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Hesíodo menciona en los textos de Homero que los hombres decidieron convertirse en démones que acompañaban a los mortales y los guiaban hacia la divinidad, creyente de que los simples humanos podían convertirse en dioses. 

Se refiere a ascender, alcanzar la inmortalidad y vivir igual que los hombres. Son textos muy antiguos, cuando las personas aun no se habían alejado de la espiritualidad y la fe, antes de que la perversión y la ignorancia atacara sus cerebros, dejando en libros viejos y olvidados la evidencia de que fue así alguna vez, los cuales fueron tachados como un mito siglos después. 

Y tal vez, el ser humano esté lejos de poder ascender a la divinidad, pero hay actos y pensamientos que los acercan a algo conocido como la "perfección".  

¿Qué es ese absurdo pensamiento de dejar que la maldad se escurra por nuestros dedos? Apartando la vista ante las injusticias, temerosos de terminar envueltos en algo de lo que inicialmente no eran parte, incapaces de cuestionar.

Donghyuck está muy lejos de sentirse como un dios, cree que solo es un soldado más, tal vez un peón, el primero en avanzar en la mesa de ajedrez para cuidar lo más importante para él. Y como todo soldado, sabe cuando debe accionar, cuando es momento de correr con la espada en mano y su armadura oxidada por la tormenta que los ha arrasado.

─¿Tienes las llaves del auto de Minho? ─pregunta, tomando a Han Jisung del hombro.

Este ultimo lo ve con la mirada perdida, pueden sentir el olor a humo, el plástico derritiéndose sobre el cemento, son conscientes de lo que sucede allá adentro, es por eso que anticipa los hechos. Ella saldrá en cualquier momento, va a escapar, porque es una mujer inteligente y ha desperdiciado todo su potencial en esa venganza sin sentido, no le sorprende en lo mínimo que las cosas salgan tal y como lo había planeado.

Por supuesto, no considero en sus ideas que un chico con la costilla rota y a punto de volver a tener la perdida de su vida por segunda vez, interrumpiría sus planes.

Camina como puede hasta el auto negro de Minho, el que tantas risas le trajo en un pasado y que a tantos destinos los llevó. Enciende el motor, escuchando los propios latidos de su corazón en sus oídos, casi explotando junto a esa maldita escuela. De saber que todo terminaría donde comenzó, la habría incendiado él mismo, pero incluso si lo intentaba, ella seguiría estando un paso más adelante.

Hay una ambulancia frente a ellos, patrullas de policías y personas que se detuvieron a ver qué es lo que está sucediendo. Su sangre arde y logra ver por el retrovisor como el fuego se escapa por las ventanas del internado, aquella habitaciones donde una vez se quedó hasta la madrugada, riendo sin parar.

Le quitó absolutamente todo.

Y cuando la ve salir por una puerta lateral, vestida con un saco negro encima para no ser reconocida, avanza un poco, el motor rugue y sus nudillos se vuelven blancos sobre el volante.

Ella entra a uno de los tantos autos, cree que va a escapar, realmente piensa que será fácil de borrar los últimos sucesos, que puede arrebatarles la felicidad y luego solo huir. A diferencia de ella, Donghyuck nunca fue capaz de huir en su totalidad, siempre regresando a la escena del crimen porque eso es lo que lo vuelve humano; la culpa. Algo de lo que esa mujer carece en su totalidad. Enciende su auto y avanza lentamente, intentando pasar desapercibida entre tanto escandalo, tiene sentido, hace poco vieron como un montón de intento de adultos corrían de allí, uno de ellos al borde de la muerte, dos dentro aun.

Es entonces cuando Donghyuck acelera no solo por él, sino por todo lo que les robó a lo largo de los años, las dudas que sembró en sus cerebros jóvenes, el daño irreversible que le provoco a algunos y el eterno que siempre llevara su propio hijo. Va tan rápido que incluso el dolor de su costilla desaparece por la adrenalina.

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