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SEPTIEMBRE DEL 2011


Al día siguiente cuando me bajé del coche Leo no estaba ahí. Luego entré a clases y tampoco estaba presente, salí a la hora del patio y no aparecía.

Cuando salí de clases de camino a mi casa decidí mandarle algún WhatsApp, pero no le llegaban y decidí probar con llamarle. Quise decir que fue una llamada, pero quizá fueron un par. Tampoco me cogía las llamadas así que el día transcurrió tal que así.

Quisiera decir que ese día no estaba preocupada, pensé se había puesto enfermo y no tenía batería, así que lo dejé pasar. Evité que se me notara en casa mi cara tan larga.

Pasó el tercer día de la semana, tampoco apareció por clases. Los mensajes seguían sin llegarle y las llamadas no le llegaban. Me preocupaba, pero no lo demostré. Mis padres tampoco preguntaban mucho por qué mi cara hablaba sola y decía que no estaba bien.

El cuarto día sí me preocupé bastante porque seguía sin venir a clases, los mensajes tampoco llegaban y las llamadas se perdían por el aire. Decidí actuar.

―Profesor Manzanares ―dije cuando ya no había nadie en clase, era última hora.

―¿Pasa algo Alicia?

―No sé nada de Leo desde el lunes que quedamos para ayudarle con Literatura, ¿sabría algo? ―Dije jugueteando con los dedos.

―Solo nos dijo su madre que estaba enfermo, nada más ―decía él―. Si fuera algo más confidencial no podría decírtelo Alicia.

―Entiendo, gracias de todas formas.

Llegué a casa y me centré única y exclusivamente en deberes, apuntes y poca cosa más. Me pasaba el día escuchando música, pero la música me recordaba a que no sabía nada de Leo, ¿y si le había pasado algo grave?

El quinto día de clase y último tampoco vino. Me rendí al mandarle mensajes porque sentía que me estaba pasando, tampoco teníamos tanta confianza y me parecía pesado. Volvía a sentirme sola de nuevo, era como si la compañía de Leo hubiera hecho que me olvidara del resto de cosas.

Él era extraño a su manera, aunque adorase la música también adoraba el arte. Leía libros a menudo y era fan de mirar memes. Era una caja de sorpresas, pero me sentía cómoda, de verdad me sentía muy bien y eso en cierta manera me sorprendía y hacía que se me encogiera el estómago.

Leo era como un torbellino porque apareció en mi vida de sopetón y sin saber por qué, vino de la nada y se quedó para todo. Sacudió los cimientos y cualquier día estos se desplomarían.

El domingo estaba tirada en mi cama leyendo la revista Bravo, la compraba de vez en cuando en el quiosco y como esta semana no hice mucho decidí cogerla.

Era como si con Leo estuviera viviendo la vida y sin él todo volviera a la monotonía. Dios Alicia, es una persona y no puedes depender de nadie. Era así y me sabía hasta mal.

Entonces sonó mi teléfono, Leo.

―¿Leo? ―Dije reincorporándome en la cama.

―Alicia ―saludó.

―¿Estás bien? ―Quisiera haber sonado menos preocupada, pero todos sabíamos que no era el caso.

―Sigo vivo si es lo que te preguntas ―reía al otro lado de la llamada.

―Mierda, deja que te llame yo que gastas datos.

No dejé que dijera nada, colgué y llamé yo. Me sabía tremendamente mal que gastara todos sus datos en llamarme.

A TRAVÉS DEL TIEMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora