Veinticuatro

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En mi estómago hay mariposas, luciérnagas, libélulas; mi cara está de mil colores excepto el mío original; y mis piernas tiemblan de tal forma que temo que vaya a caerme. Una vez más, la realidad supera a la ficción. Dani baja sus manos hasta mi cintura y sigue con el beso. Es un beso dulce, sin lengua. No hay pasión como en las pelis, pero hay... amor. Sí, creo que sí que lo hay. Es un beso romántico, incluso aunque el olor a cloro casi nos coloque.

Entonces hago algo que no esperaba ni yo misma: coloco mis manos alrededor de su cuello con suavidad y lo acerco a mí. «¿Elena? ¿Qué te pasa?». Me sorprendo a mí misma de cómo he cambiado en unas horas. Demostrado queda lo que yo haría por Dani.

Después de unos segundos por fin nos separamos para tomar aire. Nos miramos directamente a los ojos mientras yo me toco el labio con una mano. No me puedo creer que Danielo me haya besado. ¡No me lo creo! Él se muerde el labio inferior y levanta una ceja.

—Guau. ¿Estás segura de que éste ha sido tu primer beso?

Le pego un puñetazo suave en el brazo. Qué estúpido. Si lo llego a saber no dejo que me bese. «Ya, claro, no te lo crees ni tú», me digo. Dani se frota el brazo justo donde el puñetazo.

—¡Eh! ¡Ha dolido! —se queja por mi golpe.

—Lo siento —digo en tono burlón—. No controlo mi fuerza. ¿Quieres que te lo cure?

—Con que me beses otra vez se me cura.

Me pongo de nuevo de puntillas y rodeo su cuello con mis brazos como antes. Con una sonrisa pícara en los labios estoy apunto de besarlo pero de repente se oyen pasos a lo lejos. ¡¿Quién narices viene a la piscina a esta hora?! ¿Y quién se cree para interrumpir mi beso? En cuestión de segundos nos separamos y nos miramos. Dani sin hacer ruido y moviendo sólo los labios dice:

—¿Qué hacemos?

—¡Y yo qué sé! Eres tú el que me ha traído aquí.

—Y tú la que has querido venir.

Un nuevo puñetazo, esta vez más fuerte, aterriza en el mismo brazo de antes. Qué imbécil.

—¿Hay alguien ahí? —una voz ronca suena por el pasillo de los vestidores, al lado contrario de donde está la puerta por la que entramos hace casi una hora.

—Creo que es el guardia de seguridad. —susurra Dani.

—¡No me digas! —digo también en un susurro y en tono irónico mientras pongo los brazos en jarra.

Qué inteligente que es mi Danielo, a veces me sorprende.

—Elena, ven.

Abre una puerta y tira de mi brazo hacia dentro. Este tío está completamente majareta. Nos metemos en un pequeño cuarto oscuro. Tanteo un poco el lado y sólo toco azulejos. Está muy oscuro.

—¿Hay alguien? Os he oído antes hablar. —la voz ronca insiste, y cada vez suena más cerca. 

Yo sigo con la mano extendida y moviéndola intentando tocar algo hasta que me topo con la mano de Dani. Inmediatamente me la agarra y entrelaza sus dedos con los míos con firmeza. Su mano derecha la usa para acercarme empujándome por la espalda y así ganar distancia en la oscuridad. Los pasos del guardia se oyen cada vez más cerca. Dani se acerca a mí hasta el punto que noto su aliento en mi cuello. En cuanto lo noto, pego un pequeño grito que es ahogado por la mano de Dani, quien al parecer ya se esperaba que hiciera eso. ¿A cuántas chicas ha traído ya? Y, ¿a cuántas ha asustado con su aliento en el cuello?

—¿Hola?

El guardia está a unos metros del cuarto en el que nos encontramos.

—No te muevas ni un centímetro. —me murmura junto a la oreja, como si pudiera moverme. Dani y yo estamos a unos milímetros el uno del otro, escuchando nuestras respiraciones. Una de mis manos agarra la de Daniel, la otra rodea la muñeca de su mano derecha, la que aún me tapa la boca. La linterna del guardia se cuela bajo la puerta de la habitación y sus pasos cada vez son más lentos y cercanos. Me muero de miedo. ¿Qué dirán mis padres cuando me vean llegar en coche de policía? ¿Y si me arrestan? Demasiadas películas veo yo.

Mis piernas empiezan a temblar. En cuanto Dani me nota el miedo, aprieta aún más mi mano y la otra la separa de mi cara para estamparme un beso en los labios. ¿Cómo ha sabido dónde estaba mi boca si está tan oscuro? Daniel se cree que me va a tranquilizar así y lo único que consigue es acelerarme más.

Me empuja hacia la pared de mi espalda y continúa con el beso en la oscuridad. De pronto se separa y vuelve a poner una de sus manos en mi boca. Yo frunzo el ceño. Lo cierto es que si me tengo que callar, prefiero que me callen sus besos. Dani me empuja aún más dejándome como el relleno de un sandwich entre la pared y él. El guardia abre la puerta de golpe e ilumina el interior. Si no llega a ser porque la puerta se abre hacia adentro, y porque Dani me ha empujado justo al lugar perfecto para que quedemos detrás de la puerta al abrirla, el hombre nos hubiera pillado. Sin embargo tengo que darle las gracias porque al abrirla, ha entrado algo de luz dentro, lo suficiente para dejarme ver que es una especie de trastero donde los de la piscina guardan las tablas de los niños que aprenden a nadar, algunas escobas de piscina, y paquetes de cloro; y para mirar hacia los ojos de Dani de forma acusatoria. Ahora más que en ningún momento está quedando claro que no soy la primera chica a la que trae aquí. Por ello buscaba antes el saliente de la pared como el que busca el mando de su tele entre los cojines del sofá cuando sabe que está ahí.

El guardia cierra la puerta dejándonos de nuevo dentro. Sin movernos dejamos que se aleje, hasta que ya no oímos más pasos. Aparto a Dani de un golpe y salgo de allí en menos de un minuto. Dani me sigue pisándome los talones. Salto el muro de piedra sin esfuerzo y pego un salto para aterrizar en el otro lado. Da la impresión de que ya lo he hecho más veces por lo profesional que parezco. Dani me imita y salta el muro aún con más agilidad que yo por lo que gana tiempo y llega a mi altura. Me agarra del brazo para obligarme a que me pare pero no lo hago.

—¡Eh! ¡Elena! ¿Qué pasa?

Me vuelvo para mirarlo con ojos de víbora.

—¡Vete a la mierda!

—Eres como tu hermano: un puto bipolar. —hace una pausa, pero no consigue que me pare—. ¡Elena, te enfadas por todo! ¿Qué te pasa ahora? ¡Eres una mosqueona!

—¿Sí? Lástima que tú no seas como tu padre, él siempre ha sido un hombre de una sola mujer.

A Dani de le relajan los músculos de la cara y mira al suelo. Creo que la he cagado. ¿Desde cuándo no sé yo que el padre de Dani es intocable? ¡Maldita seas, Elena!

—Quiero decir, está claro que no soy la primera chica que has traído aquí. ¿Cómo ibas a saber hacia dónde moverme para que no nos vieran? —intento arreglarlo de la mejor forma que se me ocurre, pero Dani no levanta la cabeza.

—Déjalo, Elena. Voy a llevarte a casa.

—No, tranquilo. Ya me voy andando. Necesito pensar.

Emprendo mi marcha en la oscuridad mientras a mis espaldas suena el motor de la moto de Dani. Se acerca por mi izquierda y me tiende su chaqueta de cuero.

—Toma, cogerás frío. —la cojo y me la pongo sobre los hombros, justo encima de mi cazadora vaquera—. Aún no he conseguido enamorarte, así que mañana te veo. Mis promesas no se rompen.

Si Dani supiese que sí que me ha enamorado pero que lo único que hace es estropear los momentos, no diría lo que ha dicho.

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora