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ESPAÑA, ENERO DEL 2012

Año nuevo fue bonito, tomamos las uvas como cada año y vimos el famoso vestido de la Pedroche. Era una costumbre española.

Justo a las doce, me fui con Leo a dar una vuelta y a hacer lo que siempre hacíamos. Cantar por la calle como si no hubiera un mañana, bebimos alguna cerveza que Rodrigo nos consiguió de una forma poco legal y yo que nunca había bebido alguna me subió demasiado rápido.

Aún recuerdo el sabor amargo del vómito una vez pasó el rato y acabé en una esquina de alguna calle de Madrid con Leo sujetándome el pelo mientras el ácido subía por mi garganta.

Empezaba un año nuevo, vida nueva. Al menos eso era lo que decía la gente para excusarse a empezar a ir al gimnasio, tener nuevos hábitos, cambiar de vida. Para mí simplemente era un contador hacía atrás en vez de hacía delante, sentía como que cada día que pasaba era un día que tachar del calendario.

Daba vértigo.

***

Enero es el mes en el que Leo cumple años, en concreto un veinticuatro. Caía entre semana, ya que era en martes.

Llevaba días buscando el regalo perfecto para Leo, tan solo cumplía diecisiete, pero para mí era importante darle algo que no olvide nunca.

Un día paseando por Madrid vi una pulsera en una joyería, se podía personalizar al gusto de cliente y me pareció la mejor idea que se me podría cruzar por la mente.

Leo era aficionado de la fotografía, cada vez su pasión incrementaba así que cuando entré en esa joyería vi una cadena de aquellas que llevan una chapa en metálico, pero les pedí que grabaran una cámara de fotos.

―¿Quiere poner algo más? ―Me dijo la chica―. Una fecha, letra o algo.

Me quedé mirando a la nada, pensando en sí de verdad parecería una cursilería o no.

―Pon una A ―acabé diciendo.

La mujer asintió y acabó de ponerlo en aquella máquina que estaba grabando la chapa del collar. La chica acabó poniéndolo en una cajita de terciopelo negra y envuelto en papel de regalo, luego lo metí en la bolsita para meterlo en mi mochila.

Pagué con la tarjeta y me fui de ahí con el corazón encogido. ¿Le gustará? Quizá parecía demasiado el hecho de ponerle un A, quería que me recordara siempre, que no se olvidara de mí. Ese era uno de mis miedos. Estaba tan acostumbrada a ser invisible en mi casa que luego temía que la gente me abandonara o nunca se acordara más de mí.

El martes por la tarde habíamos quedado Rodrigo, Leo y yo para celebrar su cumpleaños. Iríamos a comer al MccDonalds para luego ir a las barcas del Retiro, un plan un tanto extraño, pero nosotros nos conformábamos con poco.

A mí en particular los cumpleaños me solían dar pereza, igual era porque daba miedo cumplir años. Era como que poco a poco te ibas dando cuenta que ya no eras un crío.

Yo cumplía en agosto y odiaba cumplir años. Se echaba de menos llegar del colegio en primaria, sentarme a hacer deberes, luego ducharme y ver Disney Channel. Una época en la que no importaba nada más que ver Patito Feo y poco más.

Ya no servían las excusas, ya no podías pensar que era un niño pequeño. Creces y con ello te vas dando cuenta que la vida se te escurre entre los dedos, que necesitas avanzar, madurar y ser mejor persona. ¿Dolía pensarlo? Depende de cómo te lo mires, a mí en particular sí.

Porque crecer significaba que me aproximaba a un futuro totalmente planeado, que no tenía escapatoria, que no podía fantasear con ser aquello o lo otro. Nada de eso.

A TRAVÉS DEL TIEMPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora