Siete

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Resoplo y miro al techo. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Ay, señor. Salgo del cubículo pero no alcanzo la salida del baño cuando alguien que no me da tiempo a ver me empuja dentro y cierra la puerta. Se apoya en ella con la mano en el pomo. Supongo que para evitar que alguien pueda entrar.

—Hola, guapa. ¿Qué te pasa?

Suspiro de alivio al ver que es Dani y no David o alguno de sus amigos.

—¿Se puede saber qué haces en el baño de niñas?

Lo miro con el ceño fruncido y cara de pocos amigos.

—Claro. He venido a ver a una chica que me vuelve loco y con la que no he parado de pensar desde el mismo día en que la vi correr por mi calle, ¿la conoces?

Esa sonrisa irresistible que le he visto tantas veces dedicarle a las chicas guapas de su edad me hace reír. Ya he perdido mi seriedad.

—Creo que no, no la conozco. ¿Sabes qué? Tenía ganas de verte.

—¿En serio? ¿Tú? ¿Ganas de verme? Dios, creo que estoy en un sueño.

Nunca lo había visto con los ojos tan brillantes. Se ve emocionado. Le doy con la mano en el brazo sin llegar a hacerle daño.

—¡Eh! Hablo en serio.

—Y yo también.

Otra sonrisa irresistible. Como siga así acabo besándolo antes de que arregle las cosas con Álvaro. Definitivamente me gusta, por si no quedaba claro.

—Quería verte porque anoche no te dije nada.

—Ya lo sé. Tampoco esperaba que lo hicieras.

—Pero es que quiero hacerlo. Tú... Dijiste que te gustaba... —titubeo. Él asiente—. Desde hace mucho además...

—Ajá

Sus manos cogen la mía y empiezan a jugar con ella y a acariciarla.

—... Pero es que... Tú...

—Elena, déjalo. Entiendo que te cueste. Y aunque, no sepa lo que vas a decir, prefiero no saberlo y me ahorro disgustos.

Me dedica una media sonrisa. La media sonrisa más dulce que he visto en mi vida. Por otro lado hay algo que no me creo de él: parece como si su sentimiento no fuese real.

—¿Vas a decirme por qué Vicky ha salido de aquí tan rápida y como enfadada?

—Uf, es una historia muy larga.

—Tengo tiempo, no pienso ir a la próxima clase si tengo algo mejor que hacer.

Se sonroja ante su propio comentario. Abre la puerta y me coge de la mano para llevarme fuera. Subimos unas escaleras. Y luego otras. Giramos a la derecha en un pasillo y luego otra vez a la derecha. Abre una puerta y entramos en una clase vacía, sin mesas ni ningún tipo de mobiliario escolar. Nunca antes había estado aquí y ni siquiera sabía que existiera este aula. Es una habitación pintada en blanco con algunos bultos cubiertos de sábanas blancas apoyados en la pared de la puerta, junto a una gran radio negra. En la pared opuesta hay un espejo que cubre toda la pared. Encuentro un banco justo frente a él donde hay una mochila: la mochila de Dani. Eso me hace pensar que tenía planeado hacer novillos en la siguiente clase y traerme a este sitio. El suelo está demasiado limpio para ser una clase que no se usa.

—¿Sabes qué es?

—No.

—Esta clase la usan para los bailes que hacen por las tardes. Uno de los que bailan es amigo mío y me deja venir aquí cuando no tengo nada que hacer, cuando no quiero ir a alguna clase o cuando quiero pensar. Llevo viniendo aquí varias veces desde que Álvaro va a la biblioteca. —se acerca a una de las ventanas y mira abajo—. Desde aquí se ve el recreo y... se te ve a ti.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora