ℂ 𝕒 𝕡 í 𝕥 𝕦 𝕝 𝕠 𝟜𝟜

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— 𝓓𝓪𝓮𝓷𝓪 —


Pasamos otro día hablando de que hacer, dormimos en mi habitación. Nada nuevo, y nada fuera de lugar.

Le pedí ropa nueva, me dio una de Jurian y de Lucien, las ajusté. La camisa que me dio de Lucien parecía un vestido en mi cuerpo y los pantalones. Amarre el cabello, era café y largo, con la cara de "Calisto", cambie el color de los ojos a marrones.

Iríamos durante el atardecer, dejamos las guardas bien colocadas, dejó un mensaje para cualquiera de ellos dos, dijo que ellos entenderán. Nos tamizaría hasta la frontera, perderíamos mucho tiempo buscando la casa o a Tamlin. Ajuste bien la bolsa con su ropa, algo igual a la mía. Dejé la espada ajustada a mi cintura y nos pusimos en marcha.

La magia volaba con cuidado en el límite, se acomodó en mi hombro y cruzamos. No me tamice, tuvimos cuidado al entrar al bosque. 

Cuando la noche cayó, le deje la bolsa y espere a que se cambiara, salió ya vestida y con la capa, su cabello brillaba, le deje la caucha. Llegamos a aquel camino de grava. La mansión se extendía a la lejanía.

Caminamos hasta estar en la entrada, no había puerta alguna. Tocó un trozo de lo que quedaba. Este lugar apestaba y estaba mucho peor que la última vez. Entramos con cuidado, plantas, cosas rotas, y garras en todos lados.

Avanzamos hasta abrir con ciudad una puerta, ahí sentado sin más entre la oscuridad, con la ropa hecha jirones y con mal aspecto estaba el lord del sitio. Tamlin.

Sus ojos verdes fueron lo primero que vi, su cabello estaba enmarañado y sucio, había una barba en su rostro, flaco, bajo sus ojos tenía ojeras. Las garras se asomaron en sus manos.

—¿Qué quieres? 

Vaya forma de hablar. Amargado, solo y roto. Dejo caer su capucha y se acercó a él.

—Quiero hablar con usted.

—Esas palabras son las que escucho en estos tiempos.

—Si me permite, quiero que mi acompañante prepare algo para la conversación, traje algunas cosas del sur.

Solo movió la mano. De esto no habíamos hablado. Sostuve la bolsa y me volví con cuidado. Carne, queso, fruta y té.

 Las cocinas se podían llamar así, eran un asco, recordé la vez en la que me escondí, en ese mueble. Al abrir la puerta casi podía verme, tan quieta y esperando que no me sintiera. Busque una sartén y cocine la carne. Corte el queso. No encontré agua, así que no habría té. Busque una tabla o algo para servir la comida. Limpie la superficie de madera y lleve las cosas.

Ambos estaban "tranquilos". No había hablado de algo importante. Solo preguntas al azar. No mencionaron a su amigo, tampoco la guerra. Era una charla entre "conocidos"

La Diosa De La Oscuridad ✴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora