Cuarenta y Ocho

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—¡Elena! ¡Baja! —la voz de mi padre me sorprende poco antes de la cena.

Pensaba que no me hablaría más en toda la noche, después de todo me lo he ganado.

Bajo los escalones de dos en dos y me planto en menos de un minuto en el salón-comedor, donde está mi padre sentado con la nota sobre la mesa. Mi madre revolotea de la cocina al comedor trayendo los platos y cubiertos casi de uno en uno. Se le ve un tanto nerviosa, incluso más que yo. Por si no era bastante malo decirle a mi padre que tengo novio y que es más de cinco años mayor que yo, no quiero ni imaginarme a mi madre juzgándome y juzgándolo. 

—Explícale a tu madre quién ese ese chico que te ha regalado los bombones. —dice mi padre cuando me ve. Echo una mirada a mi madre y ésta me la evita colocando los cubiertos totalmente rectos, como si estuviéramos en alguna clase de hotel de lujo. Que mi madre no quiera mirarme directamente me da una pista de cómo se tomará lo de Hugo: le restará importancia y hará que mi padre no se enfade tanto conmigo. Me paso las manos y las escondo en mi espalda para que mi padre no vea cómo cruzo los dedos.

—Pues... —titubeo. ¿Omito la parte de que era mi profesor? Creo que sí—. Se llama Hugo, tiene veintiún años y estamos juntos. —contesto casi de carrerilla.

Álvaro aparece en el comedor como el que no quiere la cosa. Viene a enterarse de lo que me dicen y a hacer de mi ángel de la guarda. O eso espero, porque lo mataré como suelte algo de que era mi profesor de Informática. Mi hermano se sienta en el sofá de color marrón chocolate que reina el salón y enciende la tele. Pone el canal de los 40. Casi puedo escucharlo decir "La música amansa las fieras, ¿no?". De vez en cuando escribe algo en el móvil cada vez que le vibra avisando de algún mensaje. En la pantalla del televisor sale Tony Aguilar presentando la canción de Olly Murs, Troublemaker. Hugo sí que es un troublemaker.

Busco la mirada de Álvaro para ver qué narices hace, o si me da alguna pista con sus caras. Álvaro dirige su vista hacia mí y se pasa la mano por el flequillo. Acto seguido vuelve a mirar al televisor. Mira un par de veces a mi madre, que no deja de moverse, pero sigue con la vista fija en el videoclip de Olly Murs. La cara de mi madre demuestra que sus pensamientos no se encuentran en mi casa como su cuerpo. ¿Piensa en Dimitri? Espero que no. Mi hermano hace lo que me imaginaba: intenta calmar la situación. 

Un momento. Cuando Hugo me trajo el vestido morado la noche de la pelea era mi madre la que estaba aquí y recogió el paquete. ¿No fue ella quien me dio la caja sin hacer ni una pregunta?

—¿Desde cuándo lleváis juntos? —pregunta mi padre desafiante.

—No lo sé. —respondo—. Algunos días. Desde el Sábado, creo.

Prefiero contestar dudando antes que contestar desafiante y pelearme con mi padre. Mi madre sigue revoloteando sin decir nada. Temo que en cualquier momento mi padre le va a pedir que deje de moverse y me diga algo, ya está siendo bastante raro que mi madre no me mire fijamente a los ojos cuando me están echando la bronca por algo.

—Miriam, ¿no le dices nada a tu hija? —mi padre por fin le llama la atención. A mi madre, cuando lo escucha, se le cae un tenedor al suelo.

—Hija, ¿por qué haces eso? —murmura mientras se agacha a recoger el cubierto. Yo resoplo.

—No lo sé, mamá, quizá porque me gusta. —respondo igual de desafiante que ha sonado mi padre antes. Entonces Álvaro y mi padre me miran. El primero con cara de "¿Qué haces?", y el segundo con los ojos muy abiertos, sorprendido por mi desafío.

—Miriam, ¿qué te parece?

—¿No... no te parece algo mayor para ti, Elena? —pregunta mi madre dubitativa. 

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora