Tres

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Ni siquiera quise mirarlo, así que simplemente me limito a entrar en el aula de informática y a sentarme en mi sitio habitual, compartiendo ordenador con mis amigas.

—Vicky, la verdad es que es muy guapo. ¿Qué edad crees que tendrá?

—Seguramente apenas pase los treinta. Se ve muy joven.

—¿Crees que podría pasar como en las películas? Eso de que un adulto y una adolescente se enamoren. Ya sabes...

—¿Queréis callaros ya? Al final se entera de que estáis por él. Además, seguro que no es para tanto. —digo algo irritada. 

¿De verdad piensan que van a llegar a algo con un profesor? Ilusas. Suspiro y me siento en mi silla. Entonces es cuando lo miro. Madre mía. Rubio con el pelo largo, ojos verdes, alto, de piel bronceada, quizás surfee. Y cómo no, de hombros anchos y brazos fuertes. En vez de profesor de informática podría hacerse pasar por uno de educación física. Estoy tan embobada viendo a...¿Cómo se llamaba? Bah, a ese, que ni me doy cuenta de que tengo la boca abierta hasta que Olivia me llama.

—¿Hola? Tierra llamando a Elena. ¿Estás ahí?

—Eh... Sí. Sí, sí. Estoy aquí, solo es que... ¿han pintado la pared de esta clase?

Las dos se ríen y luego guardan silencio. Hora de que sepamos como se llama el rubito. Se sienta en un taburete al principio de la clase y comienza a hablar.

—Hola. Mi nombre es Hugo y soy vuestro nuevo profesor de informática. En principio vengo para un par de meses, hasta que acabe el trimestre; pero si vuestra profesora Rosa sigue sin venir, entonces me quedaré hasta final de curso.

Gritos y vítores al otro lado del aula por parte de David y sus amigos. Parece que el rubito ya se ha ganado a los macarras.

El resto de la clase nos presentamos y Hugo decide que debemos trabajar por parejas. De este modo y una vez más, me separan de mis amigas. Las otras personas libres que quedan son Lidia y Andrés.

—Eh... Tú eras... ¿Irene? —me pregunta acercándose.

—No. Soy Elena.

—Ay, lo siento. Son muchos nombres el primer día. Me suena mucho tu cara así que me caes bien. —le caigo bien. ¡¿Le caigo bien?! Creo que me he puesto roja. —Así que si quieres puedes elegir la pareja que quieras o quedarte sola.

—Eh... - ¿Qué ha dicho? Madre mía, sus ojos verdes de verdad hipnotizan. Me limito a asentir a ver si acierto.

—Sí, yo también creo que mejor sola. —bingo—. No te veo con la chica rubia ni con... ¿Adrián?

—Andrés.

—Eso.- Me dedica una deslumbrante sonrisa que casi tengo que ponerme gafas de sol para que no me cieguen, y me invita con la mano a que me siente en una silla al fondo de la clase detrás de Claudia, la chica nueva y Carolina, la... esa. No es ni rara ni del montón, ni social ni solitaria. Es Carolina.

—Hola, chicas. Tú eres Claudia, la nueva, ¿no?

—Ajá. —me mira y me dedica una sonrisa tímida—. Y tú eres Elena.

—Sí. Encantada. Creo que nunca hemos hablado.

—Encantada. No, creo que no. Soy bastante tímida.

—Sí, ya me he dado cuenta. ¿No te relacionas con nadie? Quiero decir, no te he visto en los recreos con nadie y... —creo que he metido la pata.

Trago saliva y ella sin embargo sonríe y muy sonriente me contesta:

—Pues no, la verdad es que aún no he hecho amigos. Normalmente voy a la biblioteca o me quedo en la cafetería.

—Si quieres puedes venirte con nosotras. Mis amigas son aquellas la...

—Sí, la pelirroja y la morena. —¿cómo sabe...? —. Siempre estás con ellas. —ah, claro. Carolina me fulmina con la mirada y entonces recuerdo que el año pasado le dijimos que no se viniera con nosotras porque éramos de un club ultra secreto que sólo aceptaba a tres miembros.

Río para mis adentros y me incorporo un poco en el asiento para peinar la clase y buscar a Hugo. ¿Dónde está? Ah, sí. Allí. Está ayudando a Andrea con el ordenador mientras ella coquetea. Él además está... ¿Mirándome? Efectivamente. ¿Es hoy el día de mirar a Elena? Oh. Dios. Mío. Dios mío no.

Rápidamente bajo la mirada y me concentro en el trabajo. Al parecer tenemos que hacer algo así como powerpoints sobre nuestra ciudad favorita y luego exponerla frente a la clase entera. Me gusta mucho Italia, y también Francia. Recuerdo que cuando era pequeña fui a Disneyland con mis hermanos y me enamoré perdidamente de la torre Eiffel. Italia por otro lado me gusta porque aún no he ido y espero que podamos ir este año como viaje de estudios. Estaban barajando las posibilidades entre Venecia y París. Cualquiera de las dos me gusta. A mi hermana Irene también le gusta mucho Venecia. De hecho en su habitación tiene un sombrero de gondolero que le trajo uno de sus novios.

Al final elijo Nueva York. El trabajo lo hago yo sola, así que me vendría bastante bien que mi hermana me enviara fotos de allí o alguna información que no sea la típica que todo el mundo sabe, algo así como leyendas urbanas.

—Elena, ¿qué ciudad vas a elegir tú?

Estaba tan sumida en mis pensamientos que no me he percatado de que Hugo estaba justo detrás mía.

—Eh... Creo que Nueva York. Esta ciudad me gusta bastante y mi hermana lleva viviendo allí desde Agosto.

—Buena elección. —me apremia con una sonrisa mientras escribe lo que sea que esté escribiendo en un cuaderno. Luego me mira de nuevo—. ¿Sabes? Yo también estuve viviendo en la Gran Manzana hace tiempo. Es tan impresionante como dicen.

—¿En serio?

¿Cuánto de perfecto puede llegar a ser este chico?

Suena el timbre y apago mi ordenador rápidamente para poder reunirme con mis amigas antes de la siguiente clase.

—¿Qué? ¿Ya te has enamorado?

Vicky empieza a hacerme esa clase de preguntas de las que ya sabe la respuesta.

—Uf, la verdad es que sí.

Ambas ríen y me cogen del brazo para llevarme al aula donde tenemos Ética.

—Oli, ¿no te ha parecido que era surfero? Lo digo por su moreno...

—¡Qué va! Se llama autobronceador. De lo que sí me he dado cuenta es de que tenía algo de acento extranjero, como un americano hablando español.

—Claro, me ha dicho que vivió en Nueva York hace tiempo. —cuento divertida. Ojalá pudiera ir a Nueva York alguna vez.

—¡Qué casualidad! Como tu hermana. —exclama Vicky tan alto que temo por un momento que Hugo lo haya oído. Lo miro y compruebo que sigue escribiendo apuntes de algo en un cuaderno. Quizá conoce a mi hermana, por eso me ha llamado Irene.

Bah. Olvido esa deducción y me centro en las charlas de mis amigas sobre el misterioso sustituto. Es imposible que el mundo sea tan pequeño hasta el punto de que un conocido de mi hermana venga a sustituir a Rosa, totalmente imposible. Además, no es el único nombre que ha confundido, ¿no?

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora