Cuarenta y Cuatro

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—Elena, ¿por qué aún no nos has contado nada más de ya sabes quién?

Vicky me acorrala en el recreo. Sabe, o presiente, que ha pasado algo pero no sabe qué y eso la mata. El caso es que yo misma le prometí a Hugo no contar nada a nadie hasta que él mismo solucionara lo nuestro. Resoplo y vacilo unos segundos antes de contestar.

—Victoria, qué pesada eres.

Mi amiga se ofende llevándose la mano derecha al su corazón herido por mi comentario.

—O sea, que yo soy pesada y mala amiga porque quiero saber de ti y me preocupo por tu vida, sentimental, sí, pero tu vida; y tú, en cambio, eres buenísima amiga que no cuenta nada ni quieres que tu mejor amiga María Victoria se alegre con tus noviazgos.

Valiente payasa. Suelto un bufido y evito su mirada.

—Vamos, Elena, —interviene Olivia desde atrás, sentada en un banco. Estaba muy entretenida desayunando mientras observaba a los chicos de mi clase jugar al fútbol hasta que se ha unido a la conversación, ahora parece que no hay nada más interesante que yo—, sabemos que estás rara. Estás como la última vez que Dani te hizo daño.

«Touchè». De mi boca sale el mismo sonido de molestia de antes y vuelvo a evitar la mirada de mis amigas.

Uno de mi clase, David, marca el primer gol del partido y Olivia vuelve su vista al campo de juego. Ya era hora de que marcaran. Vicky, por otro lado, desiste y se separa de mí cruzando los brazos.

—Volvemos a las andadas. —murmura.

—Os prometo que si pudiera contároslo todo lo haría, pero ahora no puedo y tengo que salir de esto sola aunque no quiera.

—No te creo. —me responde mi amiga pelirroja—. Si de verdad no quieres salir sola de lo que sea que tienes que salir sola, ya nos lo habrías contado para que te ayudáramos. Para eso están las amigas, ¿no? O eso se supone. —sus palabras son como cuchillas, sobre todo las últimas.

Vuelvo a resoplar como ya he hecho unas mil veces en este recreo y echo la cabeza hacia el cielo clamando la ayuda de lo que sea que hay ahí arriba. Sólo pido un poquito de paciencia y fuerza de voluntad, ¿es mucho pedir? Además, presiento que el momento en el que todos sepan que estoy con Hugo se acerca, al menos desde que la simpatiquísima de mi amiga Andrea lo sabe.

Con la cabeza hacia el cielo veo la parte más alta del edificio principal de mi instituto. Qué buenos y bonitos días los que iba con Dani a la clase donde ensayaban los de baile. Y pensar que eso pasó hace menos de un mes... Qué rápido pasa el tiempo y cómo cambian las cosas cuando pasa. Dirijo mi vista hacia la ventana que creo que es de esa clase vacía a la que iba con Dani, y para mi sorpresa lo veo en una de sus poses más sexys. Está apoyado con ambos codos en el alféizar de la única ventana que se encuentra totalmente abierta. Mira al horizonte, ni siquiera se está fijando en los chicos de su clase que hoy juegan contra el equipo de los chicos de mi clase; mira al horizonte, sin más.

Observo sus brazos cubiertos por un jersey azul marino y mientras me pregunto por qué no habrá querido jugar hoy. Estoy segura de que si hubiese jugado, habría ganado el partido mucho antes de que David ni siquiera se plantee marcar algún gol.

Entonces Dani hace algo que me sorprende aún más que el simple hecho de verlo ahí arriba: coge un cigarrillo de su bolsillo y lo enciende con un mechero que saca de su otro bolsillo. Una vez encendido, se lo lleva a la boca e inhala. Muevo mi cabeza para ponerla un poco más recta y lo miro inclinándola ligeramente a la izquierda. Dani fumando es... lo que menos me esperaba ver hoy. ¡¿DANI FUMANDO?! Pero, ¿quién se cree y por qué hace esas cosas? Lo peor es que sabe cómo hacerlo y no tose ni nada, lo que me demuestra que no es la primera vez que lo hace.

«Valiente capullo, al parecer no soy la única ocultando cosas, ¿eh?»

—Como sigas mirando a tu amigo se va a dar cuenta. —deja caer Olivia. Vaya sustos que me da Olivia, pensaba que era otra persona—. Además, con esas miradas nos estás diciendo sin decirnos qué mierda pasa por tu cabeza últimamente.

Refunfuño pero no dejo de mirar a Danielo. Sé que es una locura, además de que ya está fuera de mi alcance, pero en estos momentos desearía ser cigarro.

Tras la segunda o tercera calada, Dani vuelve su mirada hacia mí, pero, a pesar de lo esperado, no se sorprende al verme observándolo, sino que se muestra tranquilo. Incluso me atrevería a decir que impasible e indiferente.

«Daniel, ya sé que te doy igual, pero al menos podrías simular un poco de estupefacción, digo yo.»

Mi vecino aparta la mirada de mí y apaga su cigarrillo sin terminar en el mismo alféizar. Luego le da la espalda a la ventana.

Estoy irritada con Dani por tratarme de esa forma. No, en realidad estoy irritada con la vida en general y por mi vida en concreto. Eso sí que es una mierda. Resoplo de nuevo intentando desinflarme probando a desaparecer por ausencia de aire. La única persona capaz de entenderme y de consolarme está cerca y voy a verlo.

—Ahora vengo. —le digo a mis amigas que se han alejado de mí para ver mejor el partido que al parecer está reñido. Entre la gente veo a Álvaro dándolo todo en el campo.

Camino hasta el edificio y voy, sin hacer ruido con mis deportivas, por el pasillo hasta el que creo que es el departamento de informática y tecnología. Me asomo a la pequeña ventana de la puerta y veo que el pequeño despacho está vacío.

«Qué raro, lo normal es que esté por aquí», pienso.

Aún así pego un par de golpes con los nudillos en la puerta por si mi vista no alcanza a ver el despacho entero, y la respuesta que obtengo: nada. ¿Dónde se ha metido Hugo? Y yo sin móvil, ¡joder!

El timbre suena de pronto y corro hacia la clase de informática por si pillo a mi novio por allí y al menos darle las gracias por el vestido que no quería que me regalase. Para mi asombro, mi sorpresa, mi estupefacción, mi perplejidad y mi pasmo, que casi me caigo para atrás del susto, me encuentro con una persona que no conozco para nada en la clase de informática. Oh. Dios. Mío. Dios mío no. Una profesora. Dando. Clase. De. Informática. ¡¿Dónde está Hugo?! ¡¿Dónde se ha ido sin decirme nada?!

—¿Hola? ¿Y Hugo? —pregunto casi amenazándola. Como si la estuviera culpando de haber asesinado a Hugo y haberlo suplantado en su tarea de dar clase. 

—Hola, ¿tienes clase ahora? —me responde. Yo niego con la cabeza—. Yo soy una profesora de guardia. —mi corazón se calma de pronto. Seguro que ha ido a algún sitio y esta profesora tan simpática está sustituyéndolo mientras tanto—. Hugo ha dimitido esta mañana y estoy yo hasta que busquen un nuevo profesor.

QUE HUGO ¡¿QUÉEEEE?!

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora