68. Lecciones en las Sombras

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El callejón Diagon no estaba tan abarrotado como solía estar. En contraste con el bullicio del callejón Knockturn, donde los Snape se habían aparecido antes de llegar a su destino, el ambiente era desolador y melancólico. Sarah sintió un nudo en el estómago al pensar que, si el callejón estaba así, no podía imaginar cómo se encontraba Hogwarts.

Al llegar a Gringotts, todo transcurrió con rapidez. Sarah "tomó prestado" de la inmensa fortuna de Michael, dejando a Snape boquiabierto ante la cantidad de dinero que jamás había visto en su vida.

—Él dice que tiene tanto dinero que no le importaría que le robaran —explicó Sarah, devolviendo a Snape a la realidad. —Así que no le importará que tomemos un poco...

Tomó una buena cantidad, tal vez demasiado. Pero, pensó, era mejor que sobrara a que faltara. Solo les quedaba cambiar el dinero a muggle.

Tras completar sus asuntos en Gringotts, se dirigieron a comprar algo de comida. Llenaron sus bolsas de provisiones gracias a Snape, ya que Sarah no planeaba alimentarse mucho. Las miradas de los transeúntes se centraban en ellos, especialmente en Severus, quien respondía con gestos de irritación y un leve destello de rabia. Quería parecer imponente, y lo estaba logrando. Sarah le pidió que dejara de actuar de esa manera, pero aprovechó su momento de dificultad al pagar para volver a mirar con desdén a los demás. Tras ella, Snape se movía con majestuosa gravedad, dejando que su capa ondeara a su paso.

Finalmente, llegaron a la casa de la Hilandera, tan sombría como siempre. Mientras caminaban por las calles, Sarah se dio cuenta de lo peligrosas que parecían: perfectas para un robo, y tal vez algo peor.

—Tal vez debiste haberte puesto otra ropa —comentó, organizando sus compras en algún lugar. Snape, más rápido gracias a la magia, la observaba desde la esquina de la cocina—. Parecías un marginado. —Una sonrisa se dibujó en su rostro—. Y la forma en que mirabas a todos...

—Estoy bien así. No es momento de mostrar debilidad.

—No creo que los muggles te hagan daño. La próxima vez que salgamos, al menos quítate la capa.

—No los conoces. Son un peligro, más que nosotros.

Sarah soltó una carcajada.

—¿Te dan miedo los muggles? ¿O tal vez esos artilugios que disparan cosas?

—Claro que no. Algunos son detestables, otros no tanto...

—Ya estás diciendo tonterías otra vez —dijo mientras soltaba un suspiro—. Te estás volviendo un poco tonto...

—No lo hago. Y hablando de eso, recuerda que necesitas aprender a defenderte adecuadamente. Eres lista y conoces muchos hechizos, pero necesitas un buen maestro que te enseñe a aplicarlos...

—¿Y quién me vas a traer? —preguntó Sarah, sin estar segura de lo que estaba sugiriendo.

—¿No es obvio? Lo haré yo.

—Bueno, mejor malo conocido que bueno por conocer...

Como Snape lo había prometido, comenzó a instruir a Sarah en las artes defensivas. Aunque evitaba los hechizos más agresivos, no pudo evitar enseñarle aquellos que consideraba indispensables para su protección. Los días pasaban con rapidez entre las lecciones y las reuniones cada vez más frecuentes con Voldemort. Sarah demostraba una habilidad creciente, y, aunque Severus intentaba no demostrarlo, se sentía cada vez más orgulloso de su hija. Sin embargo, ese orgullo también traía consigo una nostalgia profunda, especialmente cuando Sarah alcanzó la mayoría de edad, un hito que parecía marcar el fin de su niñez.

Durante varias noches, Snape abandonaba la casa mientras Sarah dormía, cumpliendo con sus deberes como mortífago. En secreto, también recolectaba información vital para cumplir con su doble rol como espía. Una de esas noches, decidió llevar a Sarah con él a la Mansión Malfoy para asistir a una reunión que consideraba de extrema importancia. El trayecto transcurrió en un tenso silencio. Snape, más pálido que de costumbre, mostraba una preocupación inusual, lo que sumía el ambiente en una sensación de inminente peligro.

Our Safe Place | Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora