca a él colocando sus manos en el surco de mi cuello, sus labios rozan los míos con delicadeza, ni si quiera sé cuánto tiempo pasa mientras la gente aplaude y silban a la par. El notario nos dio el momento para decir unas palabras, Leo sacó del bolsillo interior de su americana un papel doblado.

―A ver... ―Decía desdoblando el papel―. Joder que putos nervios ―negaba con la cabeza.

Resonaban las risas en el recinto, incluida la mía mientras le sudaban las manos a Leo.

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