Once

474 32 0
                                    

El viernes por la mañana en clase de informática:

—¡Hugo! Creo que no sé insertar una imagen en el powerpoint. ¿Me ayudas?

—Andrea, si fuera por mí te ayudaba todo el día a ti sola pero también hay otros estudiantes, ¿sabes? Además, ¿no te enseñé eso ayer?

Andrea resopla bajo mi discreta mirada. Hugo empieza a hartarse de los intentos de coquetear de Andrea. ¿Acaso no ve que es mayor para ella? Hay que ser zorra en este mundo. ¡Y pensar que fuimos amigas...! Hugo se me acerca.

—¿Cómo vas, Irene?

—Soy Elena.

Me estoy cansando de este jueguecito. Y eso que no conoce a Irene. Si la conociera entendería que me confundiese pero como no... ¿Acaso conoce a mi hermana?

—¡Dios! Lo siento, de verdad. No soy bueno con los nombres.

«No, no eres bueno con MI nombre», pienso.

—No pasa nada, tranquilo. Suele pasarle a la gente que conoce a mi hermana. —le dejo caer.

—¿Tu hermana se llama Irene? ¡Vaya! —apunta.

—¿Qué? ¿La conoces?

—No. No conozco a ninguna Irene. Me gusta el nombre, eso es todo. —se aclara la garganta y frunciendo el ceño sigue:—. Quería preguntarte si necesitas ayuda con Nueva York. Ya sabes...

—De hecho, sí.

Hace días que no sé de mi hermana y a la I-am-a-bitch de Andrea le va a sentar catastróficamente mal que Hugo se siente a mi lado. Un beso, guapa.

—Y... Eh... Oye, sólo si no te importa, eh. —echa un vistazo rápido a mis compañeros y se pasa la mano por el cabello rubio peinándoselo. ¿Qué narices hace? Se saca un papelito del bolsillo y coge mi bolígrafo de la mesa. Me susurra—. Aquí te voy a dejar mi número. Háblame, llámame o lo que sea cuando quieras quedar y ya te paso fotos mías de allí.

Apunta unos nueve dígitos en el papel y me lo pasa rápidamente antes de volver a mirar sobre mi pantalla para vigilar a los alumnos. Sus ojos verdes de verdad hipnotizan. Me guiña un ojo, se levanta y se dirige a la mesa de Andrea.

¿Qué diantres acaba de pasar? Al cabo de unos segundos me doy cuenta de que no he parado de mirar el papel. Hago el mismo gesto de Hugo de peinar el aula y cuando paso la vista por la mesa de David me topo con la mirada y la sonrisa de mi sexy-rubio-seductor profesor. Me sonrojo mientras guardo el papel en el bolsillo y prosigo con mi trabajo. ¿Es legal eso que ha hecho? Oh. Dios. Mío. Dios mío no. Esto no puede estar pasándome. ¿Qué pensará Dani de esto? Dios... ¡Si ni siquiera somos pareja! ¿O sí? ¡Joder!

Me prometo a mí misma no llamar a mi profesor. No mientras esté Dani. Para mí Dani es el primero, eso está claro. Y yo para él también, ¿no? ¡¿No?!

Cartas para IreneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora