La comida transcurre tranquila entre bromas y coqueteos mientras yo saboreo mi plato de paella y Hugo su pizza española (patatas fritas con huevo), hasta que Sandra sale de la cocina limpiándose las manos en el trapo que le cuelga de la cintura, supongo que habrá estado lavando los platos. Cuando sale no me ve, en parte porque sale disparada a tomarle nota a un cliente, y en parte porque me escondo detrás de Hugo, cuya espalda da a la puerta de la cocina.
—¿Qué te ocurre, Elena? Te has puesto blanca. —dice girándose hacia donde mi vista se dirige.
—¿Qué hora es?
—Son las... —echa un vistazo a su reloj de muñeca. Sandra atiende a una pareja de ancianos que se ha sentado en la mesa más lejana a la nuestra—... tres y diez.
—Hugo, hazme un favor. —tomo sus manos entre las mías y le susurro—. Si pregunta alguien, acabo de salir de clase y hemos venido aquí a comer.
—Pero si ya hemos com...
—Hazme caso, Hugo, por favor.
—Está bien. —dice arrastrando las palabras.
No le hace gracia tener que mentir, y mucho menos no saber por qué lo hace. Sandra termina de tomar nota y con la misma rapidez con la que ha salido de la cocina, se dirige de nuevo a ella. Sin embargo esta vez, al pasar junto a una mesa detrás de Hugo, se gira a nosotros y me ve, o cree verme. Frena en seco y asoma su cabeza detrás de Hugo. Yo por mi parte comienzo a beber agua del vaso de tubo intentando taparme la cara, sin éxito.
—¿Elena? ¡Elena! ¿Qué haces aquí? ¿No has venido con Dani?
—Eh...
Las palabras que acaba de decir Sandra no parece entenderlas nadie excepto yo: Dani comería hoy en este sitio.
—Hola, encantado. Soy Hugo... —dice levantándose el muy cortés y estrechándole la mano a Sandra—... un amigo de Irene, la hermana de Ele...
—Sí, sí, ya sé quién es Irene. ¿No has ido a clase? —me ataca.
¿Qué narices está pasando aquí? No conocía esa faceta de Hugo, tan espontáneo y liberal. ¿Qué estaba haciendo? Hugo charla con Sandra mientras yo no paro de echar vistazos a la puerta esperando que Dani no aparezca por ella ni me vea aquí ni con quién estoy. ¡Dios!
—Sí que he ido. Me ha recogido él porque quería...
—Quería pasarme a verla y hacerle una visita. —me ayuda Hugo antes de verme en un aprieto.
Sandra lo mira con en ceño fruncido: no se fía de él. Conozco a Sandra casi tanto como conozco a Dani, y aunque es un encanto de mujer, es inteligente como ella sola, y capaz de calar a las personas con una charla. Sandra nunca se equivoca, o casi nunca. Por ello me da miedo saber lo que puede estar pensando de mi profesor.
—Mmmm... Ya. Oye, Elena, pásate por casa más a menudo, ¿quieres? Te echo de menos por allí, y estoy segura de que Dani también—. ¿Es que Dani no iba a dejarme en paz? ¿También tenía que recordármelo su madre? Empiezo a arrepentirme de entrar en este restaurante.
Sandra vuelve a la cocina. Unos segundos más tarde empiezo a recoger mis cosas ignorando la mirada de Hugo que parece pedirme a gritos una explicación. ¡Jesús!
—¿Nos vamos ya? ¿No hay postre? —pregunta en un hilo de voz. Le gusta más comer de lo que pensaba.
—Sí, y no. Pagaremos en la barra.
Nos ponemos en la barra para pagar esperando a que Juan, otro camarero, nos atienda. Juan está coladísimo por Sandra desde hace años, pero no parece el tipo de hombre para ella, quien es capaz de ignorarlo a todas horas. La puerta se abre y una voz conocida que no me ve comienza a hablar:
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Cartas para Irene
Ficção AdolescenteElena, a sus quince años, tiene los problemas típicos de su edad: deberes, chicos inmaduros, amigas y discusiones con su familia; y la única manera que tiene Elena para escapar de esa realidad es escribirle cartas a su hermana, Irene, que vive en el...