Capítulo 82 | Fuera de control

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Nil

Si hacía unos días pensaba que todo se estaba yendo a la mierda, me había quedado corto. Cuando vi que Ciro desenfundaba su arma y apuntaba a Emilio con ella, supe de verdad que todo estaba fuera de control. Se nos había ido de las manos. Mireia lo había visto todo y estaba sufriendo un ataque de ansiedad.

Intenté calmarla, pero la imagen que tenía ante sus ojos era incomprensible. Ninguno de los dos podía unir dos pensamientos coherentes acerca de lo que habíamos presenciado. Ciro había asesinado a Emilio. ¿Por qué? ¿Tan cegado estaba en proteger a Mireia? Ciro nunca hacía nada sin un motivo y aquello... Joder, era el padre de Mireia. ¿En qué cojones estaba pensando?

La había sacado de la sala para que no lo viera. No debería haber visto a su padre morir. No se lo deseaba a nadie, pero es que a ella todavía menos. Yo vi morir a mi padre y la impotencia que llegué a sentir es horrible y tan desmesurada que no cabe dentro de una persona. Es un recuerdo, una pesadilla, que se te queda grabado de por vida. Pasó tiempo hasta que conseguí seguir adelante sin pensar en ello a cada segundo.

Para Mireia no sería tan fácil. El asesino era él, el hombre al que amaba, con el que se había casado y con el que iba a formar una familia. Eso rompería a cualquiera. Por eso, al verla en ese estado de angustia y desesperación, no podía evitar romperme con ella y sentir su dolor como si fuese el mío propio.

—Lo siento mucho, lo siento muchísimo... —le susurré mientras poco a poco iba recuperándose y respirando mejor.

Todavía la sacudían los sollozos. Su llanto se había mezclado con mi sudor. Se aferraba a mí como a un salvavidas en mitad del océano. Tomó otra fuerte bocanada de aire. Se me volvió a erizar la piel. Verla así... me hacía temblar.

—Respira hondo.

Era una súplica. A pesar de mi experiencia, no sabía qué hacer.

De veras, procuró hacerlo. A veces conseguía calmarla, otras parecía que todavía le faltaba capacidad pulmonar para almacenar todo el aire que el cuerpo le pedía.

No sé cuánto tiempo estuvimos en el pasillo, abrazados. Desde allí había escuchado cómo Ciro rompía muebles y pegaba puñetazos en las paredes. Lo oí gritar y gritar, desquiciado perdido. Yo todavía no podía asimilar lo ocurrido. Estaba absorto. Nunca había visto a mi mejor amigo así. Jamás había perdido el juicio de ese modo.

Ni cuando tuvo que vender la fábrica del norte porque impliqué a una inocente —que había sido mi peor cagada hasta el momento—, ni cuando los persiguieron a él y a Mireia a la salida del centro de rehabilitación y les dispararon, tampoco cuando supo que habíamos tenido un accidente en la moto porque uno de La Careta nos persiguió. Ni siquiera cuando apaleó, mutiló y mató a Víctor pensando que podría haber descubierto lo que tenía con Mireia, tampoco cuando atacaron en la boda y Mireia estuvo a punto de recibir una bala.

Esa noche salió lo peor de él. Y qué tan oscuro era el fondo...

Hasta qué punto llega una persona para sacar lo peor de sí mismo. Da pánico ser consciente de que todos tenemos dentro una cruz así, pero es la puñetera realidad.

—Vamos a casa, Mireia —le pedí todo lo templado que pude.

Ella asintió. La ayudé a levantase y juntos caminamos hacia las escaleras. Tiritaba de frío, así que me quité la sudadera y se la pasé por la cabeza. Salimos y el clima fresco de la madrugada me golpeó la piel desnuda de los brazos y atravesó la fina tela de mi camiseta.

Estaba deseando largarme de allí. Por Mireia y porque yo era el siguiente de la lista. Cogí mi moto, que estaba aparcada junto a las de Mateo y otros dos más. Le pasé el casco a ella, pues era el único que tenía. Me subí y arranqué el motor.

El lobo de la mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora