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ITALIA, DICIEMBRE DEL 2023

Hacía muchos años que no decoraba la casa como es debido en Navidad, el año en el que todo me dejó de hacer ilusión lo abandoné. Mis padres ponían el árbol y listo. Luego me independicé y ahí no llegué a poner ni eso, simplemente seguía el día a día como si esa festividad no existiera.

Pero yo en el fondo seguía adorando la Navidad, era algo que siempre estuvo en mí solo que pasé por unas malas rachas y dejé de verle lo atractivo.

―¡Alicia! ―Decía Julia, enfadada a las nueve de la mañana.

―¿Qué he hecho ahora?

―Pues que no hay nada adornado de Navidad ―bufó―. ¿Cómo es eso? ―Dijo en posición de jarra.

―Pues porque no me he acordado o porque me ha dado pereza, quizá las dos cosas ―apunté con media sonrisa.

―Me he encontrado esta caja ―dijo yendo a buscarla y colocándola en la mesa del comedor―. Hay muchos adornos navideños, no tendrás árbol, pero espero que con el tiempo pueda ver uno.

―¿Vais a decorar ahora la casa? ―Se reía mi padre.

―Julia no puede dejar que tu hija pierda el espíritu navideño ―se burlaba Rodrigo que se estaba abrigando.

Había decidido pasar el día con Alejandro, conocer el pueblo y así pasar tiempo en compañía. Se llevaban muy bien, pero era algo que yo veía venir antes de que se vieran en persona.

―¡Bájate de ahí! ―Me chillaba Julia mientras iba a abrir la puerta puesto que habían llamado al timbre.

―¡Me has dicho que cuelgue esta mierda! ―Chillé yo.

―¡Pero que te vas a caer! ―Volvía a escuchar su voz más cerca.

―Buenos días ―era María―. Os he traído un buen desayuno, chocolate, café, churros...

―¡Que no me voy a caer! ―Le repliqué a Julia.

―¡Esa escalera no me infunde confianza! ―Me decía ella.

―¡No haberme dicho que adorne la casa! ―Dije mientras enganchaba una guirlanda en la zona de la entrada al pasillo.

―¿Cuánto llevan así, Hugo? ―Preguntaba Leo.

―Desde que Rodrigo se ha ido con Alejandro ―comentaba―. Parece que vuelvan a tener veinte años, bueno en el fondo creo que los tienen ―se reía él, todo digno.

Me bajé de la escalera con cuidado y me quedé mirando a Julia cruzada de brazos, ella alzó la mirada para toparse con una guirnalda bien puesta.

―No puedes darme estos sustos ―me recriminaba.

―Haberme sujetado la escalera ―apunté yo con media sonrisa.

―¡No pensé de verdad te ibas a subir! ―Refunfuñó.

―¿Churros? ―Decía Leo.

A las dos se nos iluminó la mirada y fuimos directamente a la cocina a por ellos, aunque creo que María había dicho algo.

―Menos mal te han escuchado ―suspiraba María con una sonrisa.

―Es que mientras se chillan creo que es mejor no intervenir ―escuché decir a Leo.

―Eres más rara que un piojo verde ―me decía Julia.

―¿Por no mojar el churro en chocolate? ―La miré de reojo.

―Todos los placeres de la vida no te gustan ―hizo un puchero.

―¿Siempre están igual? ―Reía Leo.

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