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ITALIA – ESPAÑA, AGOSTO DEL 2024

Leo se había mudado a mi casa desde la semana en la que le pedí oficialmente ser pareja, Alejandro ganaba el dinero suficiente como para poder pagárselo él solo así que lo primero que dijo fue: Qué bien, me he independizado por segunda vez. Tuvimos que reprimir la risa mientras hacíamos la mudanza.

Mi casa con todas sus cosas cambiaba totalmente, mi librería se había ampliado con creces y por no hablar de los vinilos ya que no mintió cuando me dijo que nunca dejó de coleccionarlos. No sé cómo hicimos para que todo estuviera ordenado y en armonía.

Tampoco me costó hacer espacio en el armario puesto que en Italia apenas tenía exceso de ropa, no como en Madrid que cuando me daba la vena me iba a comprar para gastar un mínimo de lo que tenía en la cuenta bancaria a tal punto que no cabía ni un ápice de nada.

Julia estaba que no podía apenas ni moverse, ¿a qué viene esto? Pues que queda una semana para que dé a luz, tenemos dos maletas abiertas de par en par para irnos a Madrid. Sí. Madrid.

No he vuelto desde hace casi un año, he de admitir que tengo algo de miedo, pero a fin de cuentas adoro mi ciudad y mi país. La cultura que tenemos, la deliciosa gastronomía, los paseos por Gran Vía, pasar la noche en Sol... Todo aquello que dejé atrás pero que poco a poco se va introduciendo de nuevo en mi vida.

―¿Has cogido los pasaportes? ―Preguntaba Leo mientras acababa de cerrar la maleta.

―Sí, los tengo ―levanté la mano―. ¿Tu madre está con Greta y Alejandro?

―En la estación para despedirnos.

―Bien pues yo ya lo tengo todo ―dije mirando mi mochila para ver si tenía todo lo que llevaba a mano.

Cogimos las asas de la maleta y salimos cerrando la puerta con llave. No nos íbamos mucho tiempo, pero la estación no estaba lejos, allí nos esperaban los tres los cuales nos dijeron que tuviéramos mucho cuidado y que le mandáramos fotos de Madrid.

Después de tren y autobuses logramos llegar al aeropuerto de Pisa donde cogimos el avión destino Madrid.

Sentía un nerviosismo insano ahora mismo, volver a la ciudad de la cual había huido sin mirar atrás y la que me asfixió en cierto modo. Aunque adorase mi ciudad he de admitir que no siempre fue todo lo bonito, me encanta la ciudad como sitio en el que vivir, pero no necesitaba estar ahí en ese momento.

Cuando aterrizamos en Madrid estuve a punto de vomitar, pero por el pánico, el mismo lugar que estaba pisando fue el sitio donde anduve para huir de mí misma principalmente. Leo me agarró fuerte la mano que teníamos libre, me miro de soslayó con media sonrisa indicando que estábamos juntos en esto y que no me iba a dejar sola.

Logramos visualizar a Rodrigo ya que Julia nos esperaría en su casa, dice que tiene los tobillos hinchados, que le duele vivir, le pesa el alma y que parece un pingüino cada vez que anda. Citado textualmente de un mensaje de WhatsApp. Leo y él se abrazaron fuertemente en cuanto se vieron con un par de golpecitos en la espalda, saludándose animadamente y luego fue mi turno de abrazar a Rodrigo. Lo había echado de menos, estuve tan acostumbrada a tenerlo diariamente en mi vida durante tantos años que cuando me fui a Italia se me hizo extraño no tener donde ir cuando me sentía mal, supongo que eso fue lo que constituyó que aprendiera a tenerme a mí misma.

―Vas a ver la guarida de Alicia ―decía Rodrigo al volante.

Nos llevaba al piso de Gran Vía el cual ha pasado por tantos cambios como yo, Julia se encargó durante el embarazo para redecorar todo un poco (decía que se aburría). Así que entre lo que sucedió cuando me fui a Italia el cual todas mis cosas volvieron a ese piso, la remodelación de Julia que significaba poner toda la ropa en su sitio (que a saber qué me encuentro), entre otras cosas... me daba miedo.

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