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ESPAÑA, NOVIEMBRE DEL 2022

Me costó mucho estos meses seguir adelante a sabiendas de que quería huir lo más lejos posibles. No era feliz y era algo que tenía que cambiar. No quería ser manipulada, ni ninguneada, tampoco estar en una empresa donde me apagan el potencial que puedo sacar.

Daniel pasaba muchas noches fuera de casa, sé lo que hacía porque aparte de tumbarse en la cama oliendo a alcohol también olía a perfume de mujer. ¿Me dolió ese hecho? Sinceramente no.

Hay dos tipos de rupturas: las que suceden, aunque uno de los dos esté enamorado pero la relación no avanza y la que la relación se ha roto mucho antes de que se pronuncien esas palabras.

En mi caso, ese duelo de llorar por un desamor fue hace pocos meses. Cuando me di cuenta poco a poco que Daniel no era lo que aparentaba y tampoco lo que decía ser. Lloré muchas noches, me sentía culpable de lo sucedido.

Nadie a mi alrededor sabía por lo que estaba pasando, recuerdo lo último que le dije a Julia antes de caer rendida por aquella borrachera en la cena de empresa. Desde entonces ninguno hizo preguntas.

Estoy pasando por esto yo sola, sin Julia, sin Rodrigo y sin mi padre. Me había acostumbrado a que si caía siempre habría alguien que me recogería, pero, ¿y cuando no hubiera nadie? Es una pregunta que me hacía a menudo, lo que me llevó a hacer todo esto sola y en secreto.

Y no lo pasé ni lo paso nada bien, convivir con él y saber el daño mental que puede ocasionar es duro. Intento no hacerle caso y aferrarme a las pequeñas cosas que me mantienen con los pies en la tierra. A veces me voy a mi antiguo piso que uso como despacho y leo el cuento o me quedo un rato observando aquellos objetos tan personales de la caja que nunca abrí hasta entonces.

Así que cuando aquel día sin disimulo ninguno Daniel me dijo que me arreglara para ir a cenar a un restaurante cinco estrellas creo que vi una pequeña lucecita al final del túnel.

Me puse un vestido de manga larga ajustado, de color rojo (le encanta ese color), me puse unas medias transparentes con unos tacones negros. Me maquillé bien y me pinté los labios de rojo.

Una ha de estar lista para la acción.

―¿Dónde vamos? ―Inquirí en el coche.

―He reservado mesa en uno de los mejores restaurantes de Madrid, me apetece darte una sorpresa ―decía aparcando.

―Te veo de buen humor ―dije cogiéndole del brazo.

―Siempre lo estoy ―me miró de reojo.

No sé si era que con los meses he ido recuperando un poco de aquella Alicia que olvidé que existía, pero un poco más y pongo los ojos en blanco. Me contuve.

Nos sentamos en la mesa que nos tenían preparada, estaba todo muy bonito (aunque con el dineral que se va a gastar qué menos). Los manteles blancos impolutos con decorados discretos en dorado, un pequeño jarrón en forma de tubo con unas rosas rojas, cubiertos de plata... Parece que estuviéramos de banquete y no cenando.

Nos dieron las cartas y una copa de vino que invitaba la casa. Podría jurar que casi me atraganto con el vino mientras leía la carta. Vaya precios, por el amor de Dios. Yo tenía un buen sueldo, pero mis gastos llevan siendo los mismos desde que entré en la empresa cuando estaba en la universidad. Lo único extra es el alquiler, comida, agua y luz (cosa que se reparte entre los dos). Ver eso me sorprendió gratamente pero como no iba a pagar yo pedí lo más caro de la carta.

Apenas hablábamos de nada, no teníamos mucho en común y hablar de ciertas cosas era terreno pantanoso. Así que mientras nos traían el primero hablábamos de cosas del trabajo, luego trajeron el segundo y hablábamos de cosas triviales.

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