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Hay un ruido molesto en su oreja izquierda, similar al pitido del silbato de su profesor de educación física cuando fingía estar trotando, pero en realidad solo se quedaba conversando con sus compañeros. Ha pasado mucho tiempo desde entonces.

La oscuridad lo abraza por completo, una gigante capa negra tapando toda su vista, no logra discriminar nada más que no sea eso, por más que intenta aclarar su vista, son los mismos rayos de sombra cubriendo su camino. Se siente volar, ni siquiera está seguro de haber despertado aun.

O de estar vivo.

Las sombras comienzan a convertirse en figuras amorfas, pequeñas luces flotando en el centro del universo, millones de ellas que le recuerdan a las luciérnagas en su patio, alguna vez, en verano pudo apreciarlas. Levanta lo que cree ser su mano e intenta tocarlas, pero estas se desvanecen tan pronto las acaricia. Confundido, intenta retroceder, pero la sensación de estar volando lo hace tambalear, pierde el equilibrio y cae hacia atrás.

Va cayendo, o quizás está subiendo a algún lugar. Lo único que puede ver bien son las luces moviéndose a su alrededor de forma rápida, tan rápido como él se mueve desde su inconsciencia. Es un lugar demasiado extraño, pero no le incomoda, porque hay algo agradable en lo desconocido, en toda esa oscuridad y en su mente en blanco.

No sabía que podía hacer eso, no sabía que podía silenciar sus pensamientos.

Cae sobre lo que parece ser un colchón, aunque no siente nada, solo sabe que se detiene porque las luces han dejado de moverse y comienzan a formar un escenario que se le hace ligeramente familiar, pero no tiene la menor idea de donde lo ha visto antes. Logra observar el techo blanco sobre él, paredes de color celeste, cuadros con fotografías borrosas y voces similares a chillidos fuera de la habitación.

Se reincorpora con cuidado, no es más que una pieza común y corriente, tiene un armario gigante y algunos juguetes viejos acomodados en esquineros dorados, inundados en nostalgia que no le permite al dueño deshacerse de ellos. Mira sus propias manos con cierta confusión, pues sigue sin reconocerse y es demasiado extraño. ¿Está muerto?

Cuando mira más allá, descubre que hay una niña viéndolo desde la puerta, largo cabello negro, tan liso como una tela de seda, ojos redondos y labios pequeños. Debe tener trece o catorce años, es delgada y viste completamente de rosa, flores pequeñas en su cabello y colgando de sus orejas como aretes.

Ella sonríe de pronto.

─Hasta que despiertas ─voz suave, irreconocible.

Frunce el ceño, se señala a sí mismo, mira hacia atrás, pero solo ve más cuadros y la pared celeste. Le estaba hablando a él.

─¿Qué te pasa? ─la niña ríe, sus ojos se vuelven pequeños y casi invisibles, a pesar de que son grandes desde su perspectiva─. Dormiste casi una década, dijiste que solo ibas tomar una siesta. Ya está todo listo.

─¿Todo listo?

Asiente en modo de respuesta y extiende su pequeña mano delgada para que la tome. Y así lo hace, encontrando por fin un poco de calidez, después de haber estado flotando en la oscuridad, le reconforta haber encontrado luz real y no imaginaria, incluso si no reconoce ese lugar, ni mucho menos a la niña que jala su mano fuera de la habitación. Como si ella lo conociera de toda la vida.

Los rayos del sol golpean su rostro tan pronto se encuentra allí, una gigante sala de estar con colores pastel lo recibe, ventanales grandes con plantas a cada lado. Las voces se intensifican, solo entonces, se da cuenta de que hay más niños, la mayoría cercanos en edad a la chica que sigue tomando su mano.

Lo arrastra por la casa con una sonrisa tierna, el cabello largo se mueve de un lado a otro, y gracias al viento que viene desde el sur, descubre que su perfume es dulce. Inunda sus fosas nasales, aunque no le da tiempo para pensar en ello, cuando puede visualizar lo que parece ser el patio. Cesped verde, una piscina en el centro, mesas con frituras encima y cinco adolescentes hablando entre ellos, riendo fuerte de algo que les resulta muy gracioso.

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