ℂ 𝕒 𝕡 í 𝕥 𝕦 𝕝 𝕠 𝟡𝟞

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Obtuvimos un si a la mañana siguiente.

Rhysand en persona nos acompañó, Amren, Cassian y Nesta, nos llevaron con rapidez lo más cerca de aquella prisión.

El territorio era un páramo muerto con una enorme montaña enfrente, el cielo al igual que en el medio era gris. El silencio era impresionante.

Por un momento mi sangre comenzó a arder. Subimos la cuesta de aquella montaña hasta encontrar la entrada. Las enormes puertas talladas con la misma piedra eran impresionantes.

Lucía como una fortaleza, el fuego que ellos encendieron ilumino los caminos fríos y oscuros. Sentí la magia antigua resonar con cada uno de mis pasos. Ellos sabían que estábamos aquí.

Aquel silencio era para escucharnos, ¿Cuántos antiguos moraban el lugar? ¿Cuántos de ellos eran realmente una amenaza? ¿Quiénes aliados?

Vi a Amre iba junto a su alto lord, ella pisaba con cuidado, no como los demás. Una ráfaga de viento nos golpeó, Amren se volvió a mi con los ojos bien abiertos, ambas escuchamos aquella palabra en el antiguo idioma, nuestro idioma.

"Bienvenidas"

Descendimos un poco más, el aroma de la piedra era fuerte y el frío era el de verdad.

Era un palacio o una especie de corte, por cada puerta estaba segura que había un habitante, hasta que llegamos a una deteriorada.

Rhysand levantó su mano, aquella puerta se volvió una de rejas, con el interior completamente deteriorado. Aquella silueta encorvada tan quieta y silenciosa abarcaba la celda.

Camine hasta estar al lado de Amren. Ella asintió. Respire con cuidado, lo hacía por Vassa y no tendría que tentarme el corazón.

Siegfried —pronunciarlo de esa forma casi hizo que la montaña se estremeciera, alguien me chistó. Intente no lucir sorprendida cuando él se movió.

—Calla —su voz se escuchaba como la de...

Volvió el rostro anciano y cansado.

—Eres tú... —se volvió levantándose, era más alto de lo que parecía, aún encorvado el lugar le quedaba pequeño. Los brazos los llevaba doblados hacia su pecho, las manos dioses, no había dedos solo dos largas garras de miltree en ambas lados.

Se sentó enfrente de aquellos barrotes, acercó su rostro, el aroma era fuerte, sus ojos eran blancos, ya ciego por los años aquí abajo.

—Tú, hija de inmortales —movía aquellas garras cubriendo su pecho. —¿Por qué estás aquí?

Era raro ver a alguien así.

—Me envían del norte —cuencas vacías, eran mármol blanco. Las fosas nasales se le ensancharon.

La Diosa De La Oscuridad ✴Donde viven las historias. Descúbrelo ahora