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El insoportable frío se está apoderando de todo su cuerpo, comienza por sus pies que traen unas calcetas cortas que le regalo su hermano en navidad, sube por la debilidad en sus piernas, ataca su pecho afligido, pone mucho más peso en sus hombros y termina por entumecer su rostro. Las ojeras allí son notorias, casi del tamaño de sus dedos, y también, las cuales reflejan lo poco que ha podido dormir desde que la muerte se presentó frente a él como si no se hubiese llevado su vida hace muchos años atrás.

Su padre había ido a trabajar, igual que siempre. A Jeno le hubiese encantado colgarse de su pierna como lo hacía de pequeño y pedirle por favor que se quede con él, que no lo abandone como todos acostumbraron a hacer. Pero Jeno es grande, sabe que los problemas ya no se resuelven así, y ademas, no le ha contado a ninguno de los dos lo que vio aquel día.

Tiene que hacerlo, es muy consciente de ello, ¿pero como si ni siquiera él mismo ha podido asimilarlo?

Esconde su rostro helado entre sus manos congeladas, debería sentirse un poco mejor, darse el calor que no logra encontrar ni teniendo la estufa prendida desde temprano, porque si no es él, entonces nadie más podrá. No puede, está atascado allí, encerrado en la misma casa donde sus demonios nacieron y donde casi le dio fin a lo que tanto lo perseguía, sin descanso, sin pensar en que solo fue un adolescente triste que intentaba encontrar paz.

Y no sabe si es Dios, el universo o lo que sea que haya sobre él, pero su melancólica sesión con la muerte se ve interrumpida por unos suaves toques en la puerta que sacuden su mundo entero.

Y Jeno siente miedo, le aterra abrir y verla allí, esperando para llevárselo al infierno con ella.

No puede ser, ¿verdad? 

Llena sus pulmones de aire en un último intento de ser valiente, y como si ya no le importase caer al abismo, camina en la dirección de la puerta. A pesar de que su mano tiembla, Jeno no tiene mucho que perder. En ese punto de su vida, nada puede cambiar significativamente, nada puede sorprenderle, nada puede ser peor.

Nadie puede ser peor que él mismo, ni siquiera su madre.

No obstante, el aire retenido se queda atascado entre su garganta y su nariz. Allí no está la muerte esperándolo, representado a cada uno de sus miedos de pequeño, persiguiéndolo en sus sueños y siendo más realidad que fantasía. Todo lo contrario, ahí está la vida.

Na Jaemin.

Jeno se queda sin palabras, el frío compitiendo con el calor en sus mejillas al verlo tan repentinamente. Luciendo como el precioso ser humano que siempre ha sido; el cabello castaño que todo el tiempo se encuentra desordenado, la mirada comprensiva y todo de él que se siente como un verdadero abrazo al corazón.

─Viniste... ─murmura, más para sí mismo que para el otro chico─. ¿Qué haces aquí?

Jaemin no responde, atraviesa el marco de la puerta y abraza a Jeno con todas sus fuerzas. Inmediatamente siente el frío en aquella casa y también en el cuerpo algo tembloroso de Jeno.

El invierno se había adelantado ese año.

─¿Por qué no vendría? ─susurra en su oído, al mismo tiempo que le regala caricias en la espalda.

Jeno corresponde al gesto, lo abraza también y sus ojos que creía que ya se habían secado, vuelven a llenarse de lágrimas. Porque se volvió una maldita costumbre, tal vez es la confianza que le tiene a Jaemin o el hecho de que haya sido su lugar seguro desde que lo conoció, no puede evitar romperse como un vaso cayendo al suelo.

Dream BabiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora