Cincuenta y Dos

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—¿Habéis terminado todos los exámenes? —pregunta mi madre rompiendo el hielo mientras nos zampamos los tallarines a las tres delicias. Hacía muchísimo tiempo que no comía comida china.

—Yo sí. —responde Álvaro—. Libre al fin.

—¿Y tú, Elena? —me pregunta. Si hay alguien que sea el más bipolar y más cambiante del mundo, esa es mi madre.

—¿Yo? No, me queda uno.

Mi madre asiente con la cabeza.

—Y... ¿Qué haces las horas libres?

¿Horas libres? ¿De qué está hablando? Dejo el tenedor en la mesa y presto atención a mi madre.

—¿Cómo? —pregunto. Y entonces el recuerdo de mi expulsión atraviesa mi mente. ¿Es que el traidor de mi hermano se lo ha dicho?

—Sí, las horas que no tienes clase.

—Sólo falta el de informática, mamá, que se ha ido. No hay más ausencias.

—No. —dice mientras niega con la cabeza—. Me refiero a lo que haces cuando no puedes ir a clase por tu expulsión.

De repente palidezco y fulmino con la mirada al traidor de Álvaro, que levanta ambas manos mostrándome que él no ha sido. No lo creo. Él es la única persona que tenga relación con mi madre que pueda habérselo dicho. Él, o la directora, pero dudo que la directora se lo haya dicho.

—No mires así a tu hermano, él no me ha contado nada, por suerte para ti. —apunta. Mi hermano se encoge de hombros.

—¿Quién...?

—Tu novio. —no me da tiempo a terminar mi pregunta cuando ya me ha respondido mi madre.

—No puede ser... —pienso en voz alta.

—Sí. Me ha llamado esta mañana mientras estaba yo en el trabajo. Me ha preguntado por ti y por qué no respondes sus llamadas. Por lo visto ha ido a buscarte al instituto esta mañana para ir a desayunar juntos y no te ha encontrado por allí. —casi puedo imaginarme al tonto de mi novio olvidando el detalle de que no tengo teléfono. Seguramente consiguió el número de mi madre de mi expediente.

—Menudo imbécil. —comento. Álvaro ríe entre dientes. Está más que claro que él no lo soporta.

—Sí, sois tal para cual. —dice mi madre—. Ah, y que sepas que tienes prohibido verlo. Ahora no tienes excusa para hacer lo que te diga.

La acusación de mi madre es una clara indirecta para que entienda que si ella ya no está con Dimitri, yo no debo estar con Hugo. Pero yo voy a seguir haciendo lo que quiera. Nuestras miradas se enfrentan. Yo intento comerme el rollito de primavera lo más rápido que puedo para salir de allí cuanto antes. Pero el silencio es interrumpido por mi hermano.

—Mamá, ¿sabes algo de Irene?

—Ajá. —afirma con la boca llena—. Está bien.

—¿Cómo que está bien? ¿No piensa hablar con nosotros? —protesto.

—No lo sé, hija. Creo que estaba ocupada. Además, me ha llamado esta mañana al trabajo.

—Allí debían ser las seis de la mañana. —apunta mi hermano—. ¿Te llamó al levantarse?

Mi madre asiente con un movimiento de cabeza. Genial. Así que Irene sí que puede llamar a España pero no llama a una hora normal que se supone que Álvaro y yo podemos hablar con ella, si no cuando a ella le apetece y a las semanas de saber su última noticia. Esta chica se está volviendo loca. ¿Tendrá algo que ver Nueva York para que todo aquél que haya estado allí se vuelva loco? Hugo, Irene...

El sonido estridente del timbre de la puerta acaba con mis pensamientos. Mi madre es la que se levanta de la mesa y va hacia la puerta. La oigo abrirla y acto seguido...

—Hola, ¿está Elena? Soy Claudia.

Casi me atraganto con la verdura del rollito de promavera al salir corriendo hacia la puerta. Echo a mi madre a un lado, que se va a la cocina los dos segundos, y abrazo a Claudia. Después de Olivia y Vicky, Claudia es mi mejor amiga que ahora se ha convertido en mi mejor amiga oficial ya que las otras dos no me hablan.

—¿Qué haces aquí? —digo después de tragar—. ¿Tú no estabas en el estreno de la peli de tu padre? —pregunto con una sonrisa y una mirada pícara. Claudia enrojece y se esconde tras su flequillo. ¿Por qué le da vergüenza? No era tan tímida frente a las cámaras.

—Pues sí, me ha traído a recoger los apuntes de esta semana y ahora me vuelvo con el equipo.

¡Los apuntes! Mierda...

—Claudia, lo siento, me han expulsado y no he podido cogerte los apuntes que querías. Perdóname... —suplico tomándola de las manos.

—No te preocupes, iré a casa de Olivia.

—Estabas muy guapa en la tele. —apunto para cambiar de tema. Claudia vuelve a enrojecer. Vaya chica...

—Sí, sí que lo estabas. —mi hermano aparece a mi espalda y Claudia alcanza su nivel máximo de rubor. No sabe dónde meterse. Retrocede un par de pasos.

—Claudia, ¡no seas tonta! De veras que estabas guapísima. —me callo durante unos segundos—. ¿Cómo es que no me lo dijiste?

—Claudia se encoge de hombros.

—Oye... tengo que irme. Esta noche el protagonista da una fiesta en su casa para celebrar el fin del rodaje... ¡Ya nos veremos!

—¿Cuándo vienes? —digo antes de que se vaya.

—¡Este fin de semana! —exclama mientras se va hacia el coche negro con cristales blidados que está parado frente a mi puerta. ¿De dónde ha salido ese coche? No me había dado cuenta de que estaba ahí.

Me despido de ella con un movimiento con la mano. Resoplo. Menuda gran fiesta me espera. Dos amigas que no me hablan y otra amiga que no está. El afitrión y yo nos evitamos. Andrea irá y me hará la vida imposible. Resoplo y cierro la puerta. Al menos Hugo me acompañará y será una buena fiesta.

—¿Por qué resoplas ahora? Te pasas el día quejándote. —señala mi hermano.

—Si tuvieras la vida que yo tengo también lo harías. —hago una pausa—. Además, te recuerdo que antes de volver con Laura la última vez no eras ni la sombra de lo que eres ahora. Tu bipolaridad alcanzó niveles extremos, ni siquiera me aguantabas cerca tuya. ¿Te acuerdas que le dijiste a Laura que yo la llamé pija?

Álvaro me fulmina con la mirada. Creo que acaba de pasar ¡por fin! al bando de los no-me-recuerdes-a-mi-ex.

—Estoy deseando ver la peli de Valverde. —piensa mi hermano en voz alta. No sé si para cambiar de tema o es que quiere de verdad ver la película.

—Pues yo no entiendo por qué no nos lo dijo.

—Porque la juzgaríais. Pensó que os aprovecharíais de ella y de su padre para conseguir conocer a Mario Casas. Ya le pasó una vez en su antiguo instituto.

—Aún así, sigo sin comprenderlo. ¡Si ya le hemos demostrado que somos buenas amigas!

—Cuando a una persona le fallan los demás, deja de confiar en la gente y construye un muro a su alrededor. ¿Quién era su amiga antes que vosotras?

Silencio mientras yo hago memoria.

—Creo que Carolina. —apunto mientras miro hacia el techo.

—Ahí tienes la respuesta. A Claudia le han fallado las amigas y por eso le costó acercarse a vosotras. Sois buenas amigas, y tiene miedo de perderos por culpa del trabajo de su padre.

Yo resoplo. Soy comprensible pero también un poco impaciente. Me hubiese gustado que Claudia se hubiera sincerado con nosotras.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora