Veinte

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Mi madre es una auténtica mentirosa.

En media hora he tenido que hacerme un moño simple y ponerme una camisa blanca, una falda con algo de vuelo color burdeos con un lazo al final de la espalda y unas medias negras casi transparentes -es el uniforme de la floristería cuando trabajamos fuera- además del maquillaje, desayuno y demás -aunque seamos de floristería, no podemos desentonar, no sería elegancia propia de El Jardín de Miriam, lo que nos caracteriza-. Todavía no sé cómo lo he hecho. Me merezco una medalla. ¿Alguien se ofrece?

Bueno, el caso es que hemos salido a las diez en punto de casa y hemos llevado a mis amigas a sus casas todavía con las caras de sueños. Yo me he despedido de ambas con una mirada de disculpa. Si lo llego a saber antes las invito otro día, pero ¿cómo iba a saber que el imbécil de Álvaro pasaría la noche fuera? Porque sí, Álvaro ha pasado la noche fuera de casa, su cama está hecha y Álvaro no la hace hasta que está bien despierto. Y ahora por su culpa estoy en una estúpida boda de alguien que no conozco. Además, ¿quién narices se casa en noviembre? NADIE. Nadie excepto los pijos estos. Y encima la boda no es a las once como mi madre pretendía hacerme creer con esto de que íbamos tarde, si no que es a la una del mediodía. ¿Alguien me explica qué hago hasta que los novios lleguen a las tres? Uf. Lo peor de todo esto es que cuanto más tarde empieza la boda, más tarde termina.

Así que aquí estoy, sentada en una silla de plástico que está cubierta por una tela blanca con un lazo dorado, esperando a que Dimitri traiga las flores en la furgoneta de la floristería mientras diversos camareros revolotean entre las mesas colocando la vajilla. Al menos el banquete se celebra en los Salones Trébol -sí, tienen tres salones, son muy originales- y el dueño es amigo de mi familia así que nos deja entrar antes de la hora prevista. El salón que toca esta vez es el más grande, cuenta con unas veinte mesas de unos diez comensales, y la mesa de los novios y los padrinos. Además han contratado el servicio del DJ, que es una novedad del Trébol. Oí que había venido un chico de fuera de la ciudad y que era muy bueno, supongo que esta noche lo veré en acción. Éste salón además cuenta con una barra para bebidas y una mesa en la que se preparan unos cócteles muy raros, con pepino, ralladuras de naranja y esas cosas. Creo que está bastante claro que la boda es de una familia pija y con dinero. Mi madre debe de estar dando vueltas y haciendo yo qué sé.

Estoy tan cansada de las ñoñerías de las bodas que si algún día me piden matrimonio, juro que me iré corriendo a Francia. A pie. Dani o Hugo, tomad nota.

—Dimitri no contesta. —mi madre aparece por la puerta del salón con cara de histérica. Faltan segundos para que se ponga a pegar voces. ¿Lleva una falda de lápiz negra? ¿Qué hace mi madre con eso? ¿No se suponía que el uniforme de ella era un pantalón largo del mismo color que mi estúpida falda?

—Mamá, ven. Siéntate ahí. ¿Quieres relajarte? Dimitri es joven, seguro que salió anoche y hoy se levantará un poco tarde. —mi madre toma asiento junto a mi silla de antes—. Además, nunca te ha fallado, ¿no? Y hay tiempo suficiente.

No sé por qué me porto bien con mi madre, debería estar furiosa por estropearme mi fiesta de pijamas.

—Dimitri no salió anoche. —dice muy seria. Casi parece que está hablando de algo que ha hecho mal alguno de sus hijos—. Más le vale que no lo haya hecho o traerá consecuencias.

Se levanta y se vuelve a ir por donde ha entrado. Yo suspiro. Dios santo, qué cruz tengo encima con esta mujer.

Sigo durante casi una hora allí sentada soñando despierta en mi vida en Nueva York con Irene. Sería tan genial... Hasta que llega Dimitri con las flores y con mi madre pisándole los talones. Me levanto de un salto y pego una palmada.

—¡A trabajar!

Colocamos un ramito de florecillas blancas en los jarrones de las mesas y decoramos el borde de la mesa principal con más flores blancas y algunas marrones y naranjas. Al parecer la temática de esta boda es el otoño, qué original. Y por último colocamos unas bandejas de plata con ramitos hechos con flores secas listos para repartirlos entre los invitados como recuerdo. Sin darme cuenta, mi madre y Dimitri desaparecen del salón sin decirme nada y me quedo sola amontonando los ramos de forma que quede elegante pero no cursi, sencillo pero con exquisitez. Hablando claro, como lo ponemos en El Jardín de Miriam.

—La cabina de DJ está allí al fondo, junto a la mesa de cócteles.

Me giro y veo a Tony, el dueño de El Trébol entrando en el salón junto a un chico que me resulta familiar, aunque sólo le veo la espalda y parte del hombro derecho.

—Tranquilo, Tony, ya me explicaste todo esto cuando vine a ver las instalaciones.

Esa voz... ¡Jorge! Oh. Dios. Mío. Dios mío no. No puede ser. Vuelvo a mi trabajo intentando que no me vea la cara. Por favor, dios mío, que se vaya pronto. Pero, ¿qué digo? Si este chico va a estar aquí casi tanto tiempo como yo.

-Oh, Elena, hija, estabas aquí. —¡mierda!— He visto a tu madre fuera y pensaba que no habías venido.

Me vuelvo hacia ellos y le dedico una... ¿sonrisa? a Tony y un medio saludo a Jorge, quien me mira con las cejas muy levantadas.

—Bueno, Jorge, ya sabes, si necesitas algo, estoy en el despacho de arriba. —dicho esto, Tony desaparece.

—Hola, Helen.

—Hola, George. —le contesto con el mismo tono burlón.

—Qué graciosa, ¿no?

—He aprendido de ti.

Me giro dándole la espalda y continúo con mi trabajo.

—Al parecer tendremos que trabajar juntos.

—Eso parece.

Coloco el último ramito en el montón y le doy la cara. Jorge me guiña un ojo y me dedica una sonrisa pícara.

—Mira, Jorge, no me caes bien. Te aguanto por trabajo y porque... —estoy a punto de soltar que le gusta a mi amiga. Casi.

—Elena, sólo quería pedirte perdón por lo del otro día. No me dejaste disculparme.

—Acepto tus disculpas. Fin de la conversación. —¿y si...? Opto por prevenir antes que curar—. Tengo ya demasiados chicos en mi cabeza y uno más me volvería majareta así que ni lo intentes.

—¡¿Qué?! —Jorge aguanta un poco la risa y sin poder evitarlo estalla en carcajadas, como si le hubiera contado algún chiste—. No me gustas, me recuerdas demasiado físicamente a mi ex novia.

Ya, claro. Seguro que lo que quería era quedar conmigo y decir que se ha llevado una más a la cama o al bote o a lo que sea que se diga, pero como lo he pillado lo niega. Uf, qué idiota. «Lo siento Vicky, pero no aguanto a tu novio.»

—Estupendo. Si me disculpas tengo que seguir con mi trabajo.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora