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La culpa debería considerarse la peor de las sensaciones existentes.

La culpa nos obliga a movernos, a nadar sobre aguas tenebrosas, sucias y peligrosas, solo porque creemos que lo merecemos. La culpa es viento de invierno en un caluroso verano, flores de cerezo creciendo en otoño, playas congeladas con un sol gigante sobre ellas. Puro y eterno sufrimiento.

¿Pero qué somos sin ella?

Tan necesaria como dañina, igual que el veneno, igual que las personas.

Sus manos tiemblan y pesan un poco, tiene que mirar hacia abajo, el pequeño rostro de su hermana ilumina todo, aunque el peso sobre su cuerpo no tiene nada que ver con ese diminuto bulto. Más que nada, es su culpa colgando de sus hombros como un espíritu que está dispuesto a atormentarlo por el resto de su vida.

─Hola ─Minho lo saluda desde la camilla, su sonrisa crece poco a poco en su rostro y la mirada cae lentamente a sus brazos ocupados. Mark se queda inmóvil, no sabe cómo hacerlo.

Había pensado en ese momento tantas veces, ansioso porque su hermano despertase de aquel pesado sueño, imaginó muchos escenarios, pensó en tantas palabras para decir, pero nada de eso pudo permanecer hasta su llegada. Todo es blanco en su mente, en la habitación y en su corazón.

Y si sangra, será evidente.

Traga en seco y avanza lento, incapaz de mirar a Minho a los ojos, aun sabiendo que su hermano nunca le apartó la mirada de encima. Nunca lo había hecho, después de todo. Ni siquiera cuando decía odiarlo.

─No puedo creerlo ─dice Minho otra vez, la respiración atascada en sus pulmones al darse cuenta de la situación. Es ella, piensa. Su corazón sintiéndose lleno de amor─. Es tan pequeña...

─Nació el día que despertaste ─Mark susurra, los ojos fijos en la copia diminuta entre sus brazos, la niña lo mira de regreso, como si supiese que lo necesita─. Es una completa locura.

Minho ríe y Mark se atreve a mirarlo.

Sus ojos son pequeños porque está sonriendo, el cabello negro cae con suavidad sobre su frente, zona protegida por una venda blanca que está tan desordenada como su uniforme en tiempos de escuela. Hay cosas que jamás cambian. Y aunque puede ver heridas en lugares donde estarán por siempre, Minho no se ve afectado en lo absoluto. La felicidad se desborda por sus poros y lo ve extender los brazos, pidiendo que la lleve hasta él.

Así lo hace, la niña ni siquiera se inmuta, y luego, Mark Lee está observando una de las escenas más desgarradoras que le tocó ver alguna vez. Su corazón se infla, y sin preverlo, comienza a llorar.

Así sin más.

─Tiene tus facciones, que injustas son algunas cosas ─bromea él, apega a la pequeña a sus brazos y le remueve el cabello delgado con sus dedos, parece una muñeca─. Es demasiado linda, creí que estaría toda arrugada y fea... ¿O realmente lo es y solo pienso es que linda por ser ella?

Mark ríe, las lágrimas corren por su rostro con facilidad, pero se siente tan bien. Suelta todo lo que le estuvo torturando desde que aquel infierno inició. Es cómodo llorar en silencio, mientras ve a Minho derretirse por su hermana, la que tanto le atemorizaba tener. Y ahí estaba, él vivo, ella conociendo a su otro hermano. Verano y primavera tomándose de la mano en el cambio de estaciones.

─No, de verdad es linda.

El ya no menor eleva la mirada y sus ojos también se cristalizan.

─¿Por qué lloras? ─pregunta en un susurro.

¿Por qué no hacerlo?

La tensión es liberada de sus hombros, no sabe qué decir, son tantas cosas y a la vez nada. La imagen se guarda en su mente, probablemente, el día en que muera y sus últimos minutos de vida tenga que repetir los recuerdos más memorables, estará aquella allí. Niega con la cabeza y traga el nudo de su garganta, ya todo está bien, todo mejorará. Si están juntos, así será.

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