ℂ 𝕒 𝕡 í 𝕥 𝕦 𝕝 𝕠 𝟠𝟘

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◆◆ 𝓓𝓪𝓮𝓷𝓪 ◆◆

Compartía una habitación pequeña con otras dos. Hace un rato que dormían.

Berón era el peor lord de todas las cortes. No podía evitar comparar esto con aquel castillo en el continente.

Desperté a la par de ellas.

Amarre mi cabello, ahora rubio con cintas de color mostaza, sujete el vestido marrón con el corset, los zapatos de tacón bajo eran incomodos.

Seguí a mis compañeras. Llamamos a la puerta. Con el permiso de ella entramos a la gran habitación, llena de hojas de bronce y tapices de naturaleza otoñal. No era necesario si tenías aquella vista fuera de las ventanas.

Encendí la chimenea, mientras una recorría las cortinas y la última levantaba a la dama con cuidado. Zinnia la que está en las cortinas señaló una bata, fui por ella. Iratze ayudó a la dama a colocársela.

¿Por qué hacía tanto frío aquí?

Estuve quieta a tres pasos de ella esperando órdenes.

Su cabello rojizo me recordaba al de Lucien. Cyra tenía pequeñas y fuertes manos, una piel pálida parecida a la seda, incluso sus ojos parecían tener el color del ocre y un tono rojizo mezclados.

—¿Te has enfermado Sialuk? —negué. Así se llamaba su prima, muy lejana. Yo. La verdadera Sialuk. —Bien

No dijo nada más. Zinnia comenzaba a cepillar su cabello, la otra le mostraba vestidos y yo joyas.

Adornaron su cabello con avellanas y una pequeña diadema de bronce, sobre su cuello un collar de bayas rojas como rubíes relucía. Dejó un anillo en su mano derecha. Iratze le ajustó un cinturón marcando la cintura.

La seguimos por el palacio, hasta llegar al gran salón, ahí donde las pinturas de los muros eran muy llamativas, aves, zorros, alces, ciervos, cuervos y sobre todo osos las adornaban.

Beron yacía en su trono otoñal con cientos de bayas rojas y hojas de bronce con oro lo decoraban, a sus lados el fuego bailaba. Su rostro ya viejo parecía una más brillante.

Frente a mí no estaba Cyra, ni Beron, sino aquellos viejos reyes muertos, aquel príncipe asesinado y borrosamente Rewin.

—Buen día a su gran señoría, que la madre lo bendiga hoy —nos inclinamos cuando Cyra terminó de hablar.

—El día es bello por tu llegada —se puso de pie, acercándose a su esposa, tomó con cuidado su mejilla. —Vamos

Camino encabezando la fila, el comedor estaba bañado por la luz del sol otoñal. Cada uno tomó asiento en aquella mesa. Al ser pariente de ella, estaba en medio de la pirámide. En esta mesa todos eran altos faes, no había ningún mestizo o bajo fae.

La Diosa De La Oscuridad ✴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora