Cincuenta y Tres

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—¡Feliz cumpleaños! —despierto a mi hermano el sábado por la mañana saltando sobre su cama cubierta por una funda nórdica con la bandera estadounidense.

Como balance de la semana tengo que decir que en mi vida privada ha ido decayendo, pero en mi vida académica ha ido subiendo. Meterme presión ha sido, quizá, una de las mejores cosas que me hayan pasado esta semana. Aún así, espero la llamada de la directora hoy que confirme, después de un análisis de mis últimas calificaciones que ni yo misma sé, si la expulsión se queda en mi expediente o no. Mi padre ya está al tanto de mi expulsión y, aunque no le hizo nada de gracia, al menos está conforme con la parte de que si suben mis notas, la expulsión no cuenta. Mi madre por su parte no irá a trabajar hoy para estar pendiente al teléfono. Por fin puedo decir que mi madre ha vuelto. Además, está más contenta porque se piensa que he aceptado en no ver a Hugo, pero lo que en realidad pasa es que no tengo mi móvil y me es imposible quedar con mi novio. Aún así sigo pensando que mi padre no se merecía eso que le ha hecho y que debería saberlo. Sí es cierto que "ojos que no ven, corazón que no siente", pero yo no sería capaz de estar con una persona que me haya engañado, incluso si no tiene nada que ver con la infidelidad. Más le vale a Hugo no engañarme con nada.

En cuanto a mi vida privada: el mismo día de la fiesta de cumpleaños que mi vecino y ex mejor amigo organiza a su propio ex mejor amigo, mis amigas me ignoran, Claudia no está, Dani y yo enfrentamos nuestras miradas, y Hugo no da señales de vida. Y de Irene ya ni hablo. Álvaro puede ir despidiéndose de la llamada de cumpleaños de Irene.

—Elena, ¡por Dios! ¡Si son las diez de la mañana! Déjame dormir. —dice alargando su última sílaba. Entonces esconde su cabeza bajo la almohada.

—No, nada de dormir. Hoy en pie, que es tu gran día. —anuncio quitándole la almohada de encima con un movimiento.

Mi hermano resopla. Sé que es pronto y que debería dejarlo dormir para que disfrute de su fin de exámenes, pero hoy precisamente necesito alejar a mi hermano de aquí durante todo el día, o al menos la gran mayoría de él, para que no vea nada ni se huela nada de la fiesta. Se levanta de la cama bajo mi atenta mirada. Me quita su almohada de mis manos y sale de su habitación con la almohada bajo el brazo. Mientras yo lo sigo, arrastra los pies hasta el baño y me cierra la puerta en las narices.

Oh. Dios. Mío. Dios mío no. Estoy segura de que este chico lo que va a hacer es dormir y no las cosas normales que se hacen en el baño como asearse y esas cosas. ¿Quién duerme en el baño? Sólo Álvaro. Resoplo mientras apoyo mi espalda en la puerta del baño.

—Álvaro, ¡venga ya! No querrás perderte el día que cumples dieciséis años, ¿no?

—Si me lo pierdo durmiendo, sí. —dice desde el otro lado de la puerta cerrada.

Si yo fuera un dibujo animado o un muñequito manga, ahora mismo una gota estaría recorriendo mi cara mientras mis cejas estarían los más rectas y lineales posibles. Definitivamente mi hermano es una marmota. Más incluso que Dani.

—Como no salgas no te doy mi regalo y me lo quedo yo.

—Quédatelo. —murmura. Si supiera que son sus ansiadas deportivas Vans no diría eso.

Vuelvo a resoplar.

—Álvaro, mamá ha hecho tortitas.

Mi hermano entonces abre la puerta bruscamente y provoca que haga un traspiés hacia atrás. ¿A quién se le ocurre apoyarse en la puerta que están a punto de abrir? A mí.

—¡Tortitas! ¿Puede ser mi cumpleaños todos los días? —dice con cara de niño mimado. Otra de las cosas favoritas de Álvaro es comer, y más si tiene chocolate por encima. No hace falta decir que mi hermano le pondrá a sus tortitas una gruesa capa de al menos un dedo de grosor de Nutella. 

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora